domingo, 29 de septiembre de 2013

Capítulo X - Relaxing café con leche : 2ª Toma



               Las amigas de la Cuca eran Mojoncita y Coliflor que venían acompañadas de Madame Couvercle. Mojoncita había venío a Málaga porque se había enterao de que en la calle Córdoba, frente a la Caja Nacional, habían puesto un economato militar donde se podía comprar mú barato, así que ella y su amiga se hacían pasar por mujeres de guardias civiles y llevaban las chivatas llenas.

Mojoncita y Coliflor venían peleás entre ellas, decía Coliflor que no le gustaba ir a comprar con su amiga porque tardaba mucho tiempo en decidirse, y es que Mojoncita miraba las latas de atún como si fueran vangoses.





La verdad es que Mojoncita era una contemplativa con ojo de pez. Mojoncita estaba casá con Apretoncito que era un estreñío y se pasaba el día en el retrete, debido a la deficiencia del obturador se fue aficionando a mirar al suelo y a apreciar los dibujos arbitrarios que se forman en la porla, es decir, cemento (en inglés Portland).

Así que Apretoncito era otro contemplativo, pero él de la abstracción más pura. Bueno, lo cierto y según contó Mojoncita ahora el muchacho estaba empezando a apreciar el arte figurativo desde que se descubrió una almorrana (en francés Hémorroïde) que parecía una rosa.

Coliflor no paraba de asentir mientras su amiga hablaba, sólo de vez en cuando emitía un “sí” repentino y destellante como su blancura fresca de recién llegada-Verdurin. Su voz era tan chillona y esplendente como un flash. Coliflor estaba enamorada del cura del pueblo que era del Opus y le llamaban Don Pelo, porque era más negro que un pelo de la entrepierna o que una película velada debido a la sotana.

Bueno, pues este Don Pelo del Opus no tenía un pelo de tonto, le decía que se iba a casar con ella, que iba a dejar los hábitos y que se metieran los dos juntos en el confesionario pa levantarse las faldas. Cuando Coliflor accedía y entraba en el foto-matón y después de haberse corrío como un señor se ponía a darse golpes de pecho y a decirle que se sentía devastado, que él se iba a perder por su culpa.

Mojoncita no paraba de asentir como un flood mientras su amiga hablaba y le decía que era tonta y Coliflor le contestaba que no, que Don Pelo sufría mucho, que era hipersensible y por eso y como penitencia después del desahogo se daba veinte latigazos con el rosario. Entonces habló Madame Couvercle y dijo que eso le causaba placer y era una forma de reconocer su libido aunque fuera hiriéndola.

            -¡Coño, de adónde habéis sacao a esta tía tan fina? -preguntó la Cuca mientras analizaba su halo plus-que-parfait.

            Mojoncita respondió que era una Señora que venía de las Galias y que estaba casá con uno que se llamaba  Jean Paul Sastre y que tenía un stand en no sé qué supermercao, sería uno de tantos que ella conocía, quién sabe, lo mismo era la Galerie La Fayette. Madame Couvercle llevaba un turbante en la cabeza y fumaba en boquilla, yo creo que por eso a mi madre le cayó bien desde el principio.

            -¿Y qué quiere decir eso de Couvercle? -preguntó Tomasita con la frescura y algarabía propia de una bacante.

            Se miraron unas a las otras y no supieron qué responder, entonces Madame sacó de su bolso un libro que contenía todas las palabras, y además por orden para que no te pierdas. El libro se llamaba DICCIONARIO y es mucho mejor que la Biblia, os lo aconsejo, nosotras desde luego nos quedamos maravilladas.

            -Tapadera, Couvercle significa tapadera -dijo la franchute.
            -¡Ah!, pues aquí entre nosotras te llamaremos Tapaderita, ¿vale? -dijo la Cuca que tendía a positivarlo todo.
            -Vale. Hay que aceptarlo todo, estamos en mayo y en el 68, somos libres -dijo Tapaderita con el fermento propio de una sémiotiké.
            -¡¡¿En el 68?!! Pero si aquí vivimos como en la Edad Media -dijo mi madre con desesperación, que ya había empezado a se ronger les ongles y cuando mi madre empezaba a comerse las uñas era capaz de llegar hasta el codo sin darse cuenta.
            -Ah!, pero eso tiene solución, vayamos en busca del tiempo peRdido -dijo Tapaderita, la de las erres suavizadas.

            En eso que llegó el camarero y nos preguntó que qué queríamos de mú malas maneras como si le molestara que estuviéramos allí. Tomasita como todavía le guardaba el luto a su marío a pesar de que habíamos avanzao un porrón de años en una mijilla, se pidió un solo. Tapaderita también, decía que los existencialistas deben tomar café negro, la Cuca un corto como el cipotillo que decían que tenía, mi madre un mitad porque ella sí que era tout à fait bilangue. Coliflor se pidió un sombra como los lugares recónditos donde hacía el amor con el cura y a mí me pusieron una nube porque era chica y vaya que el café me quitara el sueño.


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Vocabulario popular malagueño de Juan Cepas:
Café : Dada la afición que hay en Málaga a tomar café, se ha ido formando todo un catálogo de formas de tomarlo, como por ejemplo: "largo", "mitad", "corto", "sombra", "nube", etc... según la intensidad o cantidad de café que haya en la taza, llegando a sustituirse el sustantivo por el adjetivo.
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 Mojoncita no sabía qué pedir y es que se quedó mirando los vasitos que había dibujados en la pared y por poco estamos todavía allí esperando a que se decida, al final y tras mucha reflexión se pidió un té, porque además del vaso te ponían al lao una cafeterilla chica y así la mujer se entretuvo contempla que contempla aquel extraño bodegón sobre la mesa de mármol.

            Empezó pues la hora de nuestro relaxing. Empezamos a libar suavemente de nuestros respectivos líquidos y Madame Couvercle nos miró a todas con un aire de superioridad un tanto periscopada que molestó a nuestras respectivas sensibilidades de desconfiadas paisanas. Mi madre, que desde que dormía bien mostraba una relatividad admirable, fue la primera en tomar la palabra:

            -¿Qué es lo que le ha detenío a usté el parpadeo? -le dijo con una enigmática sonrisa en la cara, como si fuera una modelo empecinada en esconder sus abismos mentales.
            -Es que está haciendo trabajo de campo -se apresuró a decir Mojoncita con una velocidad de 1/2.000 seg., y es que no quería grietas entre el círculo de sus amistades.
            -No tiene manos de campesinas -señaló la Cuca, corrosiva como el ácido sulfúrico. Si esa escena se hubiera producido hoy diría que Mari Polvo estaba un poco celosa, pero es que entonces yo no sabía lo que eran los celos.
            -No se inquieten ustedes -dijo con desenvoltura Simona-. He constatado que tanto Monjoncita como Coliflor tienen la cara llena de tizne, que Tomasita lleva las cejas pintadas y la delgadez oscura de Edith Piaf, que la Cuca luce en la camisa dos letras bordadas, que Carmen lleva las uñas color azafrán y que la niña tiene clase.
            -¿Qué quiere decir con eso de que mi niña tiene clase?, ¿la está llamando puta?
            -No, no, no, pas du tout, pas du tout. Quiero decir que está llena de posibilidades.
            -Es joven, no va a estar llena de fracasos -respondió la Cuca que se puso a la ofensiva, mientras se sacaba el pañuelo con sus iniciales y se limpiaba las gafas.
            -No te molestes Mari Polvo, esta mujer lleva razón. Fíjate en los churretes de Monjoncita y Coliflor -dijo mi madre mientras contemplaba sus propias manos y las comparaba con las de Tapaderita.
            Mari Polvo le dio un sorbo al café y se iba a poner las gafas cuando Simona con mucha delicadeza se las cogió.
            -No creo que las necesite usté. Mire, mire ahora -dijo Simona brillante, cultivée, intelligente, ardente.

            La Cuca reconsideró su actitud y se mostró amable con Tapaderita, había escuchao en alguna parte que las rosas de papel también duelen.

            -¿Por qué lleváis esa cara? -preguntó la Cuca.
            Monjoncita y Coliflor se pusieron rojas como amapolas y balbucearon palabras incomprensibles.
            -No tengan ustedes miedo -dijo Tapaderita que por lo visto le hablaba a todo el mundo de usted-. Pueden decir lo que quieran, aquí nadie les hará daño -la verdad es que hablaba como una ginecóloga que hubiera hecho un curso de esos que dan los psicólogos para humanizar el trato con los pacientes.

            A Tomasita le empezaron a temblar los labios como si fuera ella la que hablara y mi madre, expectante, no pudo contenerse más y le cogió un cigarro rosado a Simona, y es que Tapaderita tenía cigarros de todos los colores como si se los hubiera regalado Onassis, la cajetilla era azul y en letras blancas ponía Gitana.

            -Es que ha empezao la temporá de la Zafra -dijo Mojoncita polarizada.
            -¿La temporá de qué? -preguntó mi madre mientras echaba el humo con la elegancia de una liadora de puros cansada de que le lean el Quijote cuando la Havana y la little Havana sólo le ofrecen respeto de jinetera.
            -La de la recolección de la caña de azúcar.
            -¡Ah, y en qué consiste eso? -preguntó Tapaderita con verdadero espíritu científico, cualquiera diría que estaba buscando el valor de pi.

            Todas estábamos abiertas a las palabras de Mojoncita y Coliflorcita y sin embargo ellas tenían un sapo en la garganta. Y se encogieron como alcayatas y permanecieron indecisas como si de pronto hubieran caído enfermas por el efecto Sabattier. Tomasita las despertó con su cucharilla inquieta que no cesaba de agitar el café, que ya era un torbellino nocturno, solipsista y digital.

            -Cuñá, estate quieta, ¡por Dios! -dijo la Cuca-. El azúcar ya se ha diluío de sobra.

            Al decir “azúcar” los cuerpos de Monjoncita y Coliflor se movieron drásticamente, en vez de sangre parecían látigos sus venas pequeñas.

            -La vida es un laberinto, hay quien los construye con setos, hay quien no tiene más remedio que hacerlo con mierda.
            -Lleva usté razón, querida Mojoncita, no todo el mundo es el Rey Sol ni vive en Versalles -dijo Simona.
            -Mi amiga quiere decir que no es fácil salir de la Zafra, ayer le prendieron fuego y aprovechamos el humo para escaparnos, si olemos a quemao ya sabéis por lo que es -dijo Coliflor mientras arrugaba la nariz como si estuviera ante un tarrito de virador sepia.
            -Bueno, dejad a las muchachas en paz, aquí hemos venío a pasar un buen rato, no a rascar las heridas -dijo Mari Polvo dispuesta a rajar el reticulum de las analogías y darle coces al Caballo Alado, a Andrómeda y a la mismísima Hidra.
            -Pero... -dijo Tapaderita, la de las erres suavizadas.
            -No hay peros que valga. Mire usted, le voy a dejar las cosas claras -dijo Mari Polvo con mucho aspaviento a sabiendas de que a la gente culta no le gustan los gestos excesivos-: la vida no se puede tomar como si fuera un experimento. Nosotras no somos ratas de nadie y hasta las bufonas tienen derecho al voto, conque más respeto.

            Entonces se hizo un silencio limpio, parecía que lentamente navegara una zambra por encima de sus cabezas dejando las estelas cuidadas del cariño. En eso que se nos acercó Mari-Match y dijo que si le queríamos comprar unos décimos, que eran de la administración de la Oveja negra. Cogieron sus monederos como si fueran pistolas y la Cuca se puso a mirar los números y le preguntó por la salud, por lo visto la conocía de no sé qué. Compró uno acabado en 13 y dijo que nos lo repartiéramos a ver si teníamos suerte y salíamos de la miseria. Todas pusieron su nombre alrededor y juraron dividir el premio a partes iguales, la depositaria sería... Se pusieron a decidirlo y mientras tanto Mari Polvo le dijo a Mari-Match que si quería un cafelito que se sentara con ellas, pero Tomasita saltó muy ofuscada:

            -Yo no me tomo un café con esta ciega que no ha visto un pijo en tó su puta vida -dijo la Ninfo-Tomasita que no estaba dispuesta a tratar con minusválidas, eso dijo. Vaya, vaya...  Vaya, vaya con Tomasita y sus juicios sumarísimos llenos de precaución y miedo al contagio. Vaya, vaya, ¡Qué típico de los 70! ¡Ay, Dios mío!
            -¡Cuñá, qué exquisita te has vuelto desde que te dan paga de viuda! Tú no eres quién pa ofender a mi amiga -Mari-Match bajó la cabeza y dijo que por ella no discutieran-. Si discutimos por tó por qué no vamos a discutir  por ti? -dijo Mari-Polvo que sin quererlo y aún sin asumirlo ya preguntaba a la francesa. La verdad es que se estaban interinfluyendo sin darse cuenta-. Anda, siéntate y dime qué sabes de las compañeras -preguntó la Cuca, y al decir compañeras se refería a las amistades que hicieron en no sé qué comisaría un día de no sé qué año en que hubo una redada y cayeron toas como boqueronas y se rencontraron tras los barrotes que parecían de chocolote aunque eran herrumbrosos.





                                                                                  (Continuará)



domingo, 22 de septiembre de 2013

Capítulo X - Relaxing café con leche : 1ª Toma




     Creo que hay algo de razón en eso de que tiene una que ser cuidadosa con la intimidad de sus personajes porque ya está el mundo, las burdas palabras de las vecindonas y el comentar de los hombres para quitarle elegancia a las amistades. Las mujeres dijeron que tanto Mari Polvo como Carmen la de las tetas negras se pasaron la noche tocando el piano. Los hombres fueron un poco más lejos: dijeron que nada de música, que las vieron pasear por el barrio del Chupa y Tira. Y el mundo, en fin, poco acostumbrado a sincronías y atendiendo a la antigua costumbre de fragmentar todo hasta hacerlo añicos, le cambió el mote a Mari Polvo y pasó a llamarla Cuca que es nombre de picha chica. Ellas, que habían descubierto una nueva forma de solidaridad, se pasaron todos los dimes y diretes por la pipa.

            A mí me venía tan bien aquel nuevo estado, la Cuca era mú generosa y me regalaba pastillas de chocolate envueltas en papel de plata. Y mi padre, no sé si movido por aquella cooperación sin resquebrajo que se estableció entre las dos, cambió de trabajo: ya no cavaba hoyos de cinco metros para plantar un almendro, cosa que por otra parte es innecesaria, eso lo sabe cualquiera que entienda de agricultura, pero es que mi padre siempre fue especialista en trabajos inútiles y en esfuerzos baldíos. Debida a una autoflagelante lectura del Tao, Jimmy Sailor decidió hacer el sacrificio de, por una puta vez, mirar las cosas desde abajo, así que haciendo caso a los versos: El que se doble permanecerá entero;/ el que se incline se erguirá, se metió a limpiabotas y trabajaba todos los días con el betún, dando brillo a los zapatos de los señoritos que iban a tomar café al Cosmopolita. Mi madre, que no era señorita pero que cada día llevaba con más gracia el mantón bordado de libros anónimos, también salió, pero ella a mirar las cosas desde todos los ángulos como si fuese una mariposa que revolotea y se posa en el sitio más inesperado. Mari Polvo o la Cuca, da igual porque lo mejor es abrirse y coger lo que te endiñan y hacer con la mala leche filigrana fina, la Cuca, digo, que también tenía los ojos abiertos y además enriquecidos por la gratitud que mi madre le mostraba, me compró un reloj con la esfera azul y los números en blanco, en medio del reloj había dibujados unos cucos.

            Y en aquel intervalo donde inesperadamente se produjeron tantos cambios se produjo uno más, éste muy doloroso: el primo Andrés también se murió,  y se murió de pronto sin dar ruido. Una mañana apareció inflao, como si lo hubieran hinchao con una bomba de bicicleta, y con las manos sobre el pecho y con la sonrisa terca de los que aman más la muerte que la vida.

            La verdad es que lo veíamos venir, porque al pobre hombre le dio por pasear por ahí con la mirada errática de los sufrientes y algunas veces se paraba ante las mujeres que vendían manzanilla y se quedaba pasmado en la contemplación de sus tareas como si fuera un vulgar Pessoa que no se atreve a comprar un racimo de plátanos. Iba con las manos en los bolsillos y los bolsillos llenos de desasosiego. Su mente acotadamente polifónica recogía las rutinarias imágenes costumbristas de una Málaga siempre salada y húmeda como las apesadumbradas postales en blanco y negro que mandaba a sus amigos radioaficionaos. Andrés, de todas maneras, siempre fue reservado y de ojos luminosos, crédulo como un niño que sólo escribe en las páginas diestras. Andrés era elegante en su sobriedad forzada por la pobreza aunque ellos no eran pobres, que no, que no, que tenían su orgullo y hasta a veces su soberbia.

            Sí, le dio por pasear por la playa de la Malagueta y contemplar las olas con su romper blanquecino. Allí era cuando se imaginaba con una escafandra de recolector de miel pisando la Luna y dándole la mano a los marcianos. Se descalzaba y andaba por la orilla y se paraba ante sus huellas como si fueran la primera señal de la humanidad en un gris planeta. Pero él lo que deseaba de verdad era que los extraterrestres vinieran una noche de las que estaba con su telescopio intentando desentrañar la difícil geografía de las estrellas. Sería estupendo que aparecieran con sus cabezones triangulares y su piel verde, con sus pies planos y sus ojos saltones a descubrirle los avances científicos que para ellos serían moneda corriente: seguro que habían descubierto la manera de viajar sin tener que desplazarse y el modo de curar un dolor de cabeza sin tener que tomar aspirinas, o el tejido para confeccionar unas medias a las que nunca se le harían carreras o la forma de ver un atardecer sin tener que parpadear en el momento más inoportuno. En fin, en aquellos últimos días volvía sobre sus huellas, atravesaba el parque contando las palmeras, ¡qué pena que no tuvieran monos!, ¡cuánto se hubiera deleitado con sus musarañas!, y se echaba un vino en alguna taberna. Allí entre barriles y vaho de alcohol seguía soñando con un mundo próspero y sin fronteras en el que los humanos pudieran andar en taparrabos, aunque las mujeres deberían llevar sostenes, que a él no le gustaban las tetas descolgás; pero en ese mundo sin ambiciones, sólo con hambre de saber y de diversión todos seríamos felices, incluso nosotras, porque nos lo darían tó frito y cocío  y es que a nosotras nos tienen que dar los platos precocinados porque, si no, no somos capaces de apreciar el progreso, y es que al fin y al cabo somos medio tontas. ¡Vaya, ni que él fuera Bunge! Bueno, ¿qué le vamos a hacer?  Al primo Andrés le gustaba el vino Campanillas, era el que más sabía a pasas y se colaba, dulzón, por su garganta silenciosa que esporádicamente rebosaba de inquietud cuando encontraba algún interlocutor predispuesto a admirar sus hallazgos desde la invisibilidad de las ondas. Despues, siempre desembocaba ante una de esas vendedoras de manzanilla y la contemplaba estupefacto como si en sus flores estuviera el misterio de toda la creación, esa era su ciencia: el de la profundización de las acepciones particulares hasta convertirlas en ley; como os habréis dado cuenta, es una ciencia exacta. Más tarde iba al puesto de su amigo Olalla, que ya estaba recogiendo, y compraba un cuarto y mitad de jureles y lo llevaba liao en papel de estraza y se lo daba a su mujer, la Tomasita, para que ella se los echara en escabeche. ¡Mira que le gustaban los jureles! Y Tomasita sonreía con la esperanza de un amor que reanudara la labor del sexo compartido, a ella le habían dicho que al hombre se le gana por el estómago. Andrés era feliz, sencillamente feliz, sobre todo desde que conoció a mi padre, ese sí que era su alter ego que lo comprendía tan bien y con el que podía charlar de los asuntos que a él tanto le interesaban. Incluso había pensado pedirle que se hicieran hermanos de sangre, pero le dio vergüenza, y a sus años, pinchándose con un alfiler para sellar una amistad que la rigurosa investigación cotidiana vendría a confirmar, era una tontería. Pero Andrés era feliz, feliz como un niño con zapatos nuevos, por eso aquella mañana amaneció muerto, muerto de felicidad mientras hacía su último experimento.

            Estaba mi primo Andrés construyendo unos quitamiedos de pleita para instalarlo en los andamios de las obras robustas, dichos quitamiedos eran totalmente ineficaces, pero subjetivamente, según él, darían seguridad a los albañiles. Bueno, pues se le ocurrió añadirle unas recamaras infladas de bicicleta, realmente fue mi padre el que tuvo la feliz idea porque según él, Málaga de aquí a ná se iba a llenar de rascacielos como New York y seguro que el día menos pensado echaban abajo el barrio del Perchel y el de la Trinidad y cuando se mirara de lejos íbamos a tener el idéntico perfil que una ciudad americana; ¡ah!, y junto a las recámaras añadirían trozos de tuberías rotas. El quitamiedos, en principio meramente psicológico, se estaba convirtiendo en una coraza. Querían, para demostración pública, recubrir con esta capa de seguridad el Palacio Episcopal una noche que no hubiera luna, y es que pensaban venderle el invento a la Iglesia porque mi primo había descubierto que la catedral no era color mugre sino de mármol rosa  y algún día tendrían que limpiarla y los operarios tendrían que estar seguros. Cuando el obispo se levantara se encontraría con la ingeniosa novedad instalada en su propio palacio y entonces mi padre, que era el que tenía más labia de los dos, le vendería la idea. La verdad es que, sin saberlo, querían construir el Beaurbourg. Estaban en esta dinámica, aunque mi madre y la Cuca y Tomasita y la tía Nati y hasta la Esperatriz les decían que practicaran la no-acción y todo permanecería en orden, cuando el primo Andrés, que era medio sonámbulo y tomaba tal aprecio a sus herramientas que incluso dormía con ellas, se quedó traspuesto sobre un artilugio estrafalario que servía para llenar de aire las recámaras enlazadas con la pleita y que después se sujetarían a una estructura de tuberías. Como el primo era de sueño profundo no se dio cuenta de que su hijo Billy que por entonces estaba pasando el complejo de Edipo le enchufaba la goma al culo y lo inflaba hasta que cogía el volumen de un luchador de sumo. Por eso la muerte del primo Andrés fue doblemente dolorosa, y es que no sólo lo perdimos a él sino que además descubrimos que en nuestra familia había un asesino. Y es que la vida no es perfecta y al chiquillo le hacían tan poca cuenta que no se le ocurrió otra forma de llamar la atención que matar a su padre. En fin, que de nuevo tuvimos una noche de duelo, una noche que parecía de tormenta aunque estaba clara y despejada. Entre todos acordamos que a lo del chiquillo lo mejor era no darle importancia, ya lo dijo mi padre: El santo actúa de manera que el pueblo no tenga saber ni deseo y que la casta de la inteligencia no se atreva a actuar. Así que guardamos silencio, ahora eso sí, de vez en cuando le echábamos un ojo vaya que se cargara a otro y entonces no íbamos a saber qué explicación darle porque sólo conocíamos el complejo de Edipo y no podríamos justificarlo si cometía una segunda fechoría. En fin, que enterramos al primo Andrés en el cementerio de San Miguel, que era mú bonito y está en lo alto de una cima y un día de diluvio salieron los muertos cuesta abajo como si estuvieran locos, tal vez fue el primo quien desde el más allá les otorgó movimiento y había descubierto cómo se resucitan los fiambres. Eso sí que le dio pena a mi prima Tomasita, porque quieras que no ella estaba tan entretenía yendo todos los días a ponerle flores a su marío y charlando con el sepulturero, pero cuando se lo llevó la corriente y no sabía dónde estaban sus huesos se quedó desolada y medio muda, ella que hablaba hasta con la almohada.

            Fue a la Cuca a la que se le ocurrió, para distraer a su Cuñá y a su Amiga Carmen, la idea de ir a tomar café a la Plaza Mayor o de las Cuatro calles o Real o de Isabel II o de la Constitución o del 14 de Abril o de José Antonio Primo de Rivera ¡que más le valieran a los alcaldes ponerle a las calles nombres de personajes de ficción porque vaya trasiego que tienen las pobres con eso de la política! Que fueron a dicha Plaza, hoy de la Constitución, a un café mú elegante y ellas iban mú preparás, pero antes y pa que la Tomasita se animara fueron a enseñarle un escaparate donde había dos muñequillos del tamaño de una zanahoria: se trataba de una pareja de novios, él con un chaqué negro, ella con un vestidillo lleno de encajes; pues bien, a él se le veía corriendo como un desesperao y ella lo agarraba de la punta del traje pa que no se escapara, no sé porqué les hacía tanta gracia, lo cierto es que empezaron a reírse y a reírse hasta que la Cuca se meó a las patas abajo y mi madre de verla se meó también y Tomasita al ver a las otras dos también se meó, vaya, que la única que no se orinó encima fui yo, que sí me correspondía porque era chica y no tenía luces, ¡pero ellas...!. Y además de tanta risa se les saltaron las lágrimas. De esa guisa nos fuimos al Café Centralísimo donde nos estaban esperando unas amigas de la Cuca que habían venido de la Zafra:




                                                                                  (Continuará)



domingo, 15 de septiembre de 2013

Portada


















     Me he quedado sin palabras, y yo, además,  no sé inglés ni tengo un coach que me asesore. Así que le doy las gracias a mi amiga Lady Cafeina que me ha hecho esta portada para
 el Capítulo X de La Reina de la Morralla.

        El próximo domingo comenzará "Relaxing café con leche". Un capítulo más de esta novela rarilla y constante, novela por entregas despaciosa, para gente sin prisas.









domingo, 8 de septiembre de 2013

Otro balcón II




Mi balcón está lleno de redes,

mi balcón es un balcón enredado

pero cuando bajo al agua,

los ojos de una mujer sin futuro

se alegra de mi agilidad de escamas.

El cielo está tan alto,

las hojas tan erguidas

y el verde y el azul por fin mixturados

como un juego de paletas.










este poema pertenece al libro poesía sociable, que se publicó en 1997.



domingo, 1 de septiembre de 2013

Verde almendra





Lame esa verde almendra
como los pinares de Eubea.
Lléname de neblina.
Nosotras somos de Lesbos,
hemos bailado en París
como Odette
y nuestros pechos
se han rozado enigmáticos.
No soy la hija de Edipo.
Lléname de miel
y del seco anís de Grecia.
Sí, somos libres
y orgullosas,
sofisticadas como el pistacho
helado,
como las horas,
como las playas inscritas
en los cuadernos
de los piratas.
Lame esa verde almendra
que huele a la resina de Eubea.
Toma todos mis versos y
sácalos de la bitácora.