domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo XI - Brotes azules : 8ª Toma



            Mi madre me dejó frente al Laberinto de Azúcar, por lo visto lo tenía que atravesar yo sola y eso no me gustaba nada. Me temblaron las piernas y los bracillos, hacía fresco aquella mañana absurda en que la mujer se empecinaba en que yo debía andar ya sin las muletas de su querer. Agarré bien mi cartera roja en la que había un chino dibujao dentro de un barco, y con la cabeza agachada di el primer paso. Las cañadulces susurraban despacio mi nombre y algunas veces la maleza arañaba mi piel. Esas hojas decían: sístole y diástole, sístole y diástole. ¿Por qué?, ¿por qué la vida es tan dura? Cerré los ojos y empecé a correr. Sin saber la dirección que era más propicia decidí ir en línea recta, al fin y al cabo, ¿no dicen que es el camino más corto entre dos puntos? La línea recta era entonces un camino imaginativo, un trazado endeble que mi mente infantil albergaba como única esperanza para salir de aquel trance. Las hileras de cañas parecían reírse de mí y de mi susto ingenuo. Yo tenía respiración de bazagosis y las pupilas dilatadas de las excitadas, corría sin aliento por aquel oleaje de frutos dulces. Sorprendentemente salí a la puerta de una casa blanca donde se oía el canto de vocecillas indefensas y olía a salchichón y a lápiz y a libretas de papel rayado. Cuando entré el maestro estaba en el patio del colegio, le estaba pegando con un cañizo a un niño en la espalda. Tenía la espalda desnuda, que yo la vi, y el chiquillo estaba apoyado en una higuera. Cuando vi aquello salí corriendo de nuevo y me fui pa mi casa en línea recta. Esta vez el Laberinto de Azúcar me pareció más chico o tal vez empequeñeció con mis zancadas rebeldes.

            -¿Ya estás aquí? -preguntó mi madre.
            -Sí -contesté con decisión.
            -¿Tan pronto? -no sé por qué la gente siempre se extraña de lo rápido que resuelvo mis problemas.
            -Sí. Yo no quiero ir más.
            -¡Cómo que no! Tienes que aprender y hacerte una mujer de provecho, tenemos que progresar, tú nos vas a ayudar a progresar.
            -No, yo no quiero ir, allí le pegan a la gente que no es tan alta como el maestro.
            -No digas tontería. Nadie te va a pegar. Tienes que aprender.
            -Yo ya sé.
            -¿Qué sabes tú?
            -Yo ya sé escribir, me ha enseñao la Esperatriz.
            -Pero de cuentas, ¿sabes algo de cuentas?
            -Sí.
            -Mentirosa. Eso sí que sabes, mentir, que eres una mentirosa igual que tu padre. ¿Cuánto es uno y uno? No respondes, ¿eh?
            -Es que se me ha olvidao, pero si lo sé.
            -¡Por Dios, que hija más mentirosa! Venga, que te voy a llevar yo. Y no muevas más las piernas como si te hubiera entrao el baile de San Vito.
            -Es que me estoy meando.
            -Vaya, ¡qué casualidad! Ve a orinar que te espero -no sé cómo aquella mañana las paredes del Retrete estaban llenas de cromos, cromos con caras de luces y flores, menos mal, por lo menos allí estaba acompañada-. ¿Sales o no sales?
            -No puedo salir.
            -¿Por qué no puedes salir?
            -Porque estoy esperando que orine mi ángel de la guarda.
            -Venga ya. ¿A que tengo que entrar por ti? Venga, que no tengo tó el día.  Inesita, sal de una puta vez. Abre, te tengo dicho que no eches el cerrojo.
            -Se ha cerrao solo.
            -Claro, es lo más normal. Venga, anda guapa, venga que he hecho tortas de masa y tengo aquí una pa ti.
            -¿Con miel o con azúcar?
            -Con miel, como a ti te gusta.
            -¿Con miel de caña o con miel de abeja?
            -Con miel de caña -abrí la puerta y mi madre me dio una galleta de las buenas.
            -¿No decías que tenías tortas de masa? -le dije llorando.
            -No te ha gustao la que te he dao, ¿quieres otra? No me vayas a calentar la cabeza que no está el horno pa bollos.
            -¿Qué pasa?
            -Que tu padre se ha suicidao, se ha comío un elefante y no puede digerirlo.
            -¿Eso qué significa?
            -Que estamos las dos solas y no tenemos quien nos saque las castañas del fuego.
            -Pero si papá está ahí, apoyao en la puerta echándose un cigarro, que yo lo veo.
            -Está en sus cosas, como siempre, en sus cosas. Conque venga, pa la escuela, que no quiero que te pase lo mismo que a mí.
            -¿Qué te ha pasao?
            -Ná. Déjate de preguntas y coge la maleta.

            De repente llegamos al colegio, había desaparecío el Laberinto de Azúcar, con mi madre de la mano los caminos se volvían fáciles.
            -Mire usté, que aquí traigo a mi niña pa que la conviertan en lumbrera. No le vaya a poner la mano encima que está mú delicá.
            -No se preocupe, aquí sólo se le zumba a los niños, a las crías le lavamos la cabeza.
            -¿Me está llamando usté guarra? Mi niña no trae ningún piojo, que le paso todas las mañanas el peine-quitaliendres.
            -Mujer, no se ofenda, pero nunca se sabe, como hay tanto chiquillo revuelto.

            Mi madre miró alrededor y vio ochenta mil bocas rientes, la mayoría melladas.
            -Inesita, cuando te sientes en el pupitre procura que nadie te roce -pues sí que me lo ponía difícil, éramos diez elevado al infinito por banca- Bueno, aquí se la dejo, gaste usté cuidaíto que es mi único tesoro.
            -Ya le he dicho que no se preocupe. Ahora mismo le vamos a hacer el test para medirle la inteligencia y si sale superdotada la llevaremos al Pardo para que la inviten a una limonada.
            -Esmérate, Inesita, a ver si triunfas pronto y nadie nos mira por encima del hombro.
            -Si usté quiere puede esperarla en la puerta, no tardaré mucho en hacerle la prueba.

            Y mi madre se salió y a mí me llevó el maestro a un rincón, al lao de la escupidera donde echaba los esputos, y me dio un papel donde había que contestar a todo “sí” o “no”. Yo, que ya sabía lo que eran los matices creí oportuno dibujar una casilla intermedia y poner dentro “regular”. El maestro cuando vio la modificación no se lo pensó dos veces y fue explícito en su calificación: “anormal”. No quiero ni acordarme lo que armó mi madre cuando le dio el resultado, me fue dando pellizcos y coscorrones hasta que llegamos a la Metacasa, yo iba delante corriendo y ella detrás con la alpargata en la mano. Me gritaba que la iba a sacar del mundo, que cómo me atrevía a dejarla en ridículo yo que no era nadie, que no “fuera” nacío si no “fuera” sío por ella. Y yo le dije que a mí me dejara en paz, que nunca me había preguntao si estaba contenta por haber llegao a este mundo.




                                                                                              (Continuará)







domingo, 22 de diciembre de 2013

Capítulo XI - Brotes azules : 7ª Toma




             Málaga estaba melancólica bajo la luz del otoño, hacía viento de pronto y de pronto la rienda de la lentitud venía a domeñar el aire. La humedad nos abrazaba con la persistencia de la primera pasión, por lo que aquella experiencia se dibujaba inolvidable. Yo sentía miedo.
            -Vamos a ir a ver el Barrilito.

            Y mi madre me cogió de la mano y fuimos hasta el Muelle de Heredia donde había un árbol cercado con forma de tonel. Estaba lleno de flores amarillas, el suelo salpicado de sus pigmentos y justo al lao un coche de caballos.
            -Mamá, yo quiero tener un caballo que se llame Furia.
            -No seas tonta, es lo que nos faltaba en la casa, un caballo.
            -Bueno, regálame un burro como la Mula Francis.
            -Los burros además de ocupar mucho sitio son torpes.
            -Bueno, ¿y un perro como Rintintín?
            -¿No te he comprao una libreta?, ¿pa qué quieres más?
            -Con las libretas no se puede jugar.
            -Mira qué árbol más bonito, de esos capullos sale el algodón con el que se rellenan las almohadas -por fin mi madre había logrado captar mi atención-. Ven, ahora vamos a ir al parque pa que te subas en el Burrito de Bronce. Andamos silenciosas por el Paseo de los Curas, nuestras pisadas apagadas dejaban huellas mudas bajo la bóveda de las Palmeras Datileras que sin avisarnos nos iluminaron a las dos con los rayos de Niké-. ¿Ves la luz a través de las hojas?, ¡qué bonito!, ¿verdad?
            -Mamá, yo quiero dátiles.
            -No puedes ver ná, tó se te antoja. ¿Ya se te ha olvidao que querías un caballo? Mira, ahí lo tienes -durante un rato recorrí el mundo a lomos de un animal metálico anclado sobre la grava-. Ahora vamos a ir a ver los patos.



El burrito del parque de Málaga.




            Aquello sí que era precioso de verdad. Me podía haber quedao tó el día allí escuchando la conversación de una gente tan emplumada.
            -Mamá, yo quiero un pollito de color pa llevármelo.
            -No pidas más. Nunca pidas nada, lo que te den bien está, pero tú no pidas. Y cuando te den algo nunca se te olvide decir gracias de corazón. Mira, eso es un Ahuehuete.
            -¡Qué nombre tan gracioso!
            -Vámonos.
            -¿Ya?
            -Sí, vamos en busca del Hombre de la Peladillas, te voy a comprar un cucurucho, pero ya no me pidas más cosas, ¿vale?
            -Vale.
            -¿Dónde vas corriendo?
            -En busca del Hombre de las Peladillas.
            -No corras. ¿Qué prisa tienes?

            Mi madre salió detrás de mí, pero no podía cogerme, parecía que volara y entonces el mundo se hizo mucho más hermoso porque en aquella mañana de tiempo variable surgió la música. Ensayaba en el Recinto Eduardo Ocón una gran orquesta con trajes azules como el agua que rompía sin cesar los límites de la ciudad. Yo no lo sabía pero era Handel el de la Watermusic el que gobernaba la atmósfera, y una bandada de marineros con los ojos turquesas salieron del puerto y llevaban botones dorados y vinieron más y más marineros con un andar alegre y los ojos negros como pozos de misterio, y más y más marineros con sonrisas como alas, y marineros con los ojos verdes de naufragios inconscientes, marineros con los glúteos apretados en sus pantalones  blancos, marineros con cachimbas olorosas y su olor a día de permiso, marineros con piel de sal, algunos con patas de palo, la mayoría con zapatos brillantes, otros con un ojo tapao. Marineros sabrosos como la carne membrillo y obedientes como artistas de cine, porque si no cómo le hizo caso uno de ellos a mi madre cuando le pidió que me detuviera.

            -Aquí tiene usté a su princesa -dijo el muchacho después de rescatarme.
            -¡Por Dios, se te tiene que quitar esa manía de echarte a correr cuando nadie lo espera!
            -¿Quién es ese hombre?
            -Te he dicho que no señales con el deo -dijo mi madre medio asfixiada.
            -¿No ves que no es un hombre?
            -Entonces, ¿qué es?
            -Una estatua.
            -Pero ¿quién es?
            -Yo no lo conozco.
            -¿Tú no sabes toas las cosas?
            -No. Vamos a acercarnos a ver si pone el nombre en algún letrero. ¡Ah, es Rubén Darío!
            -¿Quién es ese?
            -Un poeta.
            -¿Qué es más importante: un poeta o un escritor?
            -Es distinto. Los poetas escriben menos que los escritores.
            -Entonces es más importante un escritor.
            -No tiene porqué.
            -No lo entiendo.
            -Para aprender lo que una no sabe hay que ir a la escuela.
            -¿Qué ha escrito este hombre?
            -“La princesa está triste... ¿Que tendrá la princesa/ Los suspiros se escapan de su boca de fresa”
            -¿Ya está?
            -No, es que no me sé más.
            -¿Las princesas lloran?
            -Sí.
            -¿Y las reinas?
            -También.
            -Yo creía que las reinas no lloraban.
            -Pues te equivocas, las reinas lloran.
            -Mamá, dile a papá que yo no quiero ser reina.
            -Díselo tú.
            -A mí no me escucha.
            -¿Qué te crees, que a mí sí?
            -Sí.
            -Bueno, vamos a dejarlo. Anda, ¡el Árbol del Fuego!
            -¿Ese qué árbol es?
            -Uno que tiene las ramas encendidas. Hay uno igual que este en San José.
            -¿Qué es San José?
            -Un hospital donde llevan a las sirenas que están a punto de ahogarse.
            -Mamá, ¿tú eres una sirena?
            -Yo soy republicana, pero no se lo digas a tu padre -dijo mi madre que de pronto olvidaba lo que ella misma había publicado por toda la calle.
            -Y, ¿qué es una republicana?
            -Una sirena con piernas.
            -Yo también quiero ser republicana.
            -Entonces tendrás que ir a la escuela y aprender y hacerte grande y saber más que nadie para ser ministra o presidenta del gobierno y salvarnos a todas del nacional catolicismo. Por eso te he comprado una libreta -me pareció una responsabilidad muy grande y me entraron ganas de huir, agaché la cabeza y seguí sus pasos que por un momento me parecieron tan delirantes como los de mi padre-. ¿Sabes ya el libro que quieres?
            -Sí -respondí con seguridad.
            -Pues venga vamos a la tienda.

            Y allí estaba esperándonos la dependienta con su sonrisa plácida y le dije a mi madre que yo no quería robarle nada a esa muchacha, que  quería que fuera mi amiga, me pareció tan lúcida y tan conocedora de su oficio que ya la admiraba sin apenas conocerla. Mi madre me dijo que de acuerdo, y me di cuenta de que mis palabras fueron un alivio para ella, que mi madre no era una ladrona, que simplemente tenía mala fama. También comprendí por qué nuestra biblioteca era virtual.

            -¿Qué libro has elegido? -preguntó la muchacha.
            -Los viajes de Marco Polo -eran tantas las ganas que tenía de escapar que no fue difícil decidirme.
            Me dieron el ejemplar envuelto en un lindo papel en el que estaba dibujado una pluma y un tintero. Dijimos adiós y nos fuimos mi madre y yo en silencio.
            -Ahora tienes que ir al colegio -dijo Carmen la de las tetas negras.
            -¿Vas a venir conmigo?
            -No, yo tengo que hacer muchas cosas. Toma el cuaderno, el lápiz y el sacapuntas.
            -Me debías de haber comprao una goma como la que tienen los primos.
            -Los árboles dan madera y la madera papel. Piensa bien lo que escribes y no vayas derrochando hojas, que si no nos vamos a quedar sin sombra ni aire con que respirar. Hay que cuidar los bosques. Venga, cumple con tus obligaciones.

                                                                       (Continuará)










domingo, 15 de diciembre de 2013

Capítulo XI - Brotes azules : 6ª Toma




             En la otra hoja había portadas humildes, reproducciones falsas de cuadros famosos.       
            -Mamá, ¿por qué ponen los libros bocarriba como si estuvieran tomando el sol?
            -Pa que entren por el ojo. Vamos pa dentro. Anda recta, no se te olvide, como si fueras una bailarina, y cuando te salgan las tetas no las escondas, tampoco vayas por ahí proclamándolas como si te las hubieras descubierto la noche antes, llévalas con naturalidad.

            A mano izquierda había un mostrador grande con dos hombres decididos por detrás, mi madre pidió una cartera roja donde había dibujao un chino y uno de ellos la despachó con eficacia.. Uno de los dependientes estornudó y mi madre le dijo “Jesús” con mucha educación, hablaron del tiempo, que ya había entrao el fresco, sonrieron y el buen hombre me cogió la nariz como si me la quitara, después hizo que me la buscara y yo reconocí mi cara con aprensión, pensé que a ver si otro de los efectos de la omnisciencia iba a ser que se te cayeran las partes del cuerpo como si te hubiera entrao una cosa mala. Pero no, afortunadamente seguía teniendo la nariz en su sitio, era una broma que me gastaba aquel caballero de papel.

            -¡Uy, qué tonta! Se lo ha creío -dijo él.
            -Es mú chica, todavía no sabe diferenciar entre realidad y ficción -respondió mi madre con terneza-. ¿Quieres que te compre un lápiz?
            Le contesté que sí con la cabeza. El dependiente sacó un estuche inmenso y me dio que eligiera, yo cogí uno escarlata como mi capita y el dependiente me dijo:
            -Es de cedro, de cedro auténtico del Líbano. Huélelo -y me lo acercó a la nariz, yo respiré profundamente-. ¿Ves como no es necesario tocar las cosas para saber que existen?, ¿a que ahora estás segura de que tienes nariz?, ¿quieres estar más segura todavía? -le dije que sí con la mirada, la verdad es que aquel día estaba aprendiendo muchas cosas-. Respira con moderación -el hombre llevaba razón, despacio olía más que deprisa, aquello era un milagro, el milagro de la lentitud.
            -Deme usté un sacapuntas plateado y pequeño que lo pueda llevar en el bolsillo.
            -¿Quiere una goma de borrar?
            -No -dijo mi madre con decisión-. Quiero una libreta con las hojas como un helado de vainilla.
            -¿Algo más? -preguntó el buen hombre mientras dejaba los preciosos objetos sobre el mostrador.
            -No, gracias. Ahora le echaremos un vistazo a los libros.
            -Muy bien, pues le cobro esto -mi madre sacó su monedero de cierre preciso y de él extrajo unas monedas. Pagó-. Allí le atiende mi compañera.

            Nos fuimos al otro lado de la librería donde había un mostradorcillo pequeño y una dependienta bajita con el pelo rubio y corto. En una esquina había libros amarillos para niños pequeños, allí se perdió mi madre. Al fondo había estanterías con aventuras australes y olor a salinas, y es que desde que comprendí el sentido del olfato se enriquecieron mis vivencias con múltiples estímulos.
            -Buenos días -le dijo mi madre a la dependienta y la dependienta le sonrió con ingenuidad-. Estoy enseñando a mi niña a jugar al escondite.
            -Vale -dijo la muchacha mientras que sus ojillos de faro se paseaban por los anaqueles.   
            -Anda, Irene, ve a mirar los libros.

            El olor es algo que viene como un sargazo y se queda dentro del pecho igual que una plomada si lo dejamos crecer con liberalidad. Tengo grabada en mi memoria la tarde en que un amante me olió de pies a cabeza en la topografía cegadora donde varan las barcas y carenó cada una de mis heridas.

            Mi corazón latía con la emoción de los animales pequeños y tomaban tal alcance los latidos que creía que eran escuchados desde la calle. Se me abría y se me cerraba el pecho sin declarar aviso alguno y hallé sustento inesperadamente, nivoso cada uno de mis parpadeos, y me temblaron las manos porque un gris las poseía y dominaba cada uno de sus movimientos. ¡Cómo puede embriagar tanto el papel!
            -¿Buscas algo en especial? -me preguntó la muchacha con mucha educación, era una muy buena, buena empleada.
            -No lo sé -le respondí como a la que se le derrama la voz sin darse cuenta.
            -Bueno, no te molesto más. Si quieres que te ayude en algo me llamas.

            Mi madre sonrió desde lejos y yo le correspondí con apego desde aquel claro del bosque donde me hallaba. Los títulos eran mieles infinitas, barriles enteros de sugerencias, vidrios que llevan a otros vidrios, líquidos y limas, y comprendí, al susurrar las palabras con la cabeza ladeada, que la música no está muy alejada de la grafía y prendada me quedé de aquel acto aparentemente silencioso. Después venían los nombres de los autores. Allí estaba todo el mundo y te daban lo que querías sin pedir limosna, la soledad se había acabado de un plumazo.

            -Mamá, yo quiero éste -le dije y me fui para ella y ella me miró desde su altura adulta.
            -¿Por qué lo quieres?
            -Porque hay una mujer con una zombriya bajando la escalera del tiempo.
            -Es un libro muy difícil para una niña -dijo la dependienta-. Llévese usté mejor Las novelas ejemplares en edición escolar -y nos dio un libro de pastas duras, en la portada dos muchachos jugaban a la brisca-. Es de la Editorial Everest y está hecho en León.
            ¿Cómo sabía la muchacha tantas cosas de ese libro? Me resultó admirable.
            -¿Qué es “Editorial Everest”? -le pregunté.
            -La editorial es una casa donde copian muchas veces las hojas que los escritores escriben.
            -¿Y después las tienen que coser pa que no se despeguen?, ¿no? -dijo mi madre.
            -Sí -contestó la muchacha.
            -¿Y qué quiere decir “Everest”?
            -Es la montaña más grande del mundo, está en la cordillera del Himalaya y es de hielo, por eso cuesta mucho trabajo escalarla y cada vez que das un paso te falta la respiración. Allí vive un monstruo que se llama Yeti y es un monstruo bueno.

            Las palabras crecían infinitamente y sin saber qué nombre ponerle a toda aquella información agaché la cabeza rendida de saber. ¡Qué mujer más buena era aquella dependienta!, yo no podía robarle nada, le pasaba como a Pepe Negrete, tenía conversación y eso no lo tiene cualquiera. Mi madre adivinó mi sentimiento y dijo que iba a pensar cuál de los dos libros compraría. Estábamos con nuestras pequeñas razones sopesando los pros y los contras cuando la muchacha se acercó, de nuevo, y nos enseñó otro libro luminoso:
            -Esta es la historia de Marco Polo, un navegante italiano que fue a la China y conoció a Kublai Kan -nuestras dudas aumentaron precipitadamente, ¿cuál elegir ahora?-. Y este es Mujercitas de Luisa May Alcott, una escritora americana.
            La cabeza nos hacía chispas.
            -Usté, ¿cuál nos recomienda? -preguntó mi madre-. Es que mi niña quiere ser escritora.
            -Los tres son buenos, con el primero se acercará a Cervantes.
            -¿Quién es Cervantes? -le pregunté porque yo en mi casa sólo había escuchao hablar de Lorca.
            -Un hombre manco que lo metieron en la cárcel por ladrón y que escribió la historia de un loco. Es nuestro escritor más importante.
            -Si un manco se ha hecho famoso, mi niña con dos manos es capaz de hacer virguerías, ¿verdad, Irene?
            Asentí sin mucha convicción ante tamaña responsabilidad.
            -Con Marco Polo conocerá muchos países, podrá viajar sin moverse ni gastar un duro. Y con Mujercitas se dará cuenta de que no está sola en este mundo.
            -Tú, ¿cuál quieres? -me preguntó mi madre.
            -Yo los cuatro -respondí mostrándole el libro de la dama con la zombriya.
            -Ese es de personas mayores -me hubiera gustado responderle que yo ya había visto muchas cosas y que estaba preparada para que mis lecturas no fueran censuradas, pero me callé, fue mi madre la que le preguntó el argumento.
            -¿Qué se cuenta aquí?
            -La vida de un hombre que no duerme muy bien.
            Me pareció tan atractivo como un mar negro en una noche cerrada, como las voces de la excitación, como los destellos de una aurora boreal. ¡Cuántos matices en la sombra y en la prohibición! Me entraron ganas de ir hasta la playa y mojarme los pies y después echarme un poco de agua por el cuello y más tarde lanzarme a nadar sin importarme el color del líquido que me acogiera, y sentía ese ligero vértigo que sienten los nadadores antes de precipitarse y que sólo se puede llamar deseo. Siento, luego existo. Está claro.

            -¿Qué hacemos? -preguntó mi madre.
            Le dije a Carmen la de la tetas negras que se agachara, que quería hablarle al oído:
            -Vamos a robar los cuatro.
            -¿Estás segura?
            La verdad es que no estaba muy convencida, la muchacha me caía bien y no quería que le pelearan por mi culpa. Entonces mi madre halló la solución:
            -Guarde usté un rato los libros que vamos a ir a un mandao y cuando vengamos de vuelta ya nos decidiremos.
            La muchacha obedeció y yo con mucha curiosidad pregunté:
            -Mamá, ¿adónde vamos?
            -Ven, te voy a enseñar lo que es el papel.




                                                                                  (Continuará)








domingo, 8 de diciembre de 2013

Capítulo XI - Brotes azules : 5ª Toma




          Cuando escuché aquellas palabras una sonrisa de agradecimiento asomó en mis labios. Y una oleada de aire movió la veleta de la Ballena y vino un aroma a jara y con la lengua acaricié mi propio paladar y con la mano izquierda me limpié los ojos de sospechas y aprecié el tacto de mi nariz y del borde de mis labios y tuve que echar a correr y mirarme en el Cristal de los Reflejos. Me di cuenta en aquel instante de que era un ser asimétrico, que la izquierda y la derecha difieren en múltiples matices. Pensé que era uno de los rasgos de la omnisciencia, el descubrimiento de la no igualdad incluso en nuestro propio cuerpo. Y me sentí feliz por mi hallazgo y le di la mano a mi madre porque ese iba a ser un día grande y ella me emborrizó de colonia fresca y me peinó y me puso un vestido turquesa con lacitos de marfil y unos zapatos de charol y unas medias blancas como la nieve.

            -Lo primero que tiene que saber una ladrona es comportarse como una señora, así nadie te mirará de reojo y te dejarán bucear por todos los mares, has de ganarte la confianza de los tenderos y que respeten tu contemplación. Ahora rompe el cerdito de los ahorros y mete el dinero en este bolsito de fieltro -eso dijo mi madre y se fue a la Habitación del 2 a vestirse. Se puso un vestido color vino tinto y un sombrero con plumas, por encima de los hombros se echó un abrigo gris marengo-. No olvides tu capita -dijo mi madre mientras se pintaba los rabillos de los ojos-: Cuando salgas a la calle siempre debes maquillarte, el mundo es un teatro, no dejes nunca que el público piense que eres una mendiga, puede ser peligroso, la lástima no es un sentimiento sano, las personas nos tenemos que mirar cara a cara, ¿lo comprendes? -le dije que sí con la cabeza-. Los paraguas son imprescindibles, procura que la empuñadura sea acogedora y que su toque sea entrañable como si llevaras tu casa en él, muchas veces las mujeres se sienten solas cuando andan por la calle en medio de la cobardía de los prejuicios, es bueno tener donde agarrarse, sobre todo nosotras que no tenemos raíces ni falta que nos hace, ¿vale?

            -Vale -le dije yo que creía haberlo descubierto todo y que sin embargo estaba en el principio de mi iniciación en el mundo y sus secretos dispares.
            -Cuando andes ve recta y con la cabeza alta, debes sentirte orgullosa de ti misma, no hay otra como tú encima de la tierra. Nadie se parece a nadie por mucho que quieran hacértelo creer los que intenten minarte.
            -¿Qué significa minarte?
            -Hay gente que disfruta vaciándote el corazón, no intentes defenderte, quien emprende esa tarea es porque se cree más fuerte que tú, no caigas en la vanidad de querer demostrarle lo que vales, no merece la pena, déjate llevar como si flotaras encima de las olas, hazte la muerta.
            -Mamá, ¿esto es el Tao?
            -No, hija. Esto es budismo por cojones.

            Salimos de la Metacasa y mi madre dejó la llave puesta. Cuando atravesamos la Plaza de la Merced un hombre muy parecido a Picasso estaba pintando las Señoritas de Aviñón y otro hombre con cara de payaso me dijo: “te pareces a caperucita roja con esa capita de fuego”, mi madre lo mandó a tomar por culo. Entramos en calle Granada y fuimos a saludar a Pepe Negrete.

            -Buenos días -dijo Pepe.
            -Buenos días -dijo mi madre-. Vengo a enseñarle a mi niña el altarcito que tiene usté en la planta de arriba.
            -Pase, pase.
            Entramos en la librería que olía a azules magnolias y saludamos a una mujer que nos recibió sonriente. Vimos la virgencita que tenía junto a la ventana rodeada de flores pequeñas y mi madre me dijo al oído:

            -De aquí no vamos a robar ná.
            -¿Por qué?
            -Porque los ladrones tienen que respetar a los amigos y este hombre tiene mú buena conversación.
            -¿Entonces dónde vamos a ir a robar?
            -A un sitio donde no hagamos daño con nuestro hurto.

            Bajamos toda calle Granada y atravesamos la Plaza, hoy, de la Constitución, pasamos delante de la Costa Azul y mi madre me dijo que a la vuelta me iba a comprar tela para hacerme otra capita, pero esta vez sería verde, porque a mí me sienta muy bien el verde. Yo le dije que me comprara también un abanico de la tienda de al lao y mi madre me dijo que ya veríamos. Entramos en la calle Nueva y como una tonta me paré delante de los escaparates de los Almacenes Álvarez y cuando pasamos por Casa Mira le dije que me comprara un helao y Carmen la de las tetas negras dijo que no era tiempo de helao, que después me llevaría a la Cubana para comprarme un pastel. Yo le contesté que por qué no íbamos a la calle San Juan, cortando por la Calle Cinco Bolas, que yo había visto en un letrero que había helaos calientes en una tienda que además vendía pollos asados. Mi madre me contestó que tenía que fijarme en las cosas que decía, que como siguiera así nadie iba a creer lo que yo escribiera y es que si Lope había roto las tres reglas, yo las estaba haciendo trizas; y que al final todo el mundo me iba a decir que era una mentirosa, también me dijo mi madre que gastara mucho cuidaíto con las haches, que yo soy de las que son capaces de decir que un pastor tiene una ola en la mano en vez de una honda, que una cosa es ser una desinhibida y otra muy distinta una ignorante que no respeta la ortografía. También me dijo que no hiciera de mis errores virtud, que eso lo hacen los locos; bueno, y si me atrevía a hacer tamaña barbaridad fuera porque intentaba emular al divino manco, aquel que detestaba tanto los tribunales y las hogueras de las inquisiciones, sí, ese mismo ladrón que después escribió un libro en dos partes, y que no me acuerdo ahora cómo se llama.




            Nos paramos enfrente del escaparate de la librería Ibérica que estaba limpio como las aguas de un lago en Reykjavik, a través de él, a mano izquierda, pude ver diferentes objetos de escritorio. Dietarios de piel coñac o color hoja de otoño o marrón carmelita, libros de cuentas de hojas rayadas con un margen rojizo a la izquierda, fichas de cartón, gomas de borrar, sacapuntas gigantes y un expositor de plumas de diferentes rangos, había una muy gorda y negra y dorada que se llamaba Mont Blanc.
            -Mamá, mira que bolígrafo más bonito.
            -No permitas que te regalen un monstruo así, es malo pa los deos y pa la cabeza, que no te engañe toda esta vanidad, los instrumentos deben ser sencillos. La mayoría de las veces se atora la tinta en los plumines de lujo. Ven, vamos a ver el otro escaparate.


                                                                       (Continuará)








domingo, 1 de diciembre de 2013

Capítulo XI - Brotes azules : 4ª Toma



Y hasta llegué a cuestionarme la necesidad de la Omnisciencia en este mundo literario y encerrada allí, piensa que te piensa, haciendo ejercicios de asimilación de la cruda realidad, me entraron ganas de orinar. Fui entonces al Retrete de las Princesas y me vino a la memoria el día en que las mujeres charlaban de sus cosas y los pájaros no se estaban quietos, allá por el Capítulo V, el día que Mari Polvo meó en un cubo de zinc y graznó un cuervo negro como un tizón de corcho y le respondió un papamoscas gris de cabecilla inquieta, y me la imaginé secándose las gotitas del líquido dorado y me entraron ganas de reír.

Me acordé después de la misma Mari Polvo cuando nos llevó a tomar café con sus amigas las de la Zafra o cuando me regaló una hoja de papel aluminio para guardar el chocolate con almendras. Y salí del Armario de las Ausencias y fui al Retrete de las Princesas y, una vez que hube meado, la curiosidad y el relajo de la vejiga me llevó a visitar el Aseo de las Tazas de Bronce donde mi padre guardaba sus cuchillas de afeitar y su palanganilla chica de porcelana y sus brochas y las barras de jabón ultrablanco y olí todos los objetos, y recordé la sonrisa de mi padre y su cara de embustero enfrente del espejo mientras se rasuraba pulcramente y me entraron ganas de darle un beso y cogerlo de la mano y que me llevara a pasear por la calle Nueva o por la Plaza de las Flores y que se pidiera un vino Tachín en la taberna y me diera a mí un poquito de su copa como si fuera un personaje de Próspero Merimé haciéndose una fineza.

Entonces comprendí que me estaba alarmando por nada y que el silencio es el aljibe necesario donde florecen los nenúfares de la relatividad. ¡Qué razón tenía la Esperatriz! Aquella noche dormiría dentro del Baúl Inspirado donde había tanto hueco y me echaría el alma a la espalda y soñaría con fuegos de artificio, podría ser feliz imaginando los colores llamativos de las celebraciones. Ya sabía lo que era el silencio, por la mañana habría guardado el silencio suficiente y estaría preparada para contarle a mi madre toda la verdad, nada más que la verdad.

            Como siempre, como todas las mañanas desde que practicaba el culto de Yemayá, mi madre se levantó temprano y fue a medir la velocidad del viento en la Veleta de la Ballena, apuntó en su cuaderno cruadiculado de notas “Foranillo, chispa más o menos”. Después miró el termómetro y el barómetro y puso en hora la clepsidra y repasó las distintas salas de la casa. Hizo café de pucherillo y llamó a todo el mundo a desayunar.

Se sentaron a la mesa mi padre con los ojos hinchados del sueño inquieto y Mari Polvo con la cara llena de churretes cosméticos, y la tía Nati con su resentimiento y todos guardaron silencio, pero un silencio que se podía cortar con un cuchillo afilado. Yo me senté en mi taburete, y Billy y Marco también callados tomaron sus tazones de leche. Crujían las tostadas de aceite traído de Canillas de Aceituno y se escuchaban los sorbos de la  Esperatriz que tal vez intentaba dejarnos sin aire para ver si decíamos algo. Alboreaba sobre la ciudad y sonaban guitarras como machetazos con cuerdas de tortura. Allí iba a pasar algo, pasó un ángel.





            -Niños, es hora de ir al colegio -dijo mi madre.
            -Yo también me voy que se me hace tarde -dijo mi padre y se fue al Salón de las Ondas donde tenía instalado el observatorio.
            -A mí me esperan las palomas -dijo la tía Nati.
            -Toma, que te he guardao esta talega de pan para ellas -le dijo mi madre a la tía Nati con mucha dulzura, con demasiada, tal vez; lo mismo le había envenenao el migajón para que las palomas se murieran de una puta vez y ella se viera obligada a mirar a las personas en vez de a los animales, eso pensé-. Jimmy, no se te olvide recoger el bocadillo que te he preparao -le dijo a mi padre y le dio un paquete envuelto en papel de estraza; ahora sí que estaba segura que le había echao mata-ratas al salchichón de cantimpalo, pero como era omnisciente no podía decir nada, absolutamente nada-. Mari Polvo, aquí tienes la fiambrera con el pollo al ajillo y un trocito de tortilla de berenjenas -bueno, bueno, bueno, es que se veía a la legua que les estaba tendiendo una trampa a todos y con razón, ¿no se estaban riendo de ella?, pues mira por dónde les iban a salir las risas, y es que se lo tenían merecío-. Y tú, Irene -¡coño!, a mí también me iba a matar, me eché a temblar; por eso, de nuevo, me llamaba por el nombre que me había puesto mi padre-: tú te vendrás hoy conmigo, te voy a enseñar a robar.


Obra de Marisa Vadillo de la exposición "Home bumpy home"





                                                                                              (Continuará)