Y Mari Polvo cogió a mi
madre y la metió en la parte luminosa de la Bichambre. No sé cómo cupo la
pobrecilla porque la tenía abarrotá de Mariquitas Pérez, de cojines fucsias y
naranjas que hacían juego con un coral enorme y blanco que le había regalao un
hombre en el Peñón del Cuervo, y decía Mari Polvo que ese hombre salía del mar
con el pecho herido por las medusas y al darle el coral enorme y blanco le dijo:
“El blanco albor latente, medio desfallecido se derrama, perdido sobre la
fría fuente de la sombra.” La verdad es que hay gente pa tó, gente rara por
el mundo. Vaya, que sí hay.
En
fin, que junto al coral y los cojines y las Mariquitas de los cojones, también
tenía la foto de un hombre reipenao que parecía un actor de la Metro y dos boas
de pluma y un montón de medias con los puntos saltaos colgás de una alcayata, y
un par de ligueros y una estampa de la Magdalena leyendo pintada por Roger van
der Weider y debajo un poema tonto con letra de emulación como la de las niñas
cursis de los colegios de pago:
Madre de los libros,
así como las hojas,
delgada,
llueve la pasión del vuelo.
Dormir es el placer
de sabios, madre.
Andar bajo la protección
de tu manto literal,
almorzar sopa de letras,
beber leche
de cuentos sin fin.
Jamás profanar tu nombre
con una comparación trillada
como la de ese Proust
tan señorial.
Magdalena, tierno nombre,
arrodillo mis historias
bajo
tu escudo.
Madre de los libros,
así como las hojas
delgadas,
y elegantes
lloveran las creaciones
nuevas.
También tenía colgado encima de la cama un rosario hecho
de garbanzos cuyo final no era una una cruz sino una chatarrería de coquinas
que formaban una concha grande. Vaya, una macro-concha hecha de micro-conchas.
-Toma esta manta y siéntate en ese sillón.
-¡Coño! -dijo mi madre al pincharse con el acerico.
-¡Qué mal hablá eres!
-¿Tú que vas, a corregirme ahora? No creo, ¿no? No te
vaya a pasar como a mi marío que piensa que me chupo el deo. Que yo te noto
cuando vas de farol y sé, lo mismo que tú sabes, que las palabras se han hecho
pa defendernos. Conque no me vayas a tocar ni una línea -dijo mi madre con una
profunda violencia y una breve clarividencia, tan breve como un destello.
-Usté perdone Señora Escribana -dijo Mari Polvo mientras
entró en un meticuloso arrangement, muda que te muda cojines y Mariquitas hasta
que dejó la cama libre-. Voy a poner agua a hervir pa que entres en calor -y
Mari Polvo se fue a la cocina mientras mi madre entró en una aguda idiotez y
empezó a balancearse como si meciese a un ser invisible.
-¡Ay, mi Inesita! -decía-. ¡Ay, mi corderito!, ¡Ay, mi
niña chiquitita! ¡Ay, ay, ay!
¿Quién era esa Inesita que yo no conocía?, ¿quién era esa
niña que siendo invisible era más querida que yo? Sin pensármelo dos veces me
solté de la mano del farsante Jimmy Sailor y me fui a la calle. Lo que sé, lo
sé porque me lo contaron, que yo no lo vi con mis propios ojos, conque debo
confesar que no sé a qué omnisciencia pertenece. Pero para mi parecer que hay
que respetar la intimidad de los personajes aunque estos sean tan ordinarios
como La lozana andaluza:
Mari Polvo con el pico de una toalla rosa lavó el cuerpo
enajenado de mi madre y después le dio unas friegas de alcohol, y se detuvo
especialmente en las piernas temblorosas, con fuerza masajeaba sus muslos que
parecían un flan y de vez en cuando le preguntaba ¿estás mejor? Y mi madre
movía la cabeza asintiendo levemente. Dicen que estuvo más de una hora
sacándole el nerviosismo de dentro. Cuando Carmen quedó quieta Mari Polvo salió
de la habitación y le trajo un buen tazón de caldo del puchero que había hecho
Tomasita con un pollo que le había prestao Doña Fuensanta que se lo había traío
Teodoro que se lo había encontrao en la
alacena de la Señora María que lo tenía allí para guisárselo así a su marío Don
Romeral, el jefe de la carpintería, en pepitoria.
Mari
Polvo le dio el caldo a mi madre como si fuera una niña chica y mi madre lo
comió con ojos extraviados mientras no paraba de preguntar por su Inesita, su
corderito dulce que era tan cariñosa con ella y que era tan modosita. Cuando
acabó de comer, Mari Polvo le limpió la baba con una servilleta a cuadros con
una inicial de pertenencia de esas que gustan a los posesivos. Y le habló:
(Continuará)