Las amigas de la Cuca eran
Mojoncita y Coliflor que venían acompañadas de Madame Couvercle. Mojoncita
había venío a Málaga porque se había enterao de que en la calle Córdoba, frente
a la Caja Nacional, habían puesto un economato militar donde se podía comprar
mú barato, así que ella y su amiga se hacían pasar por mujeres de guardias
civiles y llevaban las chivatas llenas.
Mojoncita
y Coliflor venían peleás entre ellas, decía Coliflor que no le gustaba ir a
comprar con su amiga porque tardaba mucho tiempo en decidirse, y es que
Mojoncita miraba las latas de atún como si fueran vangoses.
La
verdad es que Mojoncita era una contemplativa con ojo de pez. Mojoncita estaba
casá con Apretoncito que era un estreñío y se pasaba el día en el retrete,
debido a la deficiencia del obturador se fue aficionando a mirar al suelo y a
apreciar los dibujos arbitrarios que se forman en la porla, es decir, cemento
(en inglés Portland).
Así
que Apretoncito era otro contemplativo, pero él de la abstracción más pura.
Bueno, lo cierto y según contó Mojoncita ahora el muchacho estaba empezando a
apreciar el arte figurativo desde que se descubrió una almorrana (en francés
Hémorroïde) que parecía una rosa.
Coliflor
no paraba de asentir mientras su amiga hablaba, sólo de vez en cuando emitía un
“sí” repentino y destellante como su blancura fresca de recién
llegada-Verdurin. Su voz era tan chillona y esplendente como un flash. Coliflor
estaba enamorada del cura del pueblo que era del Opus y le llamaban Don Pelo,
porque era más negro que un pelo de la entrepierna o que una película velada
debido a la sotana.
Bueno,
pues este Don Pelo del Opus no tenía un pelo de tonto, le decía que se iba a
casar con ella, que iba a dejar los hábitos y que se metieran los dos juntos en
el confesionario pa levantarse las faldas. Cuando Coliflor accedía y entraba en
el foto-matón y después de haberse corrío como un señor se ponía a darse golpes
de pecho y a decirle que se sentía devastado, que él se iba a perder por su
culpa.
Mojoncita
no paraba de asentir como un flood mientras su amiga hablaba y le decía que era
tonta y Coliflor le contestaba que no, que Don Pelo sufría mucho, que era
hipersensible y por eso y como penitencia después del desahogo se daba veinte
latigazos con el rosario. Entonces habló Madame Couvercle y dijo que eso le
causaba placer y era una forma de reconocer su libido aunque fuera hiriéndola.
-¡Coño, de adónde habéis sacao a esta tía tan fina?
-preguntó la Cuca mientras analizaba su halo plus-que-parfait.
Mojoncita respondió que era una Señora que venía de las
Galias y que estaba casá con uno que se llamaba Jean Paul Sastre y que tenía un stand en
no sé qué supermercao, sería uno de tantos que ella conocía, quién sabe, lo
mismo era la Galerie La Fayette. Madame Couvercle llevaba un turbante en la
cabeza y fumaba en boquilla, yo creo que por eso a mi madre le cayó bien desde
el principio.
-¿Y qué quiere decir eso de Couvercle? -preguntó Tomasita
con la frescura y algarabía propia de una bacante.
Se miraron unas a las otras y no supieron qué responder,
entonces Madame sacó de su bolso un libro que contenía todas las palabras, y
además por orden para que no te pierdas. El libro se llamaba DICCIONARIO y es
mucho mejor que la Biblia, os lo aconsejo, nosotras desde luego nos quedamos
maravilladas.
-Tapadera, Couvercle significa tapadera -dijo la
franchute.
-¡Ah!, pues aquí entre nosotras te llamaremos Tapaderita,
¿vale? -dijo la Cuca que tendía a positivarlo todo.
-Vale. Hay que aceptarlo todo, estamos en mayo y en el
68, somos libres -dijo Tapaderita con el fermento propio de una sémiotiké.
-¡¡¿En el 68?!! Pero si aquí vivimos como en la Edad
Media -dijo mi madre con desesperación, que ya había empezado a se ronger les
ongles y cuando mi madre empezaba a comerse las uñas era capaz de llegar hasta
el codo sin darse cuenta.
-Ah!, pero eso tiene solución, vayamos en busca del tiempo
peRdido -dijo Tapaderita, la de las erres suavizadas.
En
eso que llegó el camarero y nos preguntó que qué queríamos de mú malas maneras
como si le molestara que estuviéramos allí. Tomasita como todavía le guardaba
el luto a su marío a pesar de que habíamos avanzao un porrón de años en una
mijilla, se pidió un solo. Tapaderita también, decía que los existencialistas
deben tomar café negro, la Cuca un corto como el cipotillo que decían que tenía,
mi madre un mitad porque ella sí que era tout à fait bilangue. Coliflor se
pidió un sombra como los lugares recónditos donde hacía el amor con el cura y a
mí me pusieron una nube porque era chica y vaya que el café me quitara el
sueño.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Vocabulario popular malagueño de Juan Cepas:
Café : Dada la afición que hay en Málaga a tomar café, se ha ido formando todo un catálogo de formas de tomarlo, como por ejemplo: "largo", "mitad", "corto", "sombra", "nube", etc... según la intensidad o cantidad de café que haya en la taza, llegando a sustituirse el sustantivo por el adjetivo.
Mojoncita no sabía qué pedir y es que se quedó
mirando los vasitos que había dibujados en la pared y por poco estamos todavía
allí esperando a que se decida, al final y tras mucha reflexión se pidió un té,
porque además del vaso te ponían al lao una cafeterilla chica y así la mujer se
entretuvo contempla que contempla aquel extraño bodegón sobre la mesa de
mármol.
Empezó pues la hora de nuestro relaxing. Empezamos a
libar suavemente de nuestros respectivos líquidos y Madame Couvercle nos miró a
todas con un aire de superioridad un tanto periscopada que molestó a nuestras
respectivas sensibilidades de desconfiadas paisanas. Mi madre, que desde que
dormía bien mostraba una relatividad admirable, fue la primera en tomar la
palabra:
-¿Qué es lo que le ha detenío a usté el parpadeo? -le
dijo con una enigmática sonrisa en la cara, como si fuera una modelo empecinada
en esconder sus abismos mentales.
-Es que está haciendo trabajo de campo -se apresuró a
decir Mojoncita con una velocidad de 1/2.000 seg., y es que no quería grietas
entre el círculo de sus amistades.
-No tiene manos de campesinas -señaló la Cuca, corrosiva
como el ácido sulfúrico. Si esa escena se hubiera producido hoy diría que Mari
Polvo estaba un poco celosa, pero es que entonces yo no sabía lo que eran los
celos.
-No se inquieten ustedes -dijo con desenvoltura Simona-.
He constatado que tanto Monjoncita como Coliflor tienen la cara llena de tizne,
que Tomasita lleva las cejas pintadas y la delgadez oscura de Edith Piaf, que
la Cuca luce en la camisa dos letras bordadas, que Carmen lleva las uñas color
azafrán y que la niña tiene clase.
-¿Qué quiere decir con eso de que mi niña tiene clase?,
¿la está llamando puta?
-No, no, no, pas du tout, pas du tout. Quiero decir que
está llena de posibilidades.
-Es joven, no va a estar llena de fracasos -respondió la
Cuca que se puso a la ofensiva, mientras se sacaba el pañuelo con sus iniciales
y se limpiaba las gafas.
-No te molestes Mari Polvo, esta mujer lleva razón.
Fíjate en los churretes de Monjoncita y Coliflor -dijo mi madre mientras
contemplaba sus propias manos y las comparaba con las de Tapaderita.
Mari Polvo le dio un sorbo al café y se iba a poner las
gafas cuando Simona con mucha delicadeza se las cogió.
-No creo que las necesite usté. Mire, mire ahora -dijo
Simona brillante, cultivée, intelligente, ardente.
La Cuca reconsideró su actitud y se mostró amable con
Tapaderita, había escuchao en alguna parte que las rosas de papel también
duelen.
-¿Por qué lleváis esa cara? -preguntó la Cuca.
Monjoncita y Coliflor se pusieron rojas como amapolas y
balbucearon palabras incomprensibles.
-No tengan ustedes miedo -dijo Tapaderita que por lo
visto le hablaba a todo el mundo de usted-. Pueden decir lo que quieran, aquí
nadie les hará daño -la verdad es que hablaba como una ginecóloga que hubiera
hecho un curso de esos que dan los psicólogos para humanizar el trato con los
pacientes.
A Tomasita le empezaron a temblar los labios como si
fuera ella la que hablara y mi madre, expectante, no pudo contenerse más y le
cogió un cigarro rosado a Simona, y es que Tapaderita tenía cigarros de todos
los colores como si se los hubiera regalado Onassis, la cajetilla era azul y en
letras blancas ponía Gitana.
-Es que ha empezao la temporá de la Zafra -dijo Mojoncita
polarizada.
-¿La temporá de qué? -preguntó mi madre mientras echaba
el humo con la elegancia de una liadora de puros cansada de que le lean el Quijote
cuando la Havana y la little Havana sólo le ofrecen respeto de jinetera.
-La de la recolección de la caña de azúcar.
-¡Ah, y en qué consiste eso? -preguntó Tapaderita con
verdadero espíritu científico, cualquiera diría que estaba buscando el valor de
pi.
Todas estábamos abiertas a las palabras de Mojoncita y
Coliflorcita y sin embargo ellas tenían un sapo en la garganta. Y se encogieron
como alcayatas y permanecieron indecisas como si de pronto hubieran caído
enfermas por el efecto Sabattier. Tomasita las despertó con su cucharilla
inquieta que no cesaba de agitar el café, que ya era un torbellino nocturno,
solipsista y digital.
-Cuñá, estate quieta, ¡por Dios! -dijo la Cuca-. El
azúcar ya se ha diluío de sobra.
Al decir “azúcar” los cuerpos de Monjoncita y Coliflor se
movieron drásticamente, en vez de sangre parecían látigos sus venas pequeñas.
-La vida es un laberinto, hay quien los construye con
setos, hay quien no tiene más remedio que hacerlo con mierda.
-Lleva usté razón, querida Mojoncita, no todo el mundo es
el Rey Sol ni vive en Versalles -dijo Simona.
-Mi amiga quiere decir que no es fácil salir de la Zafra,
ayer le prendieron fuego y aprovechamos el humo para escaparnos, si olemos a
quemao ya sabéis por lo que es -dijo Coliflor mientras arrugaba la nariz como
si estuviera ante un tarrito de virador sepia.
-Bueno, dejad a las muchachas en paz, aquí hemos venío a
pasar un buen rato, no a rascar las heridas -dijo Mari Polvo dispuesta a rajar
el reticulum de las analogías y darle coces al Caballo Alado, a Andrómeda y a
la mismísima Hidra.
-Pero... -dijo Tapaderita, la de las erres suavizadas.
-No hay peros que valga. Mire usted, le voy a dejar las cosas
claras -dijo Mari Polvo con mucho aspaviento a sabiendas de que a la gente
culta no le gustan los gestos excesivos-: la vida no se puede tomar como si
fuera un experimento. Nosotras no somos ratas de nadie y hasta las bufonas
tienen derecho al voto, conque más respeto.
Entonces se hizo un silencio limpio, parecía que
lentamente navegara una zambra por encima de sus cabezas dejando las estelas
cuidadas del cariño. En eso que se nos acercó Mari-Match y dijo que si le
queríamos comprar unos décimos, que eran de la administración de la Oveja
negra. Cogieron sus monederos como si fueran pistolas y la Cuca se puso a mirar
los números y le preguntó por la salud, por lo visto la conocía de no sé qué.
Compró uno acabado en 13 y dijo que nos lo repartiéramos a ver si teníamos
suerte y salíamos de la miseria. Todas pusieron su nombre alrededor y juraron
dividir el premio a partes iguales, la depositaria sería... Se pusieron a
decidirlo y mientras tanto Mari Polvo le dijo a Mari-Match que si quería un
cafelito que se sentara con ellas, pero Tomasita saltó muy ofuscada:
-Yo no me tomo un café con esta ciega que no ha visto un
pijo en tó su puta vida -dijo la Ninfo-Tomasita que no estaba dispuesta a
tratar con minusválidas, eso dijo. Vaya, vaya... Vaya, vaya con Tomasita y sus juicios sumarísimos
llenos de precaución y miedo al contagio. Vaya, vaya, ¡Qué típico de los 70! ¡Ay,
Dios mío!
-¡Cuñá, qué exquisita te has vuelto desde que te dan paga
de viuda! Tú no eres quién pa ofender a mi amiga -Mari-Match bajó la cabeza y
dijo que por ella no discutieran-. Si discutimos por tó por qué no vamos a
discutir por ti? -dijo Mari-Polvo que
sin quererlo y aún sin asumirlo ya preguntaba a la francesa. La verdad es que
se estaban interinfluyendo sin darse cuenta-. Anda, siéntate y dime qué sabes
de las compañeras -preguntó la Cuca, y al decir compañeras se refería a las
amistades que hicieron en no sé qué comisaría un día de no sé qué año en que
hubo una redada y cayeron toas como boqueronas y se rencontraron tras los
barrotes que parecían de chocolote aunque eran herrumbrosos.
(Continuará)