Mi
padre, al ver el tinte que estaban tomando los acontecimientos decidió ir en
nuestra búsqueda y a mí me dio dos cachetes en el culo y a mi madre la quiso
meter a empellones en la Metacasa, pero mi madre no se dejaba, que empezó a
sacar la lengua y a decirle: “Monárquico de mierda, marinero de poca monta,
pinche ladrón, guarro, que te crees mú listo porque tienes una gorra de capitán”.
Yo
seguía dando saltos y más saltos intentando seguir el ritmo de esas voces
profundas y liberadoras como el canto de los tontos o mejor, el ritmo de los
verdiales. Y es que la voz de mi madre era profunda, le salía del estómago, era
profunda y ataviada de libertad: “Majarón, que eres un majarón, que siempre me
la quieres meter doblá”, le decía a mi padre que vio con espanto cómo se abrían
las puertas de los vecinos y todos se quedaban mirando el espectáculo.
La calle brillaba como si fuera une rue de
Paris, temps de pluie. Sí, ¿no recuerdan ustedes ese cuadro de Gustave
Caillebotte donde refleja el centro del quartier de l´Europe y que tanto gustó
a Émile Zola, ese escritor que describe tan bien los puestos de los mercados?
¡Ah, los mercados con sus puestos imponentes, verduleras que hacen extrañas
signaturas a los melones y sandías. Pescaderas con las tripas de los jureles en
la mano. Carniceros de mandiles sanguinolentos! ¡Ah, los mercados abstractos y
oscuros igual que negros estanques como aquel que inventó Schuman, no el
ingenioso músico de delirios exacerbados sino el otro que quiso reagruparnos a
todos como un Carlos V de las finanzas! ¡Ah, mi madre perdida en el laberinto
del mercado de la Atarazanas como el que se pierde en el obtuso laberinto de
Cuevas de Almanzora! ¡Ah, los laberintos de setos de Versalles! ¡Ah, Versalles
y su bosque! ¡Ay, el bosque, el Bois de Boulogne con sus barcas, los pinos de
Torremolinos, los pinos de camino a Mazagón! ¡Ay, las piñas y los piñones en el
crujir de una hoguera por la noche cuando las salinas deslumbran la oscuridad!
¡Ay, la oscuridad, la penumbra y el vino y la borrachera! ¡Ay, en eso que está
llegando Mari Polvo y cuando se encuentra el plan se pone a reír como una
posesa!
Pandero y sombrero de los verdiales. |
-¿Qué pasa? -pregunta con tono del que despierta de una
soñarrera, y es que venía pensando en sus cosas y dándole vueltas a su bolso de
escay, ella también estaba metida en una reiteración.
-¿Qué va a pasar? Que me he partío la pierna -contestó mi
padre ante la expectación de los vecinos que se reagruparon indiferentes a la
lluvia; y es que la gente es mú cotilla.
-Tú no me interesas, ya sé que a ti siempre te pasa algo.
Cuéntame de éstas, dime, que están desencajás como si las hubiera pintao
Picasso.
-No nombres a Picasso, que es un hijo de puta y un mal nacío
que no reconoce a su tierra y ná más sabe hacer garabatos como si fueran
churros -mi padre es que cuando se le rompía algo se ponía de muy mal humor. ¡Ah!,
y de nuevo salieron los sempiternos churros.
-Di, ¿qué les pasa?
-¿No lo ves? que se le ha ío la cabeza a la Carmen.
-Pero, ¿por qué?
-No sé.
-Uy, uy, uy, tú si lo sabes.
-Él sí lo sabe, él si lo sabe, él si lo sabe, él si lo
sabe -me puse a gritar como endemoniada.
-Niña, cállate, que eres una mosca cojonera -dijo mi
padre y me dio un coscorrón.
-Venga, díme qué le pasa a la Carmen.
-Ná, que dice que yo no he respetao su luto.
-Y yo bien que he cumplío en el entierro de tu padre
-gritó mi madre como una repentista, al fin y al cabo a la narradora se le ha
olvidado decir que se le ha muerto un personaje. ¡Vaya narradora de mierda!
-Ahí lleva razón -dijo Mari Polvo que se había pasao todo
el duelo aguantándose la risa y es que a mi abuelo Ramiro le pusieron un puñao
de flores al pie de la caja y dos gladiolos rojos apuntándole a los huevos. Que
tiene mérito aguantarse la risa cuando estás toda la noche velando a un
desconocío que a ti ni fú ni fa y encima es un ridículo fantoche que no ha
hecho ná por nadie por mucho que lo quieran mejorar con el maquillaje de la
Parca y el respeto que se le debe a los desaparecíos.
Y Mari Polvo se echó a reír cuando se acordó del viejo
Ramiro Sánchez, pobrecito él, pescador que presenció el incendio del Palacio de
la Aduana, el derrocamiento de la estatua del Marqués de Larios allá por 1931 y
que fue sustituida por un obrero desnudo, el incendio de la calle Larios en
1936... Pescador de musarañas, zurcidor de redes ocres, recogedor de botas
viejas, de chanquetillos diminutos y que un día, dicen, se folló a una sirena.
-No te rías de mis muertos -dijo mi padre que se estaba
volviendo algo quisquilloso.
-Me río de los míos, ¿por qué no me voy a reír de los
tuyos? -respondió Mari Polvo.
-¡Ay, por Dios! -se persignó la Engracia que era una
vecina mú floja que tenía los brazos mú pegaos al cuerpo como si fuera una
marioneta.
-Ni por Dios ni por la puta la Virgen -contestó Mari
Polvo que aquel año había visto las procesiones desde el palco de autoridades,
que la invitó un querío suyo de mucho rango y se dio cuenta con otro par de
maricones amigos suyos que eran invitaos también, ya sabéis los ricos se juntan
con tó el mundo, de que los santos son estatuas sin cuerpos.
-A estas tías lo que les hace falta es un pollazo -dijo
Vicente el falangistín que tó lo arreglaba con la misma medicina.
-Tú, Vim Laven, métete en tus cosas. Díme de qué presumes
y te diré de qué careces -contestó Mari Polvo que estaba a la última y además
sabía poner los refranes como si fueran banderillas.
Mi madre seguía tragando agua y empezó a cantar un
lalaito muy suave, siempre sospeché que Carmen la de las tetas negras iba
contra corriente y encerraba mucho, y que el día que dejara abierta la
compuerta de las confesiones íbamos a recibir una versión muy distinta de los
asuntos que habían conformado nuestras vidas:
-Que eres candil de calle, oscuridad de casa -le dijo a
mi padre- y un embustero de tres al cuarto, que nunca hemos estao en Singapur,
cabrón, que me haces ser cómplice de tus mentiras salvajes, mentira sobre
mentira pa ná. ¡Trolero, que eres un trolero!
-¿Torero, yo? -dijo mi padre que por lo visto estaba mal
del oído y nunca había escuchado a nadie aunque yo no me había dao cuenta hasta
entonces.
-¿Nos has engañao a todos? -dijo Vicente exaltado como un
alférez pelotilla.
Mi padre se puso colorao como un tomate cuando vio estrecharse
el círculo de los vecinos como la soga de una víctima en un linchamiento.
-Mi mujer está loca, está loca, no le hagáis caso. Mirad,
mirad a la niña -y me cogió a mí de malas maneras-. ¿No veis que tiene cara de
china?
-Po sí que lo has arreglao -dijo Mari Polvo y de
nuevo se echó a reír.
-No te rías más -ordenó mi padre que resultaba ser un
poco dictador, la verdad es que aquel día no ganábamos para sustos, no teníamos
bastante con la declaración de locura de mi madre que ahora, encima, venían las
manifestaciones de tiranía de mi padre que siempre había sido tan comedido, ¿o
no?
-¡Qué coño te pasa a ti con la risa, cara de hiena? ¿Qué,
eh? ¿Que si no eres tú quien te ríes no te hace gracia la cosa, verdad? ¡Anda
ya, desaborío, que tienes más mala follá que Bergson -dijo Mari Polvo, que no era
tan ignorante como parecía-. Y tú, Carmen, ven acá pacá, que te voy a arreglar
el cuerpo. Señores, adiós mú buenas, cada uno a su casa y Dios a la de tó. Tú,
mentiroso, hazte cargo de la niña y trátala como carne de tu carne aunque tenga
cara de vietnamita. Venga, pa dentro.
(Continuará)