domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo XI - Brotes azules : 8ª Toma



            Mi madre me dejó frente al Laberinto de Azúcar, por lo visto lo tenía que atravesar yo sola y eso no me gustaba nada. Me temblaron las piernas y los bracillos, hacía fresco aquella mañana absurda en que la mujer se empecinaba en que yo debía andar ya sin las muletas de su querer. Agarré bien mi cartera roja en la que había un chino dibujao dentro de un barco, y con la cabeza agachada di el primer paso. Las cañadulces susurraban despacio mi nombre y algunas veces la maleza arañaba mi piel. Esas hojas decían: sístole y diástole, sístole y diástole. ¿Por qué?, ¿por qué la vida es tan dura? Cerré los ojos y empecé a correr. Sin saber la dirección que era más propicia decidí ir en línea recta, al fin y al cabo, ¿no dicen que es el camino más corto entre dos puntos? La línea recta era entonces un camino imaginativo, un trazado endeble que mi mente infantil albergaba como única esperanza para salir de aquel trance. Las hileras de cañas parecían reírse de mí y de mi susto ingenuo. Yo tenía respiración de bazagosis y las pupilas dilatadas de las excitadas, corría sin aliento por aquel oleaje de frutos dulces. Sorprendentemente salí a la puerta de una casa blanca donde se oía el canto de vocecillas indefensas y olía a salchichón y a lápiz y a libretas de papel rayado. Cuando entré el maestro estaba en el patio del colegio, le estaba pegando con un cañizo a un niño en la espalda. Tenía la espalda desnuda, que yo la vi, y el chiquillo estaba apoyado en una higuera. Cuando vi aquello salí corriendo de nuevo y me fui pa mi casa en línea recta. Esta vez el Laberinto de Azúcar me pareció más chico o tal vez empequeñeció con mis zancadas rebeldes.

            -¿Ya estás aquí? -preguntó mi madre.
            -Sí -contesté con decisión.
            -¿Tan pronto? -no sé por qué la gente siempre se extraña de lo rápido que resuelvo mis problemas.
            -Sí. Yo no quiero ir más.
            -¡Cómo que no! Tienes que aprender y hacerte una mujer de provecho, tenemos que progresar, tú nos vas a ayudar a progresar.
            -No, yo no quiero ir, allí le pegan a la gente que no es tan alta como el maestro.
            -No digas tontería. Nadie te va a pegar. Tienes que aprender.
            -Yo ya sé.
            -¿Qué sabes tú?
            -Yo ya sé escribir, me ha enseñao la Esperatriz.
            -Pero de cuentas, ¿sabes algo de cuentas?
            -Sí.
            -Mentirosa. Eso sí que sabes, mentir, que eres una mentirosa igual que tu padre. ¿Cuánto es uno y uno? No respondes, ¿eh?
            -Es que se me ha olvidao, pero si lo sé.
            -¡Por Dios, que hija más mentirosa! Venga, que te voy a llevar yo. Y no muevas más las piernas como si te hubiera entrao el baile de San Vito.
            -Es que me estoy meando.
            -Vaya, ¡qué casualidad! Ve a orinar que te espero -no sé cómo aquella mañana las paredes del Retrete estaban llenas de cromos, cromos con caras de luces y flores, menos mal, por lo menos allí estaba acompañada-. ¿Sales o no sales?
            -No puedo salir.
            -¿Por qué no puedes salir?
            -Porque estoy esperando que orine mi ángel de la guarda.
            -Venga ya. ¿A que tengo que entrar por ti? Venga, que no tengo tó el día.  Inesita, sal de una puta vez. Abre, te tengo dicho que no eches el cerrojo.
            -Se ha cerrao solo.
            -Claro, es lo más normal. Venga, anda guapa, venga que he hecho tortas de masa y tengo aquí una pa ti.
            -¿Con miel o con azúcar?
            -Con miel, como a ti te gusta.
            -¿Con miel de caña o con miel de abeja?
            -Con miel de caña -abrí la puerta y mi madre me dio una galleta de las buenas.
            -¿No decías que tenías tortas de masa? -le dije llorando.
            -No te ha gustao la que te he dao, ¿quieres otra? No me vayas a calentar la cabeza que no está el horno pa bollos.
            -¿Qué pasa?
            -Que tu padre se ha suicidao, se ha comío un elefante y no puede digerirlo.
            -¿Eso qué significa?
            -Que estamos las dos solas y no tenemos quien nos saque las castañas del fuego.
            -Pero si papá está ahí, apoyao en la puerta echándose un cigarro, que yo lo veo.
            -Está en sus cosas, como siempre, en sus cosas. Conque venga, pa la escuela, que no quiero que te pase lo mismo que a mí.
            -¿Qué te ha pasao?
            -Ná. Déjate de preguntas y coge la maleta.

            De repente llegamos al colegio, había desaparecío el Laberinto de Azúcar, con mi madre de la mano los caminos se volvían fáciles.
            -Mire usté, que aquí traigo a mi niña pa que la conviertan en lumbrera. No le vaya a poner la mano encima que está mú delicá.
            -No se preocupe, aquí sólo se le zumba a los niños, a las crías le lavamos la cabeza.
            -¿Me está llamando usté guarra? Mi niña no trae ningún piojo, que le paso todas las mañanas el peine-quitaliendres.
            -Mujer, no se ofenda, pero nunca se sabe, como hay tanto chiquillo revuelto.

            Mi madre miró alrededor y vio ochenta mil bocas rientes, la mayoría melladas.
            -Inesita, cuando te sientes en el pupitre procura que nadie te roce -pues sí que me lo ponía difícil, éramos diez elevado al infinito por banca- Bueno, aquí se la dejo, gaste usté cuidaíto que es mi único tesoro.
            -Ya le he dicho que no se preocupe. Ahora mismo le vamos a hacer el test para medirle la inteligencia y si sale superdotada la llevaremos al Pardo para que la inviten a una limonada.
            -Esmérate, Inesita, a ver si triunfas pronto y nadie nos mira por encima del hombro.
            -Si usté quiere puede esperarla en la puerta, no tardaré mucho en hacerle la prueba.

            Y mi madre se salió y a mí me llevó el maestro a un rincón, al lao de la escupidera donde echaba los esputos, y me dio un papel donde había que contestar a todo “sí” o “no”. Yo, que ya sabía lo que eran los matices creí oportuno dibujar una casilla intermedia y poner dentro “regular”. El maestro cuando vio la modificación no se lo pensó dos veces y fue explícito en su calificación: “anormal”. No quiero ni acordarme lo que armó mi madre cuando le dio el resultado, me fue dando pellizcos y coscorrones hasta que llegamos a la Metacasa, yo iba delante corriendo y ella detrás con la alpargata en la mano. Me gritaba que la iba a sacar del mundo, que cómo me atrevía a dejarla en ridículo yo que no era nadie, que no “fuera” nacío si no “fuera” sío por ella. Y yo le dije que a mí me dejara en paz, que nunca me había preguntao si estaba contenta por haber llegao a este mundo.




                                                                                              (Continuará)