domingo, 26 de enero de 2014

Carcaj - Gota de mar



La centaura


Relincha
el centauro
que huye con la fuerza
y el fuego.
Avanza
entre constelaciones marítimas.
Todas las manos
desean su carne salvaje.
Recorre
lo concreto,
los dominios
inaccesibles del vigor.
Los ojos
de guerra primitiva
permanecen,
se ocultan
bajo una cortina
leve.
Ya llega
a los barrios,
a las flacas aceras
de la ciudad
donde hay alambradas
de agua
y su bella anatomía,
aún no deteriorada,
esparce,
entre los fusiles,
escarcha.
Levanta
las rocas,
los jarrones débiles
de formas acabadas.
Surge
un cráter inquietante
o se apaga
todo
porque lo dijo un dios.
Siente
el latir de los hierros,
la figura
intensa de la historia.
Corre
como un tigre
hacia el sur,
hacia las imágenes
enjabonadas por los límites,
hacia las mariposas
que tienen el océano
en sus alas,
hacia las lanzas
que enjugan su dolor
en la lana.

Y en el ocaso
llega al parque
la brillantez
del centauro.
Con su trenzado
olor a costas,
sin declinar la barbilla,
dibujando las dagas
que acuchillan el cielo.
Deja atrás los ejes geográficos,
la aparente exactitud
de la elocuencia.
Su cerebro
no encierra nada
para no obligar al error.
Los pájaros
abren los extremos,
revelan los jerárquicos
eslabones familiares,
los que dormían
en los establos y
en las fronteras,
los que vencían
a los espíritus pacíficos,
los que se guardaban
en el fondo de los países.
Pero los gorriones
salen alegres,
nadan sobre las gestas
de Europa:
Hay una hemorragia
ciega,
una alocada hambre
de labios.
Desea ser ladrón
o helio
que viole los huertos,
que rompa los ídolos
y botellas.
Sobre sus hombros
morenos descansa el orbe,
la leña verde
de las islas,
los pesados ladrillos
de barro colorado.
Es el tiempo del júbilo
opaco,
de la dura distancia
entre los cuerpos,
de la insalvable
lejanía.
No permite que se desmoronen
las columnas silenciosas,
la noble negación
de su frente,
el llano delgado
donde habita el momento,
donde la seguridad
residía en las llaves
y se baña en un óleo
nuevo.
Ha desobedecido
las órdenes de siempre,
las malas leyes que impuso
la fortuna.

Descansa
el centauro
y su cara es
la de un ángel soleado,
su gesto
el de un héroe
oculto,
sus pestañas
la sombra de la felicidad.
Pasea
cazando los sueños planetarios,
se dirige
a los puentes,
escala las pirámides,
respira los ramos
del origen.
Encuentra una parada
en el universo
donde zambullir
su angustia silvestre
antes de llegar a las salas
de livor.
Pero de pronto
viaja hacia el principio
y la centaura
renace,
sale de las trincheras saladas
destruyendo
el sufrimiento triangular

del aire.




Este poema lo escribí entre el 19 y 20 de Julio de 1983 y lo publiqué, sin darme cuenta, en 1986. Pertenece a mi libro Carcaj.



domingo, 19 de enero de 2014

Carcaj - Gota de mar





Gota de Moby Dick

Quemar la espuma
un día en que la noche mire a barlovento,
teñir de una sonrisa trágica la mar,
llorar tu muerte como si fuera un naufragio
y llevar una gorra azul.

Este será el luto a tu inmensidad,
a tu alegría de balcones infantiles
y a tu frente parabólica.

Si un niño corre hacia las costas
yo le hablaré de ti,
le diré que cuando se enamore
grite por las playas:
“Mi amor es tan grande como una ballena”.







Este poema pertenece a mi libro Carcaj publicado en 1986.

domingo, 12 de enero de 2014

Carcaj - Gota de mar







                       Gota de índigo


                        Tengo una íntima invitación en los párpados:
                        mi lluvioso cuerpo se te abre,
                        mi calor de tapiz histórico se te brinda.








Este poema pertenece a mi libro Carcaj publicado en 1986.

domingo, 5 de enero de 2014

Capítulo XI - Brotes azules : 9ª Toma




         Cuando entramos en la casa había alboroto grande y desorden en demasía, es que había venío el fontanero Bajtín y su ayudante-pitoliano Leo Bassi. Bajtín era un teórico de las tuberías, pero Bassi era  un verdadero práctico al que le daba regusto meter las manos en los desagües. Pues bien estaban en el Retrete de las Princesas y habían venido a instalar un trono con una corona en lo alto de la que colgaba una cadeneta de plata y un mango triangular, si tirabas de ella salía agua en abundancia y daba limpieza al sillón hueco que acabaron de instalar. No se preocupen, no voy a dar más detalles, yo no soy fontanera.

No sé por qué había un gran regocijo y risas por doquier y a mí me llevaban a rastras y estaban dispuestos a castigarme porque no quería volver a la escuela, fue entonces cuando a no sé quién se le ocurrió que yo era la que debía probar el asiento y no sé tampoco cómo consiguieron que las tripas se desencadenaran con anarquía, y una vez dentro del Retrete dijeron que como era chica lo mejor es que no cerrara la puerta, que pa qué; desde entonces me dio tirria la omnisciencia.

Allí estaba yo sentada a la vista de todos cuando aproveché un despiste para echar el cerrojo, lo acabo de decir y no me cansaré de repetirlo: a mí no me gusta la omnisciencia, me parece una falta de educación. Y cuando eché el cerrojo mi madre empezó a decirme que me iba a hacer tortas de masas y yo le dije que tirirí, que conmigo no se quedaba otra vez. Entonces me dijo que saliera que tenía que probarme, que me estaba haciendo un vestío de gitana con una colita y que si me lo ponía parecería una sirenita con piernas, es decir, una republicana, y yo le dije que a ver si se creía que yo era gilipollas y me iba a pasar la vida jugando a los castillitos de arena como Babe Jane, que si quería ser republicana que fuera ella que yo no quería, que en la época que estábamos seguro que nos cortaban las piernas, que yo no iba a luchar contra nadie.

Y mi tía Lola, la Esperatriz, que llevaba tanto tiempo callá y con la cara boba por la fuerza del alzheimer aunque entonces no se le llamaba así, me dijo que ella me iba a regalar una mantita blanca y verde pa que no pasara frío, y yo le contesté que a mí me gusta chupar los polos y jugar con la nieve, que la nieve quema, que están mú equivocaos los que piensan que da helor, que esas son las apariencias y que las andaluzas NO queremos volver a ser lo que fuimos: Sherezades del serrallo que dieron aceite a los hombres para que encendieran las lamparillas con la que le daban luces a más hombres, mientras nosotras estábamos a dos velas. ¡Anda ya tita Lola si tú eres una fantasmilla!

Pero nada, que no, que después fue mi padre quien quería convencerme de que por mis venas corría sangre de faraona, que él me había hecho la carta astral y salía en mis genes que iba pa reina. Yo le dije que no quería ser reina, que toas la carrozas se vuelven calabazas y que yo quería ser una persona, una persona normal y corriente, y entonces empezó a pegar golpes a la puerta como si la fuera a echar abajo y pa no enojarlo más le dije que sí, que de acuerdo, y le di la razón como a los locos, que yo sería la reina, y mi madre dijo que no me olvidara de los de mi clase, que a ver si iba a ser una descastá y entonces le dije que vale, que de acuerdo, que yo sería la reina de la morralla. La verdad lo que yo quería es que me dejaran en paz por lo menos en el wáter, porque aquello era un wáter y ya está. Pero es que hay gente que no diferencia entre ficción y realidad.

Y en aquella soledad oscura hasta Derri, mi muñeco, con su voz muda vino a decirme que me acordara de él y que lo pusiera de protagonista en un novelón por entregas, que tenía ganas de dejar de ser de plástico deconstruído y reciclado. Y yo, que no podía saciar los deseos de todos, le contesté con susurros que si quería abandonar su estatus inanimado comenzara tratando a sus colegas como seres humanos. No sé, tal vez se llevaba una sorpresa y en ese paraíso de juguete donde se había instalado descubría que hasta las Barbys tienen corazón.





                                                                       (Fin Capítulo XI. Continuará)