domingo, 25 de agosto de 2013

V







                        Engañan las playas,
                        arenas de oro,
                        todo el mundo resplandece,
                        alberga la humildad de su belleza.
                        Apetece nadar,
                        tomar un zumo,
                        dibujar con sencillez una caricia.









domingo, 18 de agosto de 2013

Capítulo IX - Locura : 4ª Toma



          -Ahora te voy a enseñar a dormir -le dijo muy suavito-. Venga, échate -y mi madre le hizo caso y se acurrucó sobre sí misma y agarró fuerte la manta temiendo que se la quitaran-. No seas tonta, nadie te va a hacer daño y ya no tienes frío, ¿verdad que no?, además yo voy a dormir contigo, conque déjame sitio -mi madre le sonrió como una imbécil-. Cierra los ojos y no pienses en nada.
            -¿Eso cómo se hace?
            -Igual que cuando te abres de piernas. Lo mejor es abrirse y si ves que te van a hacer daño ábrete más y más y más, con la cabeza pasa lo mismo, tienes que abrirte. Ábrete más. ¡Coño, te he dicho que te abras! -dijo Mari Polvo, y es que a veces a los sin-luces hay que darles un par de voces para que espabilen-. Y no te encojas cuando alguien te grite, que nadie te vea asustá y sobre todas las cosas no sufras. Tú no sufras.
            -No puedo dejar de pensar en mi niña, en mi Inesita.
            -Tú no tienes ninguna niña con ese nombre.
            -Sí, sí que tengo.
            -Bueno, pues olvídala aunque sea por un momento. Verás como después te alegras, la noche que sepas olvidarla a ella y a todos los que te rodean podrás encontrarte a ti misma en las regiones del sueño.
            -¿Cómo se olvida?
            -Ábrete, no tengas miedo del color negro.
            -¿No?
            -No, negras son tus tetas y fíjate qué hermosas son.
            -Algunas veces...
            -¿Qué?
            -Algunas veces me parece que me voy a tirar por el balcón sin darme cuenta.
            -No tengas miedo del miedo ni de la profundidad de la tierra ni de las ventanas subterráneas ni de los lugares comunes por donde hay que andar con paso firme si queremos que nos respeten.
            -¡Qué cosas más grandes dices siendo una simple puta!
            -Tú también puedes decir cosas grandes con palabras pequeñas, nunca nos harán una estatua como a Séneca o Maimónides, pero ¿qué más da?
            -Eso no se sabe Mari, que los destinos del barro son inescrutables y el barro es mú barato, conque cualquier día una loca como yo nos representa.
            -Ahí llevas razón, lo mismo hasta lo han hecho ya y no nos hemos enterao.
            -¿Has visto que hablo mejón?
            -Si ná más te hacía falta que te dieran confianza. Venga, ¿no tienes sueño?
            -Sí, pero antes dame un buchito de agua.

            Y Mari Polvo le dio un vaso cristalino con agua de la Al-jaima, fuente lejana y sabrosa en medio del campo donde el viento mecía a los árboles con rumores de olas pequeñas.

            -¿Te has hecho amiga del vacío?
            -Me estoy dando cuenta de que el vacío es como la concha de un mejillón.
            -Y como el cielo en la sierra de los olivares.
            -Y como los ojos de la Esperatriz.
            -¿Te has hecho amiga ya del vacío?
            -Sí -dijo madre bostezando y se fue, se fue, se fue a las regiones del sueño.

            A la mañana siguiente Mari Polvo preparó un tazón de café con leche y lo llenó de sopas, cuando se cruzó con Jimmy Sailor en el pasillo le dijo con mucho desdén:
            -Buenos días, marinero. Voy a coger unos calcetines limpios pa tu mujer.
            Y Jimmy le preguntó:
            -¿Te ha dao las llaves de la cómoda?

            Y es que mi Jimmy, que por lo visto tenía muchos prejuicios, no sabía lo que era el respeto de la intimidad de cada uno de los personajes y era mú desconfíao y sus dedos le parecían huéspedes, sus dedos sólo, porque de mí se olvidó, que aquella noche la pasé yo con Currito-Tirachina que estaba lleno de churretes y me enseñó su boquerón victoriano. Bueno, pues Currito-Tirachina fue el que me dijo que la ventana de la Bichambre la habían abierto y me fui corriendo corriendo a ver qué pasaba.

            Pasaba poca cosa, mi madre estaba desayunando envuelta en un mantón de manila donde había bordados libros antiguos de los que no conocíamos los títulos, y plumas de colores y tinteros como iris y Mari Polvo entre risas le decía: “El hombre es de donde nace, la mujer de donde va, ese refrán me lo ha dicho un cliente mío llamado Macero, conque déjate de llorar por tu tierra y por tu madre que ya no eres una niña chica”.

            Yo estaba asomada a la puerta y Carmen la de las tetas negras al verme abrió los brazos y gritó:
            -¡Ay, mi Inesita! -a mi se me iluminó la cara, entonces ¿resulta que su Inesita era yo?
            -¿Ésta no se llama Irene? –preguntó Mari Polvo.
            - ¿Irene? Si solo fuera Irene. Se llama Irene Federica María Inés de Singapur y Grecia.
            -¿Tó eso pa una niña? ¿No es un traje mú grande pa tan poco cuerpo?
            -Pa que tú veas. Ese es el nombre que le puso el padre que siempre ha tenío delirios de grandeza. A mí me gusta Inés, Inesita, ná más,  Inés que es más sencillo. ¡Ay, mi niña! ¿Qué le quedará que pasar? -dijo mi madre y desde ese día en el que se dio cuenta de que yo sencillamente existía me llevaba a todas partes o a casi todas. Es que no hay nada como dormir bien, la gente cambia mucho cuando no tiene pesadillas.




                                                                       (Fin del Capítulo IX. Continuará)




domingo, 11 de agosto de 2013

Capítulo IX - Locura : 3ª Toma



         Y Mari Polvo cogió a mi madre y la metió en la parte luminosa de la Bichambre. No sé cómo cupo la pobrecilla porque la tenía abarrotá de Mariquitas Pérez, de cojines fucsias y naranjas que hacían juego con un coral enorme y blanco que le había regalao un hombre en el Peñón del Cuervo, y decía Mari Polvo que ese hombre salía del mar con el pecho herido por las medusas y al darle el coral enorme y blanco le dijo: “El blanco albor latente, medio desfallecido se derrama, perdido sobre la fría fuente de la sombra.” La verdad es que hay gente pa tó, gente rara por el mundo. Vaya, que sí hay.

En fin, que junto al coral y los cojines y las Mariquitas de los cojones, también tenía la foto de un hombre reipenao que parecía un actor de la Metro y dos boas de pluma y un montón de medias con los puntos saltaos colgás de una alcayata, y un par de ligueros y una estampa de la Magdalena leyendo pintada por Roger van der Weider y debajo un poema tonto con letra de emulación como la de las niñas cursis de los colegios de pago:

                                   Madre de los libros,
                                   así como las hojas,
                                   delgada,
                                   llueve la pasión del vuelo.
                                   Dormir es el placer
                                   de sabios, madre.
                                   Andar bajo la protección
                                   de tu manto literal,
                                   almorzar sopa de letras,
                                   beber leche
                                   de cuentos sin fin.
                                   Jamás profanar tu nombre
                                   con una comparación trillada
                                   como la de ese Proust
                                   tan señorial.
                                   Magdalena, tierno nombre,
                                   arrodillo mis historias
                                    bajo tu escudo.
                                   Madre de los libros,
                                   así como las hojas
                                   delgadas,
                                   y elegantes
                                   lloveran las creaciones
                                   nuevas.




            También tenía colgado encima de la cama un rosario hecho de garbanzos cuyo final no era una una cruz sino una chatarrería de coquinas que formaban una concha grande. Vaya, una macro-concha hecha de micro-conchas.

            -Toma esta manta y siéntate en ese sillón.
            -¡Coño! -dijo mi madre al pincharse con el acerico.
            -¡Qué mal hablá eres!
            -¿Tú que vas, a corregirme ahora? No creo, ¿no? No te vaya a pasar como a mi marío que piensa que me chupo el deo. Que yo te noto cuando vas de farol y sé, lo mismo que tú sabes, que las palabras se han hecho pa defendernos. Conque no me vayas a tocar ni una línea -dijo mi madre con una profunda violencia y una breve clarividencia, tan breve como un destello.
            -Usté perdone Señora Escribana -dijo Mari Polvo mientras entró en un meticuloso arrangement, muda que te muda cojines y Mariquitas hasta que dejó la cama libre-. Voy a poner agua a hervir pa que entres en calor -y Mari Polvo se fue a la cocina mientras mi madre entró en una aguda idiotez y empezó a balancearse como si meciese a un ser invisible.
            -¡Ay, mi Inesita! -decía-. ¡Ay, mi corderito!, ¡Ay, mi niña chiquitita! ¡Ay, ay, ay!

            ¿Quién era esa Inesita que yo no conocía?, ¿quién era esa niña que siendo invisible era más querida que yo? Sin pensármelo dos veces me solté de la mano del farsante Jimmy Sailor y me fui a la calle. Lo que sé, lo sé porque me lo contaron, que yo no lo vi con mis propios ojos, conque debo confesar que no sé a qué omnisciencia pertenece. Pero para mi parecer que hay que respetar la intimidad de los personajes aunque estos sean tan ordinarios como La lozana andaluza:

            Mari Polvo con el pico de una toalla rosa lavó el cuerpo enajenado de mi madre y después le dio unas friegas de alcohol, y se detuvo especialmente en las piernas temblorosas, con fuerza masajeaba sus muslos que parecían un flan y de vez en cuando le preguntaba ¿estás mejor? Y mi madre movía la cabeza asintiendo levemente. Dicen que estuvo más de una hora sacándole el nerviosismo de dentro. Cuando Carmen quedó quieta Mari Polvo salió de la habitación y le trajo un buen tazón de caldo del puchero que había hecho Tomasita con un pollo que le había prestao Doña Fuensanta que se lo había traío Teodoro  que se lo había encontrao en la alacena de la Señora María que lo tenía allí para guisárselo así a su marío Don Romeral, el jefe de la carpintería, en pepitoria.

Mari Polvo le dio el caldo a mi madre como si fuera una niña chica y mi madre lo comió con ojos extraviados mientras no paraba de preguntar por su Inesita, su corderito dulce que era tan cariñosa con ella y que era tan modosita. Cuando acabó de comer, Mari Polvo le limpió la baba con una servilleta a cuadros con una inicial de pertenencia de esas que gustan a los posesivos. Y le habló:



                                                                                                        (Continuará)





domingo, 4 de agosto de 2013

Capítulo IX - Locura : 2ª Toma



Mi padre, al ver el tinte que estaban tomando los acontecimientos decidió ir en nuestra búsqueda y a mí me dio dos cachetes en el culo y a mi madre la quiso meter a empellones en la Metacasa, pero mi madre no se dejaba, que empezó a sacar la lengua y a decirle: “Monárquico de mierda, marinero de poca monta, pinche ladrón, guarro, que te crees mú listo porque tienes una gorra de capitán”.

Yo seguía dando saltos y más saltos intentando seguir el ritmo de esas voces profundas y liberadoras como el canto de los tontos o mejor, el ritmo de los verdiales. Y es que la voz de mi madre era profunda, le salía del estómago, era profunda y ataviada de libertad: “Majarón, que eres un majarón, que siempre me la quieres meter doblá”, le decía a mi padre que vio con espanto cómo se abrían las puertas de los vecinos y todos se quedaban mirando el espectáculo.

 La calle brillaba como si fuera une rue de Paris, temps de pluie. Sí, ¿no recuerdan ustedes ese cuadro de Gustave Caillebotte donde refleja el centro del quartier de l´Europe y que tanto gustó a Émile Zola, ese escritor que describe tan bien los puestos de los mercados? ¡Ah, los mercados con sus puestos imponentes, verduleras que hacen extrañas signaturas a los melones y sandías. Pescaderas con las tripas de los jureles en la mano. Carniceros de mandiles sanguinolentos! ¡Ah, los mercados abstractos y oscuros igual que negros estanques como aquel que inventó Schuman, no el ingenioso músico de delirios exacerbados sino el otro que quiso reagruparnos a todos como un Carlos V de las finanzas! ¡Ah, mi madre perdida en el laberinto del mercado de la Atarazanas como el que se pierde en el obtuso laberinto de Cuevas de Almanzora! ¡Ah, los laberintos de setos de Versalles! ¡Ah, Versalles y su bosque! ¡Ay, el bosque, el Bois de Boulogne con sus barcas, los pinos de Torremolinos, los pinos de camino a Mazagón! ¡Ay, las piñas y los piñones en el crujir de una hoguera por la noche cuando las salinas deslumbran la oscuridad! ¡Ay, la oscuridad, la penumbra y el vino y la borrachera! ¡Ay, en eso que está llegando Mari Polvo y cuando se encuentra el plan se pone a reír como una posesa!


Pandero y sombrero de los verdiales.


            -¿Qué pasa? -pregunta con tono del que despierta de una soñarrera, y es que venía pensando en sus cosas y dándole vueltas a su bolso de escay, ella también estaba metida en una reiteración.
            -¿Qué va a pasar? Que me he partío la pierna -contestó mi padre ante la expectación de los vecinos que se reagruparon indiferentes a la lluvia; y es que la gente es mú cotilla.
            -Tú no me interesas, ya sé que a ti siempre te pasa algo. Cuéntame de éstas, dime, que están desencajás como si las hubiera pintao Picasso.
            -No nombres a Picasso, que es un hijo de puta y un mal nacío que no reconoce a su tierra y ná más sabe hacer garabatos como si fueran churros -mi padre es que cuando se le rompía algo se ponía de muy mal humor. ¡Ah!, y de nuevo salieron los sempiternos churros.
            -Di, ¿qué les pasa?
            -¿No lo ves? que se le ha ío la cabeza a la Carmen.
            -Pero, ¿por qué?
            -No sé.
            -Uy, uy, uy, tú si lo sabes.
            -Él sí lo sabe, él si lo sabe, él si lo sabe, él si lo sabe -me puse a gritar como endemoniada.
            -Niña, cállate, que eres una mosca cojonera -dijo mi padre y me dio un coscorrón.
            -Venga, díme qué le pasa a la Carmen.
            -Ná, que dice que yo no he respetao su luto.
            -Y yo bien que he cumplío en el entierro de tu padre -gritó mi madre como una repentista, al fin y al cabo a la narradora se le ha olvidado decir que se le ha muerto un personaje. ¡Vaya narradora de mierda!
            -Ahí lleva razón -dijo Mari Polvo que se había pasao todo el duelo aguantándose la risa y es que a mi abuelo Ramiro le pusieron un puñao de flores al pie de la caja y dos gladiolos rojos apuntándole a los huevos. Que tiene mérito aguantarse la risa cuando estás toda la noche velando a un desconocío que a ti ni fú ni fa y encima es un ridículo fantoche que no ha hecho ná por nadie por mucho que lo quieran mejorar con el maquillaje de la Parca y el respeto que se le debe a los desaparecíos.

            Y Mari Polvo se echó a reír cuando se acordó del viejo Ramiro Sánchez, pobrecito él, pescador que presenció el incendio del Palacio de la Aduana, el derrocamiento de la estatua del Marqués de Larios allá por 1931 y que fue sustituida por un obrero desnudo, el incendio de la calle Larios en 1936... Pescador de musarañas, zurcidor de redes ocres, recogedor de botas viejas, de chanquetillos diminutos y que un día, dicen, se folló a una sirena.

            -No te rías de mis muertos -dijo mi padre que se estaba volviendo algo quisquilloso.
            -Me río de los míos, ¿por qué no me voy a reír de los tuyos? -respondió Mari Polvo.
            -¡Ay, por Dios! -se persignó la Engracia que era una vecina mú floja que tenía los brazos mú pegaos al cuerpo como si fuera una marioneta.
            -Ni por Dios ni por la puta la Virgen -contestó Mari Polvo que aquel año había visto las procesiones desde el palco de autoridades, que la invitó un querío suyo de mucho rango y se dio cuenta con otro par de maricones amigos suyos que eran invitaos también, ya sabéis los ricos se juntan con tó el mundo, de que los santos son estatuas sin cuerpos.
            -A estas tías lo que les hace falta es un pollazo -dijo Vicente el falangistín que tó lo arreglaba con la misma medicina.
            -Tú, Vim Laven, métete en tus cosas. Díme de qué presumes y te diré de qué careces -contestó Mari Polvo que estaba a la última y además sabía poner los refranes como si fueran banderillas.

            Mi madre seguía tragando agua y empezó a cantar un lalaito muy suave, siempre sospeché que Carmen la de las tetas negras iba contra corriente y encerraba mucho, y que el día que dejara abierta la compuerta de las confesiones íbamos a recibir una versión muy distinta de los asuntos que habían conformado nuestras vidas:

            -Que eres candil de calle, oscuridad de casa -le dijo a mi padre- y un embustero de tres al cuarto, que nunca hemos estao en Singapur, cabrón, que me haces ser cómplice de tus mentiras salvajes, mentira sobre mentira pa ná. ¡Trolero, que eres un trolero!
            -¿Torero, yo? -dijo mi padre que por lo visto estaba mal del oído y nunca había escuchado a nadie aunque yo no me había dao cuenta hasta entonces.
            -¿Nos has engañao a todos? -dijo Vicente exaltado como un alférez pelotilla.

            Mi padre se puso colorao como un tomate cuando vio estrecharse el círculo de los vecinos como la soga de una víctima en un linchamiento.

            -Mi mujer está loca, está loca, no le hagáis caso. Mirad, mirad a la niña -y me cogió a mí de malas maneras-. ¿No veis que tiene cara de china?
            -Po sí que lo has arreglao -dijo Mari Polvo y de nuevo se echó a reír.
            -No te rías más -ordenó mi padre que resultaba ser un poco dictador, la verdad es que aquel día no ganábamos para sustos, no teníamos bastante con la declaración de locura de mi madre que ahora, encima, venían las manifestaciones de tiranía de mi padre que siempre había sido tan comedido, ¿o no?
            -¡Qué coño te pasa a ti con la risa, cara de hiena? ¿Qué, eh? ¿Que si no eres tú quien te ríes no te hace gracia la cosa, verdad? ¡Anda ya, desaborío, que tienes más mala follá que Bergson -dijo Mari Polvo, que no era tan ignorante como parecía-. Y tú, Carmen, ven acá pacá, que te voy a arreglar el cuerpo. Señores, adiós mú buenas, cada uno a su casa y Dios a la de tó. Tú, mentiroso, hazte cargo de la niña y trátala como carne de tu carne aunque tenga cara de vietnamita. Venga, pa dentro.




                                                                                              (Continuará)