Para Carlos Clementson
Con la calor León Tolstoi
se pasea por las calles de Córdoba
con su sombrero de paja
y sus preocupaciones sobre el agro.
¿Liberará a los campesinos?
¿Escribirá sobre la paz?
Sueña con Ana Karenina
igual que Carlos Clementson
sueña con el Mediterráneo
o se entristece al pensar
en las maldades del mundo,
en los pequeños crímenes cotidianos.
Al atardecer
el poeta y su familia
se reúnen alrededor del samovar
y hablan de los cerezos
o de la naturalidad de Chejov.
Rememoran las mimosas,
los libros de Alfonso X el Sabio,
la frescura de la gente del mar
y entristecen con el sol
que no nos libra de ver
la verdad y sus aristas
como sólo se ve la verdad entre olivos.
Y anda León Tolstoi
con su sombrero viejo,
con la sencillez del que disfrutó
de la crianza de las amas
como Nabokov disfrutó de la incomprensión.
Y anda Carlos Clementson
con la destreza de un actor de los 50
buscando la sombra y a Margarita Cansino,
buscando las invisibles complejidades
de las palabras
y guardándose para sí
esa novela grande
que nunca escribirá
sobre la luz abrupta de Córdoba.
Y es que él prefiere hablar
del tenue color de las adelfas.
Y cuando el fresco llega a la ciudad
el poeta nace
como descansa Tolstoi en un humilde jergón,
y con la mano noble
de quien sólo conoce las labores del campo
muy de lejos
escribe sobre Ronsard
o la gentileza del alma.
Entonces, entonces es cuando se hace
el tonto
y calla y el silencio acumulado
es la más inmensa novela
que nadie nunca
pudo imaginar.
Carlos Clementson firmando un libro en la cafetería del Nuevo Rectorado. Somos tan amigos que incluso nos leemos.