(Rebelión de Djuna Barnes contra el charloteo pseudo intelectual del doctor
Matthew O´Connor en un claro del bosque de la noche)
William Blake dice: “He who has suffer´d you to impose on him, knows you” -“Quien ha soportado que abuses de él te conoce.”
Soy una veleta fría,
soy una loma chica,
un zumo de naranja y limón.
Soy pequeña,
íntima que comienza azul,
sobria que se teje al caer.
Y soy nada
si usted quiere que nada sea.
¿Por qué me obliga a doblar el cuello,
a buscar sus ojos y ponerme de puntillas?
¿Por qué me obliga? Cegada ante el sol
no puedo verle la cara,
la privacidad de sus gestos que dicen
generosos o las terribles raíces
de emperador.
Ah!, sólo quiere que le admiren,
¿no es eso?
Ningún secreto se evadirá suave,
ninguna ciudad construida en la ciencia,
todo huracán,
capricho.
¿Por qué me obliga a doblar el cuello,
a alzar la vista y cegada no me responde?
Tengo una boca que muerde mis pechos
duros.
Usted no sabe lo que es eso, no lo creo.
Usted quiere que elogie las mañanas,
el viento agotador del mistral,
el tacto de la nieve.
Pero yo retiro las cortinas y
miro de soslayo
y miro lo que miro,
lo que me da la gana, oiga.
Sí, sé que son muy bonitos los tréboles,
que nada se puede comparar a la brisa del
maestro...
Pues se engaña.
Que yo soy huésped y esto es insolencia,
cierto, pero la mar está tan cansada
de recibir los mismos elogios,
las turbias metáforas y
los sotos de rutinas
llenos ya de una paciencia montaraz.
¡Ay, que es de oído duro!
Y aunque escuche le parecerá imposible,
equivocación, ilógica herejía
que hay que exorcizar.
Entonces tengo las manos atadas,
y con las manos atadas,
con esta boca que sabe lo que es un torso
de carne
le digo:
“¿Y le place este juego con ventaja?”
Tenaces vuelven los cantos
como un loco y su perfume
y fluyen por cavernas y ríos de alba.
Aquí está la voz del ruido viejo,
arroyos duraderos con el viento de su voz.
Aquí está el ruido inaccesible
como una civilización forzada,
como el perfume de quien no supo ser
sencillo,
y ya su palabra es un horizonte curvo que
nadie mira,
unas nubes sin leyenda.
¿Que estoy sola?
¿Dice eso tu temor?
Nunca tanta vida,
nunca alimenté tanta valentía,
nunca las colinas se ofrecieron como hoy.
Las mesetas brillan sin cadenas,
los patios se recluyen imprecisos,
la tarde y la montaña quiere ser
sólo eso, tarde y montaña.
Tus manos de dios arañadas por rocas,
bebido tu ánimo,
y frescas las arquitecturas se declaran
en rebeldía.
Cierras los ojos y compadezco
tu arrogancia, y mi mano
sería tu regalo si no recelara
del mordisco salvaje que renovaría tu
orgullo.
Así se va el tiempo
igual que la cantinela del agua,
como los cisnes rebeldes que vagan
temblorosos,
pero con la seguridad de no volver atrás.
Así vaga el tiempo,
desterrado de conquistas y mieles
de victorias, la última victoria que
te sustenta
como un ogro con las víctimas contadas.
¿Y usted quién es?
¿Dónde están los mapas de su estrategia,
el nombramiento inequívoco
de su poder sereno?
¿Dónde está su trono? ¿A qué viene
ese silencio, ese huir de ola,
ese barroco caracol
al que llaman majestad?
Déjeme echar un cigarrillo.
Sí, déjeme que le mire como una actriz.
Déjeme que recuerde mis noches en vela:
paseos por los barrios, fuego en el coche.
Déjeme que con este metro mida su sonrisa
y deje, que si el mundo se basta solo
y emancipado,
recorreré sus sendas de hielo,
sus casas dormidas...
Y adivine,
usted que sabe de eso,
que no hay pensamientos de culebra.
No me da miedo el yermo
valle de oscuridad y silencio,
sólo siento que en esta cara de
la tierra se complique
el roce prendido de aquel pubis
o el sabroso son de unas nalgas.
Déjeme echar un cigarrillo.
Déjeme decirle quién soy:
Soy una veleta fría,
soy una loma chica,
un zumo de naranja y limón.
Soy pequeña,
íntima que comienza azul,
sobria que se teje al caer
y soy libre al morder esta manzana
de amor.
Pero dígame:
Y usted,
¿usted quién es?