-Pues a la alemanita Mönchäunsita me la encontré el otro
día en un cibercafé y me dijo que se había casao con Bocanicho, un tío mú
triste, pero mú buena persona porque está todo el día suministrándole recetas
para orientar su vida. Y no hace mucho me tomé una copa en un afterhour con la
catalana CalientapOla y me contó que a un hombre en cuanto lo rozas se le va la
cabeza.
-Eso mismo dice mi amiga Allumeuse -dijo Tapaderita, se
ve que sin darse cuenta ya estaban haciendo incluso literatura comparada. Mi
madre, como siempre dominada por la curiosidad, cogió el diccionario pa
enterarse de qué coño estaban hablando.
-¿Existen Allumeurs en el mundo? -pregunté inocentemente.
-¿No les he dicho que la niña promete? -dijo Madame
Couvercle.
-Lo que hace falta es que cumpla -dijo Mari-Polvo y
siguió interrogando a su amiga-. Oye, ¿qué es eso de un cibercafé?, ¿y lo del
afterhour? Anda, explícamelo que me has dejao intrigá.
-Pues como siempre son las cosas, espacio y tiempo.
-¿Y de Nurzha qué sabes?, ¿sigue aquí o ha vuelto a
perder los papeles?
-Una lástima, se ha muerto.
-¡No me digas!
-Sí -y se hizo el silencio.
-¡Hay que ver cómo es la vida!
-Esto ya está -dijo Tomasita y alargó el décimo con los
nombres garabateados.
-Pon el nombre de Mari-Match también y el de las otras
que ha nombrao -dijo Mari-Polvo.
-Como sigamos así no vamos a caber ni a un real.
-¡Pero si el premio no es en reales, es en euros! -dijo
Mari-Match que a tientas buscaba el vasito de café y la tostá de pan con
sobrasada que se había pedío y el camarero trajo con tanto tanto trabajo,
porque como estaba acostumbrado a verla por el local vendiendo su lotería se
pensó que quería lo de siempre, pero se equivocaba, que aquella mañana no le
apetecía croissant ni brioche.
-¡Euros? -dijo mi madre mientras hojeaba nerviosa el
diccionario.
Entonces se pusieron a hablar del dinero y de lo
importante que era tener cada una su propia tarjeta de crédito.
-¡Ah, por cierto! -dijo Maripolvo-, quien me preguntó por
ti fue la Crèmedelacrème.
-¿Sí?, No me lo puedo creer.
-Sí, me dijo que iba a presentar a su hija en sociedad.
-¿La va vestir de largo?
-No, dice que le va comprar un traje de astronauta, que
desde que vive en una mansión con piscina se ha dao cuenta de que la chiquilla
debe emprender la conquista del espacio.
-¿No querrás que apuntemos también a esa Crèmedelacrème?
-preguntó Tomasita.
-Pues sí, quiero, que la muchacha es mú apañá y tiene su
corazoncito y a escondías la pobre se hincha de bombones Godivas pa después
vomitarlos.
-Como sigamos así, esto en vez de un décimo va a parecer
una casa de citas.
-Escribe la letra en cursiva por si acaso -dijo
Tapaderita.
Mi madre como una loca se puso a buscar “cursiva” y casi
llorando dijo:
-En este libro no me entero de lo que significan las
palabras, sé a lo que equivalen pero no lo que significan.
-¡Ah, es que ustedes tienen su propio diccionario! Este
se utiliza cuando ya sabes defenderte en tu propio idioma.
La cabeza de mi madre que estaba sutilmente dividida en
federaciones lo comprendió al instante. Ella no necesitaba que le repitieran
las cosas dos veces, las cogía al vuelo.
-¿Y eso dónde se compra?
-En el Corte Inglés -dijo Mojoncita, que le encantaban
las grandes superficies comerciales y que nunca, nunca podría ser un personaje
de Saramago y es que para ella los hipermercados eran como un regalo, como el Museo Thyssen.
-¿Ustedes sabéis dónde está el Corte Inglés? -preguntó mi
madre, pero este “usted” no es el mismo que el de Madame Simone o Couvercle, no
nos vayamos a confundir. Este usted es como un “vosotros” lleno de vicio, el
vicio del barbarismo.
-Ya ves que sí lo sabemos. Si nos conocemos de memoria
hasta el nombre de las plantas -dijo Coliflor que había aguantado durante horas
la contemplación minuciosa que Mojoncita ejercía sobre todo en el departamento
del Hogar, concretamente cristalería, accesorios de baño, juegos de toallas y
demás menaje.
-Pues venga, vamos -dijo mi madre.
En cuanto nos levantamos vino corriendo pa nosotras el
camarero. Le pagaron y al salir iban diciendo que así cara a cara no parecía
tan grande como cuando nos miraba desde lo alto. Tomasita, de pronto, dijo que
la Metacasa llevaba mucho rato sola, parecía que se había acordao sin querer de
la fecha de caducidad de los edificios, y que le tenía que echar un ojo a los
que allí se habían quedao. Mi madre le encargó que me llevara con ella, yo no
quería ir y me eché a llorar, mi madre me pegó dos hostias pa que no la
molestara en sus investigaciones del mundo y le tuve que hacer caso.
Cuando volvieron ella y Mari Polvo venían sofocadas y
discutiendo porque Carmen la de las tetas negras aprovechó un momento en que el
dependiente estaba atento a la conversación de Monjoncita con una paisana suya
llamada Carasola que venía de Medialdea, que es el nombre de la city de la
región de la Zafra, y le estaba contando el trabajito que le había costado a
ella también huir del Laberinto del Azúcar. Mi madre aprovechó la distracción
del tendero y se escondió el Diccionario Ideológico de Casares, que ya es saber
esconder. Esconder un diccionario tiene mucho mérito, sobre todo si es
ideológico, porque esos no tienen sólo palabras, sino además ideas. Pero es que
a mi madre cuando se le metía algo en la cabeza lo llevaba hasta la últimas
consecuencias, a ella nunca le dio miedo hacer un viaje al fin de la noche,
¿tendré que poner la última frase en cursiva? Lo digo porque a mí me han dicho
que hubo un tal Jaime de Dublín que escribió lo que le salió los huevos sin que
nadie lo entrecomillara. Bueno, a lo que iba, que la Carmen era un prodigio y
era una lástima que su talento estuviera desaprovechao, pero ya se sabe, dios
le da legañas a quien no tiene pestañas. Por lo menos eso era lo que decía Mari
Polvo que se le pusieron los vellos de punta cuando mi madre empezó a percibir
las cosas torcidamente:
Al entrar en la Bichambre dijo que el cuadro de la
Magdalena le había hablao y que eso tenía que tener una explicación y también
dijo que el rosario de conchas poseía un sentido religioso, igual que una
medalla, y que deberían averiguar la solución a esa adivinanza, no sólo por
ellas sino también por mí, que Madame Couvercle llevaba razón, que yo era un
ser dotado de múltiples posibilidades y que si sabía aprovecharlas tal vez
fuese capaz de salvarlas de la ignorancia. Entonces fue cuando empezó a hablar
de Yemayá, a aprenderse el Diccionario, a querer tener posesiones
exclusivísimas a las que le grababa un sello con su inicial, y a quemar
incienso y a beber mucha agua y a ir a la playa al medio día mientras mi padre
se echaba la siesta.
(Fin del Capítulo X. Continuará)