domingo, 30 de junio de 2013

La nueva armonia social

En la Sala Galatea de la Casa Góngora hay una exposición homenaje dedicada a la pintora Rita Rutkowski, a la ceramista Hisae Yanase y a la escritora Juana Castro. Yo, desde aquí, quiero nombrarlas y dedicarles este poema.

Me baso en el concepto japonés de WA, de armonia social, concepto rígido donde los haya, e intento describir cómo gracias a la proyección pública del trabajo de las tres creadora este concepto ha sido ampliado consiguiendo que las nuevas artistas tengamos unos referentes que nos ayudan como ciudadanas creativas de pleno derecho.



Wa
Wa
Wa
Las extranjeras han venido
del monte encolerizado y rojo,
de la superficie lisa del tatami,
de la gran urbe donde Will Eisner dibuja las alcantarillas múltiples, innumerables, sin descanso.

Sobrevuelan, en sus escobas de hechiceras,
el viejo hospital convertido en centro de saberes donde se mantiene el orden,
los puestos de tenderos que te cobran según el acento que tú traigas en la lengua
y el viejo barrio oscuro para poblarlo de cerámicas y crisálidas.

Y si no tenemos dónde mirar las buscaremos a ellas:
A Rita Rutkowski
Al reto de Rita Rutkowski
Al rito del reto de Rita Rutkowski
Al roto rito del reto de Rita Rutkowski
Que se sienta entre el público del teatro como si estuviera en la Central Station creando el amor que reclama.

Wa
Wa
Wa
El silencio de la noche y las callejas en el fuego rasgado de los ojos de allá.
Y se sabe, una parte para estar siempre regresando,
para saltar a la comba con un pie a cada lado, rajada Hisae como Rita.

Y la extranjera de las extranjeras,
la más extranjera de todas,
la agachada sobre el orificio de la tierra,
la tierra para tocar lo concreto y femenino,
la que viene del campo y el silencio
para instalarse en la aritmética de la urbe.
Ha venido, ella también, a Córdoba, para dejar muestra y universo,
palabra que define lo cóncavo, palabra que siempre estará en mí
para crecer como sólo las Juanas nos enseñan: de Asbaje, de Ibarbourou...
Juana Castro

Wa
Wa
Wa
Ellas han venido a crear la nueva armonía,
en la que caben los derechos creativos de las mujeres.
Y, ya está:
Wa
Wa
Wa
Rita,Hisae, Juana
Juana,Rita,Hisae
Hisae, Juana, Rita.
Wa
Wa
Wa
Ya está la obra cumplida:
Nos han hecho ciudadanas.





domingo, 23 de junio de 2013

Los ángeles acuáticos



                                  En el siglo XVII plantaron los almendros
                                   y blandas las montañas del Himalaya
                                   mostraban sus olas de agua.
                                   En un paisaje dorado
                                   como aquel cuadro de Delf
                                   ejercían como músicos,
                                   ebrias escritoras
                                   o simplemente jugadores.
                                   Para nada les servían las alas ni
                                   pensaban en ellas ni en su extraño peso.
                                   Son acuosos ángeles,
                                    ganadores de otra provincia distinta
                                   a la que no pusieron líneas.
                                   Estaban alegres, atareados,
                                   definidos sobre cualquier maleficio.
                                   Tenían acento dulce,
                                   irrepetible, y todavía lo tienen,
                                   porque viven, viven siempre
                                   y apuestan por la vida y la sinfonía.
                                   Son nuevos, futuros,
                                   de diálogos placeres
                                   y emotivos como personas.
                                   Tampoco temen corregirse
                                   y desertar de sus cuerpos de fábula.
                                   Son nuevos, futuros,
                                   constructivos como albañiles
                                   al sur de granada.



Nota: granada va en minúscula porque no se refiere a ningún territorio geográfico sino a un estado de bienestar sexual.

Gerald Brenan dice  en Al sur de Granada : "cualquiera que rompe un tabú es naturalmente envidiado."




           






domingo, 16 de junio de 2013

Capítulo VIII - La tabla del 2 - 5ª Toma



Desaparecieron los vecinos, que tenían su propio compás aunque sospecho que era muy parecido al nuestro y no sé por qué me daba a mí que la Sebastiana estaba en una arquitectura paralela a la nuestra, aunque ellos tenían un saco de boxeo instalado en medio de su patio donde entrenaba Vicente su pequeña violencia, porque al fin y al cabo todos los luchadores saben que la violencia no es necesaria utilizarla diariamente. Y sonaban sus puños  como un gong mate y resentido porque él lo que quería era la revancha y poder estampillarle a Jimmy la cara sobre la pared y así alimentar hasta la eternidad el odio de las razas.

No sé qué beneficio encontraban en aquella manera de medir los años, porque fueron años los que transcurrieron, y a la Carmen se le pusieron los deos como garbanzos y a Tomasita se le abrieron las muñecas de tanto ejercerlas con la espumadera y la tía Nati se cortaba de vez en cuando con el cuchillo y veíamos gracias al pequeño accidente que todavía era humana. Y Jimmy despertaba ansioso por sus propios ronquidos y el primo Andrés se ponía una lente que le agrandaba el ojo para ver las cosas pequeñas, pero nunca tuvo un objetivo de 50 milímetros que es con el que se ven las cosas humanas.

No sé, no sé qué beneficio encontraban en aquella manera de medir los días que se burlaba del corazón de cada una de nosotros y al final todos salíamos perdiendo. No sé, no sé por qué aquella obstinación rítmica en la que coloquiábamos como perros y vivíamos enclaustrados como monjes, no sé por qué aquella gula de minutos estorbándonos unos a otros en los que desconocíamos la sincronía y sin embargo dominábamos el aplastamiento mutuo. Menos mal que estaban Teodoro y Doña Fuensanta dentro de su casita de madera y de vez en cuando me llevaban a dar un paseo por el Recinto de las Haches Mudas.

            La Carmen sí que estaba atareada, con sus pies descalzos yendo de un lado a otro de la Metacasa de los cojones. En la cocina siempre había agua hirviendo y el bullir de las ollas era una respiración asmática que a todos nos contenía. Cuando no, el zumbido del almirez o las vueltas de las aspas del molinillo para hacer café de pucherillo. Y los platos que no cesaban de crecer y crecer y repetirse con la insistencia de un vómito, y si se sumaran los platos que la Carmen ha fregado durante toda su vida se podría decir que tenía un restaurante.

Allí fue donde aprendí la reiteración, y es que todo era como una gota calaera que poco a poco te iba horadando la cabeza, como la pesadez digestiva de los churros con los que estaban obsesionadas, tan obsesionadas que parecía que teníamos nuestra propia chocolatería de tanto y tanto hablar de ellos. Así que no me extraña que llevaran encima esa mirada de zombis propia de los seres maldormidos, porque se levantaban cabreados y con los ojos llenos de legañas tercas y se iban derechitos a tomar el desayuno con la premura del que tiene que presentarse a un juicio.

Se iban y la Carmen se quedaba frente al fregadero con la esbeltez doblegada de un ser al que se le somete a cámara lenta involuntariamente. Más tarde iba al mercado con la diligencia altiva de la que tiene que defenderse de esmerados engañantes y deprisa, deprisa volvía cargada como una mula y se le señalaban las asas de la chivata en sus dedos laboriosos. Llegaba obsesionada con la ejecución de las viandas y con el monedero apretado bajo el sobaco como si de un momento a otro fueran a pedirle cuentas. Instalaba la olla sobre el fuego y con ojos de tonta miraba el devenir de la llama mientras entonaba canciones en las que ella siempre era la MALA (¡vaya letritas las de esas coplas!).

Aparecían de nuevo los gourmets-comensales y mostraban su atildamiento con un escrupuloso espíritu crítico que les hacía descalificar los platos simplemente porque una pizca de sal hubiera sobrepasado la medida. De nuevo era la hora del jabón y el estropajo, de la loza y la cuchara, de la circularidad del agua que se engullía como un embudo unos segundos preciosos que no aparecían en ningún metro. Y estaba la tarde cayendo cuando los vientres de nuevo se soliviantaban y de pronto llegaba la noche con su cadencia rutinaria de aceite frito. Y el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena eran los cuatro mojones kilométricos que fraccionaban una multitud de escenas invisibles: ir al lavadero y competir con el resto de las mujeres por la pulcritud de las sábanas, dar puntás con la cabeza amorrada mientras la lengua repetía consabidas letanías, blanquear, encender el brasero, cuidar de que no se apagara.

En fin, estar presente todo el tiempo como un zumbido de oídos, como una tiniebla que se cuajara en la frente y es que ninguna, ninguna,  ni LA CARMEN ni Tomasita ni la tía Nati conocían a Doris Lee y ese cuadro (Cherries in de Sun. Siesta) donde hay una negra hermosa tumbada a la hora de la siesta en medio del paisaje, y la mujer sabe lo que es el vino y la lectura y el sabor de las frutas enlazadas y se supone una brisa porque los árboles no precipitan su ramaje en una coreografía excesiva, y un gallo acecha a los pies de la cama como si fuera Pitágoras, y un pajarillo sin nombre culmina la cabecera y los tacones desidiosos indican que ella está cansada de bailar.

Qué distinto del machismo bonachón de la Siesta de Botero, qué ficticio el sueño de la mujer de las uñas rojizas, la boca pequeña y los pies de muerta, qué tormento de minutos sueltos como granos de arena y qué abundante la presencia de la vigilia que tapa su pretendido dormir.

Tal vez fue por ese resentimiento que causa la no contemplación que la tía Nati, harta de trocear coles para que otros se las comieran y harta también de escuchar los jadeos de las águilas bicéfalas, empezó a decir que ellos eran unos flojos, unos verdaderos vagos, inútiles de tomo y lomo. Y la buena mujer no llevaba razón, que tanto Jimmy como el primo Andrés salían todas las mañanas a las cinco a plantar almendros en las tierras del Marqués de Larios y cuando llegaban a casa se tiraban rendidos donde les pillaba el deseo del descanso, y es que cuando ellos habían dao de mano, habían dao de mano. Sin embargo, ellas no sabían cuándo tenían que concluir su faena. Y digo yo que ese resentimiento es lo que había empañado la lente de la tía Nati, que también era Omnisciente o por lo menos eso creía ella, que era una Entrometía y promulgaba aseveraciones castradoras y continuas como una gota calaera, que por eso no querían escucharla y es que su historia no interesaba a nadie, pero aunque así fuera sus palabras desatendidas iban dando su fruto poco a poco:

            Uno, Jimmy, por ejemplo, en su autodefensa esgrimía que en vez de dormir estaba buscando el Tao. Dos, es decir la Carmen, empezó a emular a La Liberté guidant le peuple.




                                             


                                                                              (Fin del capítulo VIII) (Continuará)









domingo, 9 de junio de 2013

Capítulo VIII : La tabla del 2 - 4ª Toma

              

          -Yo quiero mucho a mi niña -dijo Carmen de las tetas negras con esa voz desolada de huérfana que comenzaba a flotar como una pavesa náufraga-. La quiero tanto que pa mí es como si todavía la llevara dentro, aunque haya salío de mi vientre.
            -Es normal -dijo Jimmy y ser normal se convirtió en lo más peligroso del mundo.
            -Pa mí es como si fuera un brazo.

            Entonces es cuando vino la primera cicatriz que marca la posesión, como si fuera una res, y la Reina de la Morralla supuso que la mayor tragedia sería convertirse ella también en un animal de los que manipulan un hierro candente para dejarte grabado el símbolo de su pertenencia (como la Merkel). Y comprendí que Carmen era una simple intermediaria, otra virgen de arrogante manto, manchada la cara por la candelaria y que su Omnisciencia consistía en parecer que lo sabía todo mientras que la de Jimmy se obstinaba en aparentar que no sabía nada, que las cosas se le habían presentado ante sus ojos como los muebles sin que él los empujara. 

            ¿Qué clase de herida era aquella tan inocua, tan transparente, tan sutil y levadiza, pero que sin embargo producía tanto daño? Tenía que salir del Armario de las Ausencias y contarle a Carmen el terrible suplicio que me habían causado con sus proyectos, pero no, no podía decir nada, si ella iba a ser la intérprete de los silencios de Jimmy, ¿qué papel me quedaba a mí? No quería ni pensarlo, mejor guardaría silencio. Seguí allí, escondida, mientras oí los pasos de la pareja alejarse. A la salida, Carmen la de las tetas negras, recién conseguido su título de grabadora, dejó escrito sobre la llave: “El Salón de los Rechazados.” Y, de nuevo, con su mirada que a falta de vocablos utilizaba como un taladrador dejó colgado un cuadro de raro hipnotismo sobre la ventana Este, ventana desde la que Jimmy Estereotipo todos los días miraría el paisaje, porque Jimmy tenía relación directa con el mundo. Y sabía tanto de la calle como de la casa aunque uno de los méritos de su Omnisciencia era hacerse el tonto en lo referente a decoraciones interiores, o no encontrar objetos que tenía a su alcance, y es que entre los objetos también los hay rebeldes y son muchos los que no quieren ir en busca de nadie, esos eran los que Jimmy más detestaba y los que tenía que pedir a voces para que se los acercaran.

            Jimmy & Carmen entraron de nuevo en la Habitación del 2 y pusieron la cama de matrimonio justamente en medio y alrededor una cómoda de cajones infinitos con secretos recónditos donde tenían guardados los sucesos de una intimidad desigual. Después salieron y ya como locos empezaron a instalar mesas en el Zaguán de los Fracasados para cuando viniera la clientela. Mientras tanto, Andrés había estado hablando con Tomasita que quedó rendida ante sus argumentos de docto. Así fue como el gobierno de la Metacasa quedó convertido en un águila bicéfala formada por 2 parejas y de nuevo la superficie quedó transformada por un retorcimiento psicológico en una bicicleta-tándem que siempre estaba parada, porque la conquista del tiempo no llevaba a ninguna parte, quiero decir, a ninguna parte donde cupiéramos todos.

Sólo había una isla que se salvaba de aquel desermagnum egocéntrico y esa era la Casilla del Reloj donde Teodoro y Doña Fuensanta, conscientes de sus limitaciones, de que día a día tenían que pagar el arrendamiento y de las servidumbres que las tradiciones mamadas les imponían, vivían una vida sencilla y sin engaños. No sé yo cómo podían navegar en aquella confusión sin ser contaminados por la ambición desmedida de Jimmy, por la vanagloria del saber pseudecientífico que poseía Andrés, por la inconmensurable dependencia física que tenía Tomasita o por la inseguridad infantil de Carmen  la de las tetas negras; también pasaban del resto de personajes.

            Hasta yo misma me sentía perdida (parecía una pescadilla pelona, esa de piel finísima que se desprende de todas las escamas a la vez para defenderse) y tenía hambre de brújula que me orientara, fue por aquel entonces cuando Teodoro y Doña Fuensanta me enseñaron a dibujar haches para saber dónde me encontraba, haches mudas que dejaba señaladas en las paredes y con las que podía después buscarme a mí misma, que todavía no había hecho la comunión y, por tanto, no tenía reloj.




Arañaba las haches en la cal con una aguja que le quité a la Carmen del acerico. Muy pequeñitas, porque todas mis haches eran minúsculas y silenciosas. Teodoro y Doña Fuensanta, la pareja impar, me dijeron que esa letra no daba ruido y yo quise ser como ella y les hice jurar que no le dirían a nadie que esa era mi grafía y me dijeron que era imposible pronunciar una hache muda. Así que me sentí tranquila porque maravillosamente y gracias a aquellos individuos que parecían muñequillos de la Casilla del Reloj, yo había conquistado mis propios minutos y podía señalar el silencio, y es que el silencio sería mi divisa durante largo, muy largo tiempo, y es que antes de que alguien me callara con altos raciocinios como le había pasado a la Carmen, yo no caería en la trampa de contestar a argumentos ajenos y le seguiría a todo el mundo la corriente como si estuvieran locos, y pensar sería el beneficio silencioso con el que arraigaría mi cordura y la cordura era una planta débil que tenía que crecer entre aquella turbia maraña de intereses creados dentro de la Metacasa.

Porque la Metacasa tenía su propio ritmo alzheimico y si no me quería condenar con una nueva reiteración debería saber permanecer callada. El mío era el Tiempo de la Freza, el de ellos el rutinario tiempo de las tareas encargadas, el tiempo en que cada uno se interrumpe para manifestar su presencia con la abundancia de un volumen. Así, la Carmen permanecía de pie frente al fregadero con la mirada ida dándole vueltas a la circularidad de los platos y al fondo de las ollas y al cilindro de los vasos, y creo que por eso la mujer se hizo neurótica, de estar en contacto con la esfericidad.

Y Tomasita le daba vueltas a los cocidos con la obstinación de una energía contenida, y la tía Nati cortaba en trocitos mú chicos las coles para que otros se las comieran. Y las tres eran practicantes de un arte efímero como el sueño de Jimmy que reposaba en la Habitación del 2 alejado de la lluvia de cantos que los pájaros nos regalaban, y cuando se despertaba sobresaltado durante la siesta siempre preguntaba: “¿Qué hora es?, ¿a qué día estamos?” Y el primo Andrés desde la Habitación de las Ondas le contestaba con los datos precisos que marcaba el Calendario Zaragozano o el reloj de pared que daba campanazos tan molestos y tictases tan absorbentes que nos paralizaba a todos como si fuéramos estatuas con trabajos infinitos, por eso la identidad de los días era inconmensurable y fuera el momento que fuera Carmen siempre estaba fregando platos y la prima Tomasita dándole vueltas a los guisos y la tía Nati partiendo coles.



                                                           (Continuará)











 


domingo, 2 de junio de 2013

Capítulo VIII : La tabla del 2 - 3ª Toma





            Y Carmen la de las tetas negras lo siguió como una autómata y se metieron en la Habitación de la Esperatriz. Y todos los de la Metacasa cuando la vieron pasar le dijeron qué guapa estás Carmen, estás más mujer. Y es que hay experiencias en la vida que te llenan de madurez, el descubrimiento de las Matemáticas es uno de ellos.

            Ya en la Habitación de la Esperatriz Jimmy Sailor dijo que lo mejor era poner una mesita redonda frente a la Ventana Este para que así él pudiera tomar café tranquilito mientras echaba un cigarro y le diera el aire en la cara, que siempre es bueno, porque eso hace que las reflexiones sean más frescas, y es que él tenía una tarea inconmensurable: iba a ordenar el mundo. Sí, iba a hacer estrictas ordenaciones como Carl von Linné y después todos nos podríamos aprovechar de sus hallazgos. Jimmy Sailor ¡joder! era un altruista. Así es que lo mejor era poner una hornilla pegada al Armario pa que Carmen friera churros por las mañanas y los vendiera.

            -Pero Jimmy, ¿no te parece mejor que pongamos la hornilla al lao de la ventana y así pueda salir el humo a sus anchas y la mesa aquí? -dijo la Carmen señalando el centro de la habitación.
            -Es que entonces no puedo ver el paisaje, ¿no te das cuenta, mujer?, ¿es que no me tienes ninguna consideración? -dijo Jimmy ¡joder!, que como ya se ha visto tenía una relación muy genuina con los muebles y es que todos los colocaba a su alrededor como si él fuera el centro del mundo, el rey Sol o el Planeta Tierra cuando vivíamos equivocados por Claudio Tolomeo. Jimmy, desesperanzado por las terquedades de su mujer, se sentó sobre el Baúl Inspirado y se quedó mirando a su esposa con una tristeza infinita porque en el fondo él era un genio incomprendido, un pequeño príncipe destronado por los caprichos de la Carmen, y es que la Carmen era una caprichosa, ¡tan lujosa ella!


"De todo quedaron tres cosas" obra de la escultora Isabel Reyes Lillo


            -Pero Jimmy -dijo la Carmen con un susurro- ¿no te das cuenta de la zorrera que se va a meter en la casa si no dejamos salir el humo a sus anchas? Y si ponemos el hornillo frente al ropero nunca se podrán abrir las puertas ni se aireara la ropa que tiene guardada la tía Lola desde hace siglos.
            -¿Seguro que tampoco te parecerá bien que recubramos la habitación de espejos para que parezca más amplia? -afirmó Jimmy narcisillo que no le gustaba que le pusieran avispas en los cojoncillos.

            Carmen, la Carmen, de España y no la de Mérimé guardó silencio y comenzó a devorar palabras. Las palabras que no nacen son como cuerpos tiernos que masticamos contra nuestra voluntad, y mientras masticaba recordaba que ella era una persona de carne y hueso, que tenía que comer todos los días, que estaba sola en una ciudad desconocida y que el único documento que tenía era el libro de familia. Agachó la cabeza, sopesó la profundidad de la muerte de Angustias y dijo con silbantes eses propicias para los susurros, pero ofrecidas para andar y resbalarse por un laberinto de exhibicionistas:
            -Se hará lo que tú digas.
            -Me alegra que por una vez en tu vida seas lógica –dijo Jimmy licenciado en lógica-. Yo sabía que tarde o temprano ibas a darme la razón. Lo sabía, lo sabía...

"De todo quedaron tres cosas" Obra de la escultora Isabel Reyes Lillo


            A través del Armario La Reina de la Morralla escuchó esas palabras repetidas e instintivamente se le pusieron los pelos de punta: Jimmy Sailor era un Sabelotodo. Fue la primera vez que ella escuchó hablar de usted o ustedes, de esa forma tenebrosa de leer el pensamiento ajeno y que hasta entonces le había pasado desapercibida, y es que Jimmy Sailor era tan gracioso y tan apuesto que no daba la sensación de poseer un poder tan absoluto. Y usted entró en la vida de la Reina con letras mayúsculas: la Omnisciencia. Sintió miedo y un olor dulzón le invadió el rostro.

            -¿Dónde estará la niña? -dijo Carmen la de las tetas negras y a la Reina le extrañó como una puñalada aquella pregunta, ¿por qué se acordaba de ella si no era la hora de la merienda, ni de la cena ni de ninguna comida, ni la hora de lavarla, ni la hora de dormir o la chiflada hora de rezar?
            -Hemos tenido suerte de tener una hembra -requeterazonó Jimmy-, al principio no me hizo gracia, pero ahora me doy cuenta de que es lo mejor, ya tenemos quien nos cuide de viejos. Van a ser años duros donde tendremos que trabajar como esclavos para tener nuestra propia casa, después estaremos cansados y con una hija siempre nos sentiremos recogíos, por lo menos tendremos quien nos limpie el culo.

            En el pecho de la Reina sonó el oscuro y apagado sonido de unas túnicas y de pronto se vio metamoforseada en una quitasangre, por supuesto sonaron bocinas tristes como anuncios de fracaso y sobre su cabeza una corona de orfebrería espinada marcaba su misión. Llegaron las campanillas y después los tambores: pron, pron, pron. Taaan tan, tantataaanta, tarananara tanaranara taranaraná, pun, pun, pun. Las cornetas rayaron los faroles y el palio empezó a bambolearse, sin darse cuenta la acababan de llenar de puñales y resplandor. ¡Arriba el trono!, ¡al cielo con ella!, ¡guapa, guapa, guapa para nada! Ni que decir tiene que una saeta quebró su corazón. Diiiindo, diindodindo, diridiridiriridiririrí. Pum, pum, pum.* (Consultar R.V. Faibleman: Principles of solfeum fataliste der nazarenum) por supuesto en alemán, como manda la señora Merkel, ¡uf! ¡uf!, mientras se construyen islas tropicales en Krausnick para parecerse a esos países del sur, Sur, Sur.



                                                                       (Continuará)