domingo, 7 de abril de 2013

Capítulo VII : La temprana edad - 5ª Toma


   
         A la Empanada de las Edades se entraba por el ángulo extremo y siniestro del Zaguán, el recinto estaba dividido en dos por una celosía de madera castellana, en el triángulo de la izquierda los niños tirados en una manta hablaban bajito.

            -¡Os pillé!
            -El juego ha terminao -dijo Currito Tirachina.
            -Pero podemos empezar de nuevo -propuso Marco-árbitro.
            -No, es mú aburrío.
            -Mejor jugamos a las casitas -dijo Sole que llevaba un vestido floreado y los tacones grandes que le había robado a su madre y la cara pintarrajeada y un olor a vejez prematura.
            -¡Niños, callarse! -dijo la tía Nati desde el otro lado de la celosía y se escucharon los abanicazos pausados de una mujer que imagina todas las musarañas posibles e imposibles durante las horas del mediodía-. Mira que si no voy a llamar pa que os den jarabe de palo.

            Todos cerramos los ojos y nos hicimos los dormidos, yo también. Allí, revueltos sobre la manta de rayas negras y naranjas parecíamos estar sobre una balsa; eso dijo mi primo Billy que actuaba como un capitán y hasta tuvimos que hacerle caso y quitarnos los zapatos, y de nuevo nos mandó callar la tía Nati y prontamente cerramos los ojos y apretamos los párpados para obligar al sueño.

            Desesperado vino un olor a mondarinas, era de unas ramas que Currito Tirachina había cogido de los árboles que había en el Solar de los Desahucios.

            -Huéleme las manos -me dijo muy bajito, cerca su boca de mi oreja. Yo le hice caso.
            -Las ramas las he cogío yo -dijo mi primo Billy con tono de propietario y sin saber por qué esquivé su mirada-. Venga, vamos a dormir.

            De nuevo intentamos cazar la región donde el reposo tiene su reino de velos. Me puse boca abajo agarrada a un cojín muy blando, a mi izquierda estaba Currito, a la derecha Sole, que con su boquita de pez dormía ya al lado de mi primo Marco, y al lado de mi primo Marco estaba Billy. Una colcha de calor nos dejó rendidos y no recuerdo ninguna imagen subrepticia que se colara en mi mente. Estaba en la profundidad que sólo dan la hora de la tarde y la inconsciencia más joven cuando mis pies desnudos sintieron el roce de una flor mojada, instintivamente quise desahacerme de ese contacto, los moví con rapidez, pero entonces unas manos los abrazaron como si fueran pajarillos que debieran ser calmados, levanté la cabeza con trabajo, se desplazaba amodorrada y me encontré con la sorpresa de los ojos esquivos de mi primo Billy.

            -¡Déjame en paz! -le dije.
            -¡Chisss! -respondió tendido como un vasallo-. Cállate que vas a despertar a los otros -y empezó a darme besos seguíos entre los dedos.
            -Que me haces cosquillas. ¡Déjame ya!
            -¿Qué pasa aquí? -dijó mi tía Nati vigilante justo detrás de la celosía, y a mí me dio miedo su mirada apagada de anciana muerta en vida, y a mí me dieron lástima los ojos suplicantes de mi primo que me pedía que no lo delatara.
            Se hizo un silencio de rito y la somnolencia abrió sus brazos más tibios mientras mi primo, seguro de mi complicidad, se pasó todo el rato que le vino en gana besándome los pies mientras decía:
-Parecen sapitos.



Que no, que no es un rape, que es un sapito chiquitito.











Que son sapitos fritos, emborrizados en harina de maiz para que a los niños y las niñas  que no soportan el trigo no se les hinche la barriguita con el gluten.














Fue grande ese día en que no tuve envidia de los tacones robados de Sole y aprendí la utilidad de ir descalza por la vida. Me acuerdo perfectamente, me acuerdo con la gratitud de la inocencia. Me acuerdo a pesar de que haya pasado el tiempo y sucesos imponentes o importanciosos amores hayan querido dejar huellas indelebles en mi ser no para satisfacer la voluntad de mis deseos sino para señalar la soberbia de sus hazañas eróticas. Me acuerdo de la ingenuidad de un acto sin ninguna pretensión excepto la del goce, y me acuerdo porque fue una muestra de sencillez que me sirvió para comparar otras experiencias y el grado con que se miden todos los verdaderos agasajos: la intensidad de la paciencia que el amado está dispuesto a soportar. Se trataba de un juego entre niños. Qué distinto de los actos llenos de cultura con los que desfilamos durante toda nuestra vida y nos engañamos ocultándonos en justificaciones de pertenencia.

Confieso que llevo aquella herencia y que hasta ha conformado mi forma de andar, tal vez para no estropear las caricias que llevo dibujadas en las plantas desde entonces. Bueno es saber que el amor muchas veces tiene la ignorancia como prenda y que no la utilizamos frecuentemente, también es bueno el sorbo del vino que se derrama suave y la entrega esmerada de los dátiles y la sed y el viento que nos acaricia la cara con la sal del mar. Bueno es conocer cuáles fueron las raíces de nuestra forma de querer. En fin, Venus (la que nació en Chipre, ¡Oh, la bella Chipre!) tiene caprichos que hay que respetar, sobre todo si nos encariñamos de sus pacíficas formas tan distantes de las arriesgadas aventuras que quieren grabarse a fuego para hacernos esclavas.

            Cuando nos despertaron para la merienda mi primo se olvidó de mí y yo de él aunque eso sí, respetamos el silencio que nos había cobijado con la madurez que da la cordialidad. Para merendar nos dieron un dedal de vino dulce y pan con chocolate. Mientras saboreaba el chocolate negro había una imagen que no se me borraba: los ojos de mi tía Nati a través de la celosía, esos ojos viejos y enmarcados en un resentimiento tan visible que se hacían insoportables, esos ojos proporcionaban una mirada extravagante como una hoz dispuesta a seccionar todo lo que antes a ella le habían seccionado. Era muy distinta a la mirada de mi primo Billy llena de pudor, sí, del pudor que persigue a los desvergonzados.

Pedí a Sole que me siguiera, ella me dijo que no, pero yo ya había descubierto la palabra gracias al silencio del Baúl Inspirado, de los consejos recibidos dentro del Armario de las Ausencias y de la presencia inexistente de la Esperatriz que contaminaba su cuarto entero con símbolos generosos; así que la convencí. Y las dos entramos de nuevo en la Empanadilla de las Edades, sentía curiosidad por saber qué había tras el biombo.


                                                           (Continuará)