Cuando entramos en la casa
había alboroto grande y desorden en demasía, es que había venío el fontanero
Bajtín y su ayudante-pitoliano Leo Bassi. Bajtín era un teórico de las
tuberías, pero Bassi era un verdadero
práctico al que le daba regusto meter las manos en los desagües. Pues bien
estaban en el Retrete de las Princesas y habían venido a instalar un trono con
una corona en lo alto de la que colgaba una cadeneta de plata y un mango
triangular, si tirabas de ella salía agua en abundancia y daba limpieza al sillón
hueco que acabaron de instalar. No se preocupen, no voy a dar más detalles, yo
no soy fontanera.
No sé
por qué había un gran regocijo y risas por doquier y a mí me llevaban a rastras
y estaban dispuestos a castigarme porque no quería volver a la escuela, fue
entonces cuando a no sé quién se le ocurrió que yo era la que debía probar el
asiento y no sé tampoco cómo consiguieron que las tripas se desencadenaran con
anarquía, y una vez dentro del Retrete dijeron que como era chica lo mejor es
que no cerrara la puerta, que pa qué; desde entonces me dio tirria la
omnisciencia.
Allí
estaba yo sentada a la vista de todos cuando aproveché un despiste para echar
el cerrojo, lo acabo de decir y no me cansaré de repetirlo: a mí no me gusta la
omnisciencia, me parece una falta de educación. Y cuando eché el cerrojo mi
madre empezó a decirme que me iba a hacer tortas de masas y yo le dije que
tirirí, que conmigo no se quedaba otra vez. Entonces me dijo que saliera que
tenía que probarme, que me estaba haciendo un vestío de gitana con una colita y
que si me lo ponía parecería una sirenita con piernas, es decir, una
republicana, y yo le dije que a ver si se creía que yo era gilipollas y me iba
a pasar la vida jugando a los castillitos de arena como Babe Jane, que si quería
ser republicana que fuera ella que yo no quería, que en la época que estábamos
seguro que nos cortaban las piernas, que yo no iba a luchar contra nadie.
Y mi
tía Lola, la Esperatriz, que llevaba tanto tiempo callá y con la cara boba por
la fuerza del alzheimer aunque entonces no se le llamaba así, me dijo que ella
me iba a regalar una mantita blanca y verde pa que no pasara frío, y yo le
contesté que a mí me gusta chupar los polos y jugar con la nieve, que la nieve
quema, que están mú equivocaos los que piensan que da helor, que esas son las
apariencias y que las andaluzas NO queremos volver a ser lo que fuimos:
Sherezades del serrallo que dieron aceite a los hombres para que encendieran
las lamparillas con la que le daban luces a más hombres, mientras nosotras
estábamos a dos velas. ¡Anda ya tita Lola si tú eres una fantasmilla!
Pero
nada, que no, que después fue mi padre quien quería convencerme de que por mis
venas corría sangre de faraona, que él me había hecho la carta astral y salía
en mis genes que iba pa reina. Yo le dije que no quería ser reina, que toas la
carrozas se vuelven calabazas y que yo quería ser una persona, una persona
normal y corriente, y entonces empezó a pegar golpes a la puerta como si la
fuera a echar abajo y pa no enojarlo más le dije que sí, que de acuerdo, y le
di la razón como a los locos, que yo sería la reina, y mi madre dijo que no me
olvidara de los de mi clase, que a ver si iba a ser una descastá y entonces le
dije que vale, que de acuerdo, que yo sería la reina de la morralla. La verdad
lo que yo quería es que me dejaran en paz por lo menos en el wáter, porque
aquello era un wáter y ya está. Pero es que hay gente que no diferencia entre
ficción y realidad.
Y en
aquella soledad oscura hasta Derri, mi muñeco, con su voz muda vino a decirme
que me acordara de él y que lo pusiera de protagonista en un novelón por
entregas, que tenía ganas de dejar de ser de plástico deconstruído y reciclado.
Y yo, que no podía saciar los deseos de todos, le contesté con susurros que si
quería abandonar su estatus inanimado comenzara tratando a sus colegas como
seres humanos. No sé, tal vez se llevaba una sorpresa y en ese paraíso de
juguete donde se había instalado descubría que hasta las Barbys tienen corazón.
(Fin Capítulo XI. Continuará)