domingo, 4 de mayo de 2014

LA REALIDAD - 8. La respiración



        En fin, que estaba Marco Polo y la princesa Aigiarme, y yo verdaderamente no tenía las cosas claras. Porque la princesa Aigiarme era guapa e incluso me gustaba, pero su vida la malgastó batallando. A mí las guerras nunca me han llamado la atención, no quería un futuro como el de ella, subida en su caballo y lucha que te lucha con lanzas y sangre a su alrededor como Juana de Arco.

            Conocí la vida de Juana de Arco a través de un hermoso libro con las pastas en verde agua que aquí no tengo a mano, es un libro de mi infancia, de esos que te llenan la cabeza de pajaritos. Lo que no me gustaba de la dichosa Juana es que acabara en la hoguera. Sí, todo muy bien, hablando con reyes y gentes importantes, pero al final achicharrada. (Que sepa mi amiga Virginia que conmigo no cuente para quemarme a lo bonzo).

            De la guerra sólo sabía que era una cosa muy mala, que tenía un abuelo desertor que no volvió jamás y otro perdedor que cada vez que íbamos a recoger el aguinaldo nos aburría con unas historias que a mi hermano y a mí nos venían grandes, sobre todo, porque no hablaba de la guerra que había vivido sino de otra ocurrida mucho antes: la guerra de Melilla de 1909. Se ve que el hombre para no pillarse los dedos y no comprometernos en nada extrapoló su sufrimiento y lo metió en una lucha exótica que ninguno conocíamos. Lo que tenía claro es que yo no quería ir a ninguna guerra, sobre todo porque en las guerras no se respira bien, se estresa una mucho.

            A mí me dio por no respirar y eso preocupaba a mi familia, lo hacía principalmente a la hora de la comida y mi madre, que se sentaba a mi lado, se veía obligada a decirme de vez en cuando: “Salvi, por favor, respira.” Ese defecto lo he ido arrastrando mucho tiempo hasta que mi lectora preferida, es decir, mi mujer, me dijo un día: “¿Te has dado cuenta de que a esta obra de teatro que has escrito -se refería a Por fin Antígona-, no le has puesto ni una sola coma? Que sepas que me voy a ahogar leyéndola. Salvi, por favor respira, que si no no podrán respirar los que te leen.”

            Pero yo estaba tan confundida entre Marco Polo, la princesa Aigiarme, la chalada de Juana de Arco y el masoquismo de Santa Teresa de Jesús, estaba tan falta de referentes para el placer que no entraba ni una gota de aire en mis pulmones y sentía un dolor en el pecho constante y atroz al que no sabíamos ponerle nombre. Me llevaban al médico y el médico me miraba y milagrosamente yo empezaba a respirar bien, simplemente lo hacía porque en la consulta tenía una máquina de escribir eléctrica y para mí eso era lo mejor del mundo, el culmen. Quería tener una como la de él y poder escribir yo la historia de alguien que no tuviera que sufrir ni quemarse ni meterse a monja ni ir a la guerra.

            Menos mal que poquito a poco conseguí domar los latidos de mi corazón y poner puntos y comas por todos lados. En literatura es muy importante puntuar correctamente, es una cuestión de amor propio y de cortesía hacia el lector y la lectora.


Uno de esos días en que todos estábamos confundidos y mi madre optaba por ponerme pantalón y falda a la vez y me sacaba al balcón para que respirara y yo no sabía si tenía que respirar por la nariz o por la boca.




            

            Consejillo: Nadar es una ejercicio estupendo para encontrar tu propio ritmo, no dejes de practicarlo cuando tengas posibilidad, y cuando no tengas agua imagínate que tu cama es una piscina y nada; así mi hermano y yo nos hemos hecho muchos largos de secano.