domingo, 27 de enero de 2013

Capítulo VI : La Esperatriz - 5ª Toma


          Entraron dolores de trompeta dorada y palabras inglesas en la mente de Lázaro que, quieto como un pasmarote y la pulsación catastrófica de los acobardados, intentó sacar su voz más grave.

            -¿Por qué quieres que me humille? -dijo a lo Louis Armstrong. Lola guardó silencio, ¿qué podía responderle? Se puso rumión el mejicano y daba cabezazos meditativos y se acercó a ella que, sentada en un sillón rojizo de moaré, lo miraba con los ojos entristecidos de la espera, pero acostumbrados a la espera. Lanzó su mirada al aire y él se puso a hacer largos de secano hasta que midió la habitación ciento ochentiséis veces- No tienes prisa, ¿verdad? -preguntó él.
            -Sí... -dijo ella con “convicción” y él la miró con destellos de falsa gentileza.

            Recordó Lola que los cuerpos no se bastan solos y que hay que saber cuidarlos, por si acontece alguna tragedia una tiene que estar preparada y que no se te llene el corazón de ritmos nefastos. Miró la bandeja lejana y la copa cristalina, observó con detenimiento los panecillos chicos que suelen servir en los sitios caros, -¿por qué los ricos comen tan poco pan?- Ella lo amaba, lo mismo que se aman les feuilles mortes del otoño, las hojas húmedas arrastradas despacio por el viento marino y que enseñan a bailar a los enamorados con la cadencia del deseo, coño, el deseo, lo único que se puede tocar aunque se te escape, el deseo que es como un hilo de agua que roza las rodillas de las mujeres espectantes. Lola se imaginó en París, frente a la Torre Eiffel, ¡anda que si por esa época hubiera en París mujeres sentadas en las terrazas con las piernas abiertas tomando Ricard y fumando y hablando del existencialismo! Pero Lola no estaba en París, que aunque ella navegaba por las regiones del sueño hay que reconocer que es muy difícil salir del país donde una se ha criao, y es que los cimientos de la tierra se suben hasta el cielo y los andamiajes de la realidad son los que sirven para construir los palacios de las ficciones. Seguía Lázaro anclado en su tristeza, tristeza empecinada mientras Lola empezó a comer y con absoluto cinismo dijo:

            -Eztá ezquizito ezte cerdo agridurce.
            Y Lázaro con los ojos incendiados como si hubiera estado buceando con ellos abiertos por miles de mares contaminados le contestó:
            -Eres cruel.
            -Y a ti te cuesta mucho bajarte los pantalones.
            -Ayúdame, tú.
            -Si después no me lo echas en cara, que hemos tenido encuentros astrales en los que me has seriamente insultado por enseñarte algo, y después te confundes y una vez que has cogío lo que necesitas te pones a patalear y a escupirme la miseria de tu vanidad ofendida.

            De nuevo quedó mudo Lázaro, mudo y estupefacto, igualito, igualito que Narciso cuando se le rompió el espejo una mañana temprana que pensaba perfumarse con profusión. Y en ese momento Lola se metió el tenedor en la boca sin rozarlo con los labios, y es que sin quererlo era tan behaviorista, y es que además la sirena de las horas pasaba deprisa para los que tienen prisa y el sol de verdad salió acariciando el mar y los pescadores llegaban al puerto con las redes llenas de alba. Los niños con posibles estaban con las piernas ateridas de frío porque los llevaban a los colegios de pago vestidos con pantalón corto y las niñas de pasta llevaban clavadas virgencitas en el pecho por no haberse quitado las medallas antes de dormir y los niños pobres tenían las manos llenas de sabañones, tal vez de sacar piedras para hacer la presa del río, y las niñas pobres tenían las trenzas llenas de piojos. Hay que decir también que los de la Metacasa se habían despertao ya y estaban como locos buscando a la Esperatriz debajo de las mesas, dentro de los armarios y en los baúles llenos de foeles.

            -Ayúdame -dijo Lázaro con impaciencia mientras miraba el reloj de bolsillo y empezaba a darle cuerda como un desesperao. Lola se hizo la sorda-. ¡Qué hija puta eres!
            -Pss! Con mi madre no te metas, que tú no sabes las causas de sus silencios ni tampoco de sus palabras.
            -Venga, que ya estoy como tú querías, arrodillao -dijo Lázaro con voz de Louis Armstrong.
            -A ti por una vez no te va a pasar ná, a mí por una vez me dijeron que era ligera de corvas.
            -Dime, ¿qué quieres qué haga?, que yo no veo la ofensión por ninguna parte.
            -Dale al botoncito rojo de recepción y que venga la muchacha de hace unos cuantos párrafos -Lázaro tembloroso pulsó el timbre y con los ojos desencajados preguntó cómo debía seguir la muestra-. Ahora acuérdate de cuando eras un don nadie y te comías los mocos y tenías que trabajar agachao. Antes toma un trago de vino y un trocito de boeuf aux carottes, verás que bueno está, majarón.

            Estaba Lázaro siguiendo las instrucciones mientras subía las escaleras Francisca cantando el Tango de la Menegilda, en eso que le quitó una pelusa a la alfombra púrpura y con el delantal le dio brillo a un taquillón que había en el pasillo y poco a poco, mientras cantaba, se le fue poniendo voz de borracha como si viniera desde Nueva Orleans y supiera más que de sobra lo que es trabajar como una negra recogiendo algodón. Puso las flores derechas de un jarrón de porcelana y antes de golpear la puerta de la suite con el vaho de su voz que, poco a poco, era, a cada paso más libre, limpió la manivela de entrada. Tocó. Y Lázaro, recubierto por un albornoz discreto, le abrió y la invitó a entrar. Tartamudeó el hombre:

            -Que mire usted, acabo de probar los filetes -Francisca enarcó las cejas- y la verdad es que estoy alucinao, están buenísimos.
            Francisca respiró hondo y le dio un par de mordiscos al chewing gum, miró de reojo a la Esperatriz que estaba a su vez mirando una reproducción de Ambika, Diosa del crecimiento, esposa de Shiva, y pensó que hay que ver qué mierda de piedra gastá en representar a extraterrestres en vez de a personas normales y corrientes, y hay que ver el gasto que hacen los hoteles en bibelots en vez de pagar como deben a sus empleaos.




            -Gracias por el cumplido -respondió Françoise-, se acabaron las existencias de York y por eso he traído este manjar, espero que no le haya molestado la sustitución.
            -No, no, no. Al contrario, yo soy muy abierto, siempre me ha gustado probar cosas nuevas -y la Esperatriz enarcó las cejas al escuchar tal confesión-. Bueno, lo dicho -y la voz se le aclaró a Lázaro y la Esperatriz se puso observativa y atenta a las nuevas entonaciones que estaba adquiriendo; Françoise, por su parte afiló sus facultades auditivas-. No me gustaría ofenderla al ofrecerle un obsequio, pero es que de alguna manera me gustaría recompensarla.
            -Sólo he cumplido con mi trabajo.
            -Ya lo sé, pero yo no he sido correcto en el trato y me gustaría regalarle esta moneda que lleva un nenúfar grabado y por detrás el nido de una golondrina que huye.
            -Gracias de nuevo. Gracias, es muy hermosa la guardaré dentro del cajón de las cosas inútiles. Oh, qué beautiful dream por fin cumplido, que la reconozcan a una como hacía el Señorito Marcel en sus ratos perdidos. A las buenas noches.
            -A las buenas noches -respondió el hombre anteriormente llamado Lázaro.

                                                                                                          (Continuará)






domingo, 20 de enero de 2013

Capítulo VI : La Esperatriz - 4ª Toma


     Se acostó Lázaro boca arriba sobre las sábanas de Holanda con puntas hechas en Bruselas, compradas en un establecimiento de la Grande-Place un día que había feria de flores y no se veían los adoquines por los pétalos. Y Lola le masajeó los huevos con el calor de sus manos y él con sus dedos acostumbrados a llevar las riendas le tocó la raja y si hubiera sido vulgar o simplemente maleducado-rocker le hubiera dicho: “se te está haciendo el coño pepsicola”. En fin, agachó ella la cabeza y le lamió el capullo, y creo yo que más que por los lametazos fue por ese chip de su cerebro que se vio inundado de poesía cuando vio la inclinación que pueden tomar los acontecimientos cuando una mujer te ama que pronunció tiernamente:

            -Huele a sal -dijo Lázaro mientras comenzó a bufar y daba indicaciones de policía municipal a la Esperatriz atenta que seguía el ritmo de sus indicaciones municipales-. Parece que tuvieras en la boca el latido de un pajarillo -y volvió a bufar el muy cabrón mientras tenía una sonrisa estúpida-. Habla en silencio -suplicó Lázaro y a Lola se le dibujó una interrogación en la mente, entonces él le fue diciendo-. Di: Honolulu, Congo, Tommot, Portonovo, Oslo, Bogotol, Colombo, Moscú. ¡Hostia, hostia, Oklahoma!

            Y la Lola como si se hubiera pasado la vida en el Bois de Boulogne lanzó un escupitajo a la moqueta y se fue a la bola del mundo pa coger una botella de güisqui, después de las abluciones le dijo a Lázaro, el de los ojos entornados.

            -¿Y ahora qué?
            -Estoy muerto.
            -Po despierta, majarón, y dame de comer a mí.

            En eso que Lázaro le dio al botón de recepción y pidió un vino dorado con brillo de diamante y un platito con manzanas y jamón de las tierras de York.
            -¿Te gusta mi petición?
            -Yo no sabía que estuvieras tan viajao.
            -Ahora en el piscolabis te cuento mis odiseas.

            Miraron ambos por las ventanas y se figuraron el lugar del sol y es que tenían tantas ganas de luz, de un amanecer deslumbrante como un poema huidizo de Emilio Prados, que tuvieron una alucinación conjunta.

            -Lázaro, ¿no te parece que la belleza es infinita?
            -Sí -dijo Lázaro sin convicción como el que alberga una duda y trata con una mentirosa, pero se atrevía ahora o nunca-: Lola, ¿te gusta mi cicatriz? -Lola se quedó mirando con la dulzura que se le dedican a las estampas estropeadas y se fue hacia la mejilla de su héroe y besó aquel surco largo como un río forzado-. Me recuerdas a Brasil, a las verdes selvas del Amazonas y algunas veces pienso cuando me siento sobre una piedra a ver el mundo pasar que eres muy tuya y que tienes muy mala leche las tardes que cierras los grifos de la telepatía, que me tratas como un tonto, como si fuera un pobre mejicano harto frijoles y tú supieras más que nadie...




            -Y entonces es cuando quieres castigarme y clavarme las espuelas -cortó Lola a su enamorado mientras se alejaba de él.
            -Tú también sabes picarme y algunas palabras tuyas y hasta miradas me escuecen más que el alcohol de desinfectar.

            En eso pegaron a la puerta, era Francisca con una cofia blanca y una bandeja de plata en la que traía le boeuf froid aux carottes.
            Francisca, que tenía la delicada hipocresía de una sirvienta harta de ver enamorados rebuscándose los entresijos del enfado, dejó con suavidad el carrito de las viandas y agachó la cabeza antes de que pagaran con ella los platos rotos.

            -Mira, Lázaro, una botella dentro de un cubito con hielo -dijo con ingenuidad la Esperatriz.
            Lázaro que tanto sabía de brújulas, camarotes, felicidades y gastronomía se encaró con la camarera.
            -¿Esto qué es? Yo he pedido jamón de York, ¿por qué me trae cerdo agridulce?
            “¡Ay que ver lo que tiene una que aguantar! -pensó Francisca-, si es que yo estaba mucho mejor en la casa de Combray, allí sí que valoraban lo que una se esfuerza en la cocina, no este cateto harto bellotas que encima viene dando lecciones el hijo puta. Ai! Minha Mae. Minha Mae Menininha. Ai! Minha Mae. Menininha do Gantois.”
            -Lázaro, deja a la muchacha que a mí me da lo mismo.
            -Bueno, pero es que no me gusta que se queden conmigo, para eso pago lo que pago.
            -¡Por Dios!, ¡qué ordinariez a estas alturas hablando de dinero!, si al final va a resultar que eres un interesao.
            -Con permiso de los señores, yo me voy a retirar y perdone la confusión del cerdo, Monsieur -dijo Francisca con retintín.

            En eso sonó una viola y el rozar de unos dedos sobre sus cuerdas, era un aire solo y sonámbulo como un maleficio verde. Lázaro que aún estaba con los huevos al descubierto se dio cuenta de su pudor y de que a Lola, desnuda también, se le saltaban las lágrimas de hambre.

            -Toma este vino en copa de preludio y no sueñes más conmigo porque me tienes enfrente -dijo Lázaro que recuperó la cordura en cuanto se olvidó de la soberbia.
            -No me gusta que trates así a la gente.
            -¿Cómo?
            -Como si tú fueras un gigante y todo el mundo te tuviera que oler los peos.

            Se hizo un silencio profundo, la cavidad justa de las verdades espantosas y Eros adormecido se llenó de lágrimas invisibles y en la cocina Francisca limpiaba los cacharros que el estúpido de Lázaro le había hecho ensuciar a las cuatro de la mañana y un camarero fumador se acercó a ella y le dijo que así son los señoritos y ella se encogió de hombros y le dijo que señoritos no eran, que se extrañaron de su cofia y de su delantal ribeteao con tiras bordás. Bueno, dijo el camarero, qué más da, no te vayas afligir por las palabras de un mamarracho.

            Después de aquel silencio la Esperatriz se preguntó cómo iba a poder amar a ese hombre y él, que en el fondo, muy en el fondo, intentaba escucharla tosió y ensayó una frase de desagravio.
            -Lola, cásate conmigo.
            -No puedo, yo no tengo dineros pa comprarme un vestido blanco. Además, no hace mucho fui a una boda y mira el tiznón que tengo en la pierna.
            -¿De qué?
            -Del fuego que se originó en el convite de mi amiga Glauce. Bueno, otros la llamaban Creusa.
            -¿Y cómo fue la cosa?
            -Pues como siempre, por una tontería, porque pusieron cerdo en vez de ternera.
            -Lola, déjalo ya, ¿es que vas a estás martirizándome toda la noche por una chalaúra?
            -No, toda la noche no, simplemente hasta que pidas disculpas.

                                                           (Continuará)




domingo, 13 de enero de 2013

Capítulo VI : La Esperatriz - 3ª Toma



            -Camarón, ¿qué me dices de lo que me está pasando?
            Y Camarón, que era de pocas palabras, se encendió un cigarrillo y musitó una frase corta.
            -Lola -y le guiñó un ojo-, tú tranquila, te voy a llenar el agua de sol y te voy a echar flores de azahar, esto va a ser la leyenda del tiempo.

            -Niña, ¿por qué estás tan callá?, ¿es que me estás poniendo los cuernos? -dijo Lázaro desde la bola del mundo llena de licores y es que Lázaro era celoso como él solo y en un arrebato, él, que no bebía ni fumaba, cogió una copa y la llenó de anís.

            La Lola que charlaba con Camarón le dijo que era mú blanco para ser gitano y él se encogió de hombros. Entonces empezó el espumerío y la Lola, que no estaba acostumbrada al barroquismo que produce el agua, se perdió en la bañera que tenía un grifo dorado y al  que había que darle una vuelta a un gorrión para que se abriera y, a la vez que salía líquido, se escuchaban los sones que Georg Friedrich Handel compusiera para cuando una hace una excursión por el Támesis y se sube en una góndola y te rodean hombres apuestos con camisetas a rayas. ¡Ay, Dios mío!, que si no llega a ser por Artemisa que en aquel momento pasaba persiguiendo un par de ciervas cornudas la Lola se nos ahoga, pero Artemisa, que es rápida de reflejos, vació el carcaj de flechas y lo metamorfoseó en balde, y cubo va, cubo viene consiguió que nuestra heroína no naufragara.

            A Lázaro, que era hombre cabal a pesar de los celos, cuando escuchó los glus-glus de la Esperatriz se le hizo un nudo en la garganta, pero de pronto oyó el silencio y después la voz de Lola que tibia como una manzana madura lo requería, fue entonces cuando se sintió más tranquilo. Dejó la copa que se había echado porque, al fin y al cabo él no tomaba y no era tiempo de hacerlo ahora por una simple cuestión de cobardía amorosa y fue en busca de una caja lacarada que le había encargado al anteriormente mencionado Pierre Loti, (conque no se les ocurra hablar de plagio), que le había traído del Japón el traje de la Emperatriz de la ciudad de Kamakura, la ciudad de madera en la que vivían los príncipes amarillos. Lola, cuando se secó bien los pies y la entrepierna, debajo de los sobacos y con un ventilador loco, que hasta ahora ella nunca había probado, se secó el pelo, su pelo fino que cepillaba todas las noches antes de ir a dormir, pisó la moqueta rosada y le hizo cosquillas en las plantas acostumbradas a las alpargatas baratas de esparto.

            -Lázaro, que no tengo con que taparme.
            -En lo alto de la cama tienes una túnica de guerra.
            -¿Pero es que vamos a hacer ahora el amor uno contra otro?
            -¿Es que se puede hacer de otra forma?
            -Yo qué sé, Lázaro, no me hagas mucho caso, pero pa mis cortas entendederas se me figura que todo no va a ser pelea.
            -Yo quiero cerrar los ojos y pensar que tú eres generosa. Ven despacio y ponte esa tela fina. Anda, hazme caso por una vez en tu vida.

            Lola se acercó hasta donde le indicaba su amor y con prudencia para no desgajar los finísimos velos se puso el traje del sexo. Lázaro, que permanecía de espaldas cuando intuyó que ya estaba lista, se dio la vuelta.

            -¿Y tú no te has puesto nada para los juegos previos?
            -No -dijo Lázaro con firmeza, que llevaba sólo una toalla blanca ceñida a la cintura.
            -Por lo menos quítate ese sombrero de charro que te das un aire al Indio Fernández.
            -Y tú, Lola, tienes los ojos más grandes que María Félix y como ella eres capaz de llenar una pantalla de sueños.

            Posó la yema de los dedos Lázaro sobre la mano izquierda de la Esperatriz y la acarició muy despacio y después le contó los dedos.
            -Mis manos son ásperas, Lázaro, que estoy harta de lavar trapos para la Sra. Nancy y mis uñas son las de una campesina.
            -No te preocupes, mujer, que son las manos que quiero.

            Lázaro quiso tocar el perfil de la Esperatriz y le acarició la nariz y las cejas y el borde de los labios y la frente y ambos estaban de pie cuando a él, sin querer, se le cayó la toalla.

            -Vamos a sentarnos en aquel sillón tan extraño -dijo Lola señalando un vis à vis y cuando estuvieron sentados Lola le tocó el bigote y anduvo por sus mejillas rasuradas con sus manos sin orgullo.

            Y las mejillas de Lázaro eran como la cordillera de Alaska y su lengua como el Stony River, que sí, que la Esperatriz se acercó a los labios del mejicano y después se retiró levemente, y de nuevo se acercó y los rozó muy despacio con sus propios labios de mujer que sabe lo que es el licor del sexo metido en la cabeza, y al rozarlos Lázaro cerró los ojos como si fuera chino y se alteró su respiración de macho que está en train de se transfomer.

            -Lola -dijo muy bajito.
            -¿Qué? -respondió la Esperatriz y el “que” le salió de lo hondo de sus pezones erectos.

            Entonces, Lázaro impaciente, quiso abarcarle la boca entera, pero ella, que lo vio venir, se alejó decisa y en un acto de generosidad le mostró el perfil de su rostro y enarcó las cejas como si estuviera enfadada por su precipitación.

            -No te enfades, niña -dijo él.
            -No estoy enfadada, es que quiero que se te ensanche la conciencia y no sea todo aquí te pillo, aquí te mato.
            -Lola, tú te crees mú lista porque te gusta la cámara lenta, pero que sepas que yo también tengo mis recursos coreográficos y que conozco en persona a Cagliostro.
            -¿Ese quién es?
            -Un ocultista, un mago que aunque sabio no tiene la varita mágica que yo te estoy ofreciendo.

            La Esperatriz mientras acariciaba el pecho peludo de Lázaro y se detenía en sus pezoncillos pequeños como la isla de Lingga, allá cerca de Sumatra, vió la verga empecinada en una pronta prenetración y le dijo susurrando.

            -Quiero que me metas la punta nueve veces, sólo la punta y la décima no te encalles, llévala hasta el fondo que yo estaré bien abierta.
            -Lola, no hables así que no estoy acostumbrao y me vas a volver loco con tus palabras... -y nacieron en aquel instante los puntos suspensivos porque Lázaro vio a través de la túnica guerrera los turgentes pechos de una mujer ya metida en años, no olvidemos que estamos en la posguerra y en aquella época la gente era vieja incluso antes de haber nacido-. Esta silla es una mierda, tú te das cuenta cómo nos tiene separaos, y ya no puedo esperar, ¿a que me la meneo? -y los dos se echaron a reír-. ¿No tienes tan buena boca para andar platicando? Anda, chúpamela.
            -Si tú después me das por ahí estoy de acuerdo, que yo también tengo mis caprichos -dijo Lola y los dos se pusieron en pie.

                                                                                  (Continuará)




domingo, 6 de enero de 2013

Capítulo VI : La Esperatriz - 2ª Toma


     
        Lázaro fatigado por la conducción temeraria de un vehículo tan poco apropiado para el machismo de un mejicano, hijo de la gran chingada, dijo:

            -Lola, yo no puedo más.
            -Tú eres el que me has raptao.
            -Tú te has dejao.
            -Esperando me quedé anoche y no viniste, esperando llevo meses y años. No es hora de ponernos a discutir. Yo creía que íbamos a hablar de amor y te encuentro como chófer de este armatoste estrafalario.
            -Es que quería impresionarte. ¿No te gusta?, lo he comprado en un bazar de la Alameda y también me han dao un reloj digital.
            -¿Y eso pa que sirve?
            -Para medir el tiempo milésima a milésima.

            Lola dejó el libro azul sobre el cuero rojizo del sillón y lo miró con sigilo de gata y pupilas huecas de cañones de escopeta. Entonces él comprendió que estaba haciendo el ridículo, el más inmenso ridículo.

            -Lola, es que no sé cómo agradarte, es que estoy tan nervioso que me tengo que echar a correr como un empleadillo que transportara a Pierre Loti.
            -Vamos a ver, Lázaro, ¿no dices que tienes una habitación en el Málaga Palace? Pues aprovechémosla.
            -Te va a gustar mucho, es añil.
            -¿Une chambre bleue?
            -Yes.
            -Coño, vamos p´ allá.

            Lázaro dio tres bufidos como un toro y una patada en el suelo.

            -No, en el carrito no, Lázaro. A pie, uno al lao del otro y tira ese reloj de mierda, hoy vamos a medir el tiempo con una colcha de seda.
            -¿Y cómo vamos a hacer eso?
            -Ya veremos.
            -¿Y por quién?
            -Por nosotros, por Andalucía libre, España y la Humanidad.
            -Pues chiquilla, ya que vamos a ser tan importantes dame diálogos más buenos, que no soy tonto ni tengo una piedra por corazón.

            La Lola se quedó mirándolo y pensó que necesitaba una copita de absenta para guardar silencio, se imaginó el licor verdoso en un vasito de plástico con dos cubitos de yelos transparentes flotando a la deriva.

            -Yo no soy la que da ni la que quita, ahí te equivocas -dijo la Lola.
            -Entonces, ¿tú quién eres?

            La Lola guardó silencio y pensó en el mundo, en la bola del mundo que vio cuando era chica en la casa de Don Mateo el maestro, la bola que se había caío en una palangana y tenía los continentes hinchados como una murmuración. Lola pensó en su hermana, y pensó que si alguna vez le contaba esta noche de jazmines inquietos le diría que el mar despedía un ligero tufo a mejillones, y que mientras hablaban no la llamaría por su nombre sino que la bautizaría como si fuera una princesa atenta con la esperanza de ver desterrados los ultrajes violentos. Sí, la llamaría Dinarsad. Y pensó Lola que con tranquilidad le narraría el apretaero del pecho que como un mazacote de hierro no la dejaba respirar. Y que de pronto, en aquel trance, le entró como un desvanecimiento y tuvo ganas de comer carne membrillo para remontar el mareo y aunque le hicieron palmas las aletas en el fondo estaba triste por tener que actuar como una coñocéntrica. Es un desierto de arena, pena; es mi gloria en un penal, ay pena, penita pena. Entonces fue cuando surgió el milagro, los Jardines de Puerta Oscura empezaron a relumbrar como un limón, y a ella se le cayó la bata de japonesa y le creció de no sé sabe dónde una bata de cola amatista y esmeralda, y La Lola se puso a bailar por soleares y se abanicaba con fuerza y empezó a oler a rosas. Lázaro Malacara empezó a reír como un verdadero borracho y se inclinaba sobre su vientre y se echaba para atrás como si se fuera a partir por la cintura y se golpeaba los muslos y se le saltaban las lágrimas, y hasta empezó a toser de una forma compulsiva mientras el vapor de las aguas los envolvía a los dos y los hizo abrazarse con la ternura de quienes quieren crecer.

            -¡Qué bonitos son los versos de Alberti! -dijo la Lola por decir algo.
            Fue entonces cuando apareció la banda de jazz que venía de tocar en el Café-Teatro mientras los asistentes tomaban zumo de tomate aliñado con sal y pimienta, sal como la piel de la Esperatriz y pimienta como sus ojos picantes. Los trombones resonaban con su fuerza de viento y el saxofón parecía una bocaná que entra por una ventana enrejada. Había trompetas delicadas como el amor de los niños que se aman entre niños y golpecitos de baguetas sobre la piel marfil de un tambor rodeado de un aro plateado. Había tantas cosas aquella noche en que Venus estaba anaranjada y la luna era una raja de coco como mis pechos de reina. Sí, había muchas cosas aquella noche, entre otras las manos pequeñillas de la Esperatriz con las uñas transparentes como si fueran gotas de rocío.





            -Lola, llevas razón, vámonos al hotel -dijo Lázaro Malacara y en aquel momento una ráfaga de viento los elevó a los dos y en volandas aparecieron en el Morro y escucharon el chocar de las olas y vieron la plaga de luces y a algunos pescadores de caña y a varias parejas que estaban echando un polvo con desparpajo.

            -El mundo es más poderoso que nosotros y la belleza nos empuja sin parar.
            -¿Quieres que nos bañemos antes de acostarnos? -preguntó Lázaro, y el mar se cuajó de escarcha y tuvo hambre de horchata.

            Vinieron entonces voces salidas de una viola olorosa, voces de mujeres acobardadas y la Esperatriz, desde lejos, contempló el trono de la Zamarrilla llevado por costaleros ciegos, de ojos quietos, pero inmensamente abiertos. ¿Qué significaría esa visión?, se preguntó, y el tiempo no quiso darle respuesta que los dos echaron  a andar pasito a paso, muy despacito, hasta llegar a las puertas del hotel donde un señor canoso vestido de almirante gris y botones dorados les abrió una puerta pesadísima. Cuando se acercaron al mostrador de recepción, ambos con sus desorbitados trajes, hablaron con la sencillez del jugo de una flor en la entrepierna.

            -¿Qué desean los Señores?
            -La Suite Pétalos de Hielo -dijo Lázaro mientras que con sus espuelas rojas arañaba el parquet.
            -Aquí tienen las llaves -y un botones con traje malva y galones de desierto cogió unos baúles invisibles que transportó con sumo cuidado hasta el ático.

            Lázaro y Lola se subieron por primera vez juntos en un ascensor tapizado de burdeos y sintieron cerca sus respiraciones y sintieron tan cerca sus respiraciones que parecían músicos a los que se les escucha el roce de la piel suave sobre las cuerdas de un laúd.

            Al niño, que andaba con el culo ligeramente salío y llevaba zapatos de charol brillante, Lázaro le dio cinco pesos y cerró la puerta de la habitación que era blanca con dibujitos dorados y miró a Lola que estaba asomada al balcón, que le dijo:

            -Aquí podremos hacer el amor como paganos, que no nos dará la sombra de ninguna catedral.
            Lázaro se acordó de la Iglesia-Manquita que les estaba guardando sus espaldas y del mármol rosa de su portada y de los sones de las campanas y sonrió con la placidez de un deseo que se anunciaba propicio.


                                                          

            -Voy a llenar la bañera con agua dulce y voy a echar gel de fresas.
            -¿Gel?, ¿qué es eso? -preguntó la Esperatriz, no hay que olvidar que estábamos en los años cincuenta.
            -Un jabón como si fuera un jarabe, pero no seas tonta, mujer, no te lo vayas a comer. Es mejor que nos bañemos por separado, yo no quiero ver todavía tu cuerpo desnudo.
            -Si estás harto de verlo en las regiones del sueño.
            -Sí, pero hoy, poco a poco quiero recorrértelo con la punta de los dedos mientras cierro los párpados.
            -Vale, vale, vale -dijo la Esperatriz y aunque parezca que no dijo nada, no deberíamos engañarnos, que los tímidos si se llaman Lola y llevan años esperando suelen asentir rápidamente como si se les hubieran puesto los pelos de punta por un inesperado contacto.

            Lázaro entró en el baño y mientras cantaba un corrido se aseó el pecho cuyos vellos despuntaban como estalagmitas minúsculas y se afeitó todo menos el mostacho porque pensaba hacer cosquillas a la Lola mientras su afilada lengua de vengador le acariciaba primero el vientre, después el clítoris y más tarde, en un alarde que ni escrito por Aretino, le zamparía el músculo del habla en el agujero profundo de la vagina.

La Lola mientras tanto se puso a contar las estrellas, ¡era tan pitagórica! y no sabía por qué todo le salía en conjunto de cuatro que es el número de la justicia. También vio la luna y un caballo blanco, como las latas de leche condensada que compraba en el estraperlo, que atravesaba el cielo con una cabalgada de incienso.

Empezaron a llover jazmines y a Lázaro, que le llegó el olor se preguntó para sus adentros qué sería la sencillez. Y Lola que lo escuchó pensar decidió no responderle, que si esa noche iban a cerrar el capítulo del amor udrí no debían ahora andarse por las ramas, tabicó ella la mente y él escuchó el silencio. Lola, que no había visto nunca una nevera chica, se agachó a registrarla y encontró dentro una cajita de Afternoon, deslió uno de los bombones y le dio un bocado y la menta se derramó en su boca deseante.

            -Lola, que te toca a ti -dijo Lázaro, que no se echó Varon Dandy ni ningún perfume que taponara la delicadeza de la pituitaria.

            Y Lola cerró los ojos para no verlo y él andó a tientas para lo mismo. Ella se descalzó y tiró la bata japonesa o de cola o de sabe Dios qué y lo digo así, porque yo, la reina, no soy narradora omnisciente, por lo menos no practico la omnisciencia métrica. Y cuando Lázaro escuchó que Lola para ahorrar agua no abría ningún grifo le gritó desde la bola del mundo que dentro tenía licores: “Lola, coño, ni que estuvieras en la posguerra, no te laves con el agua que a mí me ha sobrao, no tengas miseria.” Y Lola por un momento tuvo miedo, dicen por ahí que nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño. Mientras estaba en la bañera rodeada de espuma la Lola, que acostumbraba a transmigrar, se fue en busca de Camarón.

                                                                                             (Continuará)