Estaba matizando todas las
hazañas futuras, megalomanías útiles para darme ánimos, y me jaleaba para no
desfallecer en medio de la maratón cuando un gran alboroto recorrió la casa.
Había pasado un par de años sentada frente al buró y no me había dado cuenta.
Miré mis dedos sutiles y placenteros, no me extrañó nada el olvido de las
horas, era tan grande el goce... Salí de la Bichambre y hallé a la tía Nati con
sus ojos de tris-tris abrazada a Mari Polvo que de nuevo había vuelto, ¿quién
la había traído esta vez? Su metamorfosis era espectacular: vestía un traje
italiano y los ademanes delicados de quien ha conquistado su silencio y no le
molestan los secretos, llevaba un echarpe verde marihuana y la frescura del
aguaplata, tenía el tacto añejo de los libros antiguos y la serenidad de quien
no busca pódiums, el tiempo había reencontrado sus ingenuidades más íntimas,
quería que la llamáramos por su nombre de pila.
La tía Nati le decía: “¡Ay, mi hija pródiga, yo sabía que
tarde o temprano regresarías!” Me
molestó que manifestara con tanta prepotencia una omnisciencia tan
avasalladora, pero suele ser así, cuanto menos sabes más crees saber. La tía
Lola que como siempre chocheaba preguntó que quién era aquella del pelo teñío y
Carmen, a la que se le caía la baba y mostraba la profundidad abisal de los
hipnotizados, no le hizo ni puto caso. Jimmy Sailor la miró con la ironía
detestable y entarimada de un corredor de fondo. En fin, ese es el trato que se le da a algunos libros.
-¿Qué haces aquí? -le pregunté.
-De nuevo te has perdido -hablaba como los personajes de
los cuentos.
-No, yo sé muy bien dónde estoy -le dije.
-¿En dónde?
-En la Metacasa.
Entró en la Bichambre y le echó un ojo a las páginas que
llevaba escritas. Sobre la mesa instalada junto a la ventana dormía una montaña
de hojas desaforadas.
-¿El funesto de Zafra?, ¿de que va? -me preguntó.
-Es la historia de un Príncipe que vive en Alcalá de
Henares y soporta miles de aventuras todas ellas correctamente narradas con las
terminaciones en ADO -le contesté poniendo cara de escritora superinteresante.
-¿Y este es tu seudónimo?
-Sí, Juana Danza.
-¿Juana?
-Sí, con la misma sonoridad que Jendel.
Le echó un vistazo a las páginas y sin dudarlo comentó:
-Me parece a mí que estos personajes no tienen una línea
lógica.
Y yo orgullosa y resabiada le contesté:
-Estoy hablando desde el Ojo de los Injertos donde se
trenzan todos los prejuicios y no me toque mis personajes porque son fieles
reflejos de su mapas genéticos o ¿es que no estás al día?
-Yo no sé dónde te va a llevar tanta vanidad -me dijo
derrotada como una embarcación inteligente.
-A olvidar la vanidad.
-Este tratamiento del tiempo y del espacio no son
creíbles -dijo Mari Polvo con su voz cargada de experiencia.
-He dibujado el cronotopo lógico de las inconsciencias -dijo la escritora Juana Danza con la ingenuidad de los principios.
-Bueno, yo no sé
cómo puedes ser tan lianta. Anda, vamos a dar una vuelta.
-Otra vez.
-Sí, que sin darte cuenta te empantanas.
-¿Dónde vamos?
-Al taller de encuadernación.
-Tengo que arreglarme -dije al encontrar mi aspecto
suspendido en un espejo donde se reflejaba alguien parecida a una homeless.
-Venga, que te espero -dijo Mari Polvo condescendiente
mientras revisaba con su mirada discreta toda la habitación-. No están nada mal
los cambios.
Yo sonreí y con la toalla en la mano atravesé el Zaguán
de los Fracasados, cuando entré al Retrete de las Princesas me encontré con una
bañera redonda y burbujeante que se llamaba jacuzzi y de regreso a la
habitación hallé sobre la Sala de la Peleas una lubina a la sal, entonces me
acordé de Sole, ¿qué habría sido de su vida? y también me pregunté ¿cómo los de
la Metacasa habían llegado a tener posesiones tan exquisitas?
Me
encontré de frente con el tío Andrés que había resucitao y mostraba orgulloso
en sus manos de sabio las llaves de un coche con aire acondicionao. Y Billy le
hablaba de no sé que negocio que daría tantos y tantos dividendos con los que
podrían iniciar una mudanza.
Y Carmen, de pronto, sonrió cuerdamente bajo los efectos de unas pastillas
desagraviantes. Y la tía Nati, cuya mente albergaba dos ideas y media, quiso
imponerlas con el abanderamiento de un orgullo ignorante. Y la Esperatriz que
se daba abanicazos extremos exigía su ritmo redundante porque para eso ella llevaba
sufrío lo suyo. Y Jimmy Sailor, como un tenor que no puede olvidar que él es el
protagonista de los Do de pecho, me pedía el abajamiento digno de una prima
donna enferma de tosidura para que él no perdiera el lugar de los focos. Y
hasta Tomasita, que había sido toda su vida una simple albarrana, exigía que
encastillara su nombre con la doradura extenuante de una fuera de serie;
mientras Doña Fuensanta y don Teodoro permanecían callados porque seguían
siendo dos muñequillos de un reloj al que se le había acabao la cuerda. Y todos
andaban con la soberbia del que no tiene camisa y se encuentra un cuello. No,
si todavía los voy a tener que llevar otra vez al mundo real.
-Venga, vamos -dijo Mari Polvo y cogió el bolso rojo
deslumbrante.
Y salimos a la calle donde nos estaba esperando un
muchacho con los ojos negros y sonrisa de extranjería.
-¿Quién es éste?
-Marco, ¿no te acuerdas de él? -dijo Mari Polvo y me
señaló el automóvil gris y humilde y la verdad que un poco guarro, ya podía
haberlo lavao un poquillo.
-¡Ah! Sí, sí me acuerdo.
-Vamos a tomarnos una cervecita -dijo Marco.
-Tengo cosas que hacer.
-No tienes nada que hacer -me dijo Mari Polvo con la
severidad del que sabe hasta dónde llegan los cometidos de cada uno-. Que todo
lo quieres hacer tú.
-Es que te tengo que contar un viaje que hice en el Globo
de las Horas.
-¿Tú has salío de la Metacasa?, ¿tú has viajao?, ¿no te
drogarás?
-Mira que eres mal pensá, ¿eh?
-Como este mundo es tan raro. Bueno, otro día me lo
cuentas. ¡Ah!, ponte esta capa.
-¿Cuál? Yo no veo ninguna capa. No me tomes el pelo.
Y Mari Polvo me echó sobre los hombros una capa invisible
de respeto y en ese mismo instante decidí que tiraría aquella otra capa con el
forro escarlata que me hicieron de ambiciones y ansiedades. Y Mari
Polvo se fue, no sé si en un landó o en un ómnibus, da igual, porque ella
siempre compra billete de ida y vuelta.
Miré
atrás, la Metacasa parecía un inmenso Baúl del que había salido con las manos
vacías, pero con una lección que no tenía precio, esa era mi herencia: pensé que lo importante es cómo
hace una las cosas, no cuántas cosas has hecho.
Marco entonces me abrió la puerta del coche y nos fuimos a la playa. Y allí bajo el sol me habló de su vida, era juez en no sé qué ciudad. Y yo le pregunté por Sole y me dijo que si se me había olvidado el entierro.
Marco entonces me abrió la puerta del coche y nos fuimos a la playa. Y allí bajo el sol me habló de su vida, era juez en no sé qué ciudad. Y yo le pregunté por Sole y me dijo que si se me había olvidado el entierro.
-¿Qué entierro?
-El primer entierro de nuestra vida, cuando apenas
teníamos cinco años y a Sole le pusieron unos lazos negros en el pelo.
-Ah, sí, es verdad hubo un entierro. ¿De qué murió?
-Entre todos la mataron y ella sola se murió -dijo Marco-. Hay muchas Soles en el mundo.
Las olas con su caricia de sal hacía escocer las heridas
y la sombra de un pez gigante nos hablaba de la inocencia. Marco se acercó y me
besó lentamente como si carenara una barca.
Marco tiene las manos singulares del que sabe sacar los
roces. Y mientras me besa me dice que mi piel tiene el sabor inocuo del agua de
la sierra y que yo soy su Princesa de Babilonia, su reina de los
delfines y que me va a tratar como a una obra de arte.
-Hombre, tampoco te pases. Sólo soy una mujer que
escribe.
-Sí, tú eres mi golondrina, mi Reina de Singapur.
-Mira, vamos a dejarlo en reina de la morralla.
Y reímos mientras suena la Watermusic, Suite Nº 2, D
major en el C.D. del coche y entonces... Y entonces recuerdo que tengo no
sé qué guardado en la guantera y salgo corriendo en su búsqueda y cuando cierro
la puerta veo mi Nikon FM que está en el asiento de atrás y encogida de frío no
resisto la tentación de hacerle un retrato al perfil de la ciudad. Y Marco dice
riendo:
-¿Ahora te vas a poner a echar una foto?
-Es un momento, pongo el automático.
-Increíble. A cualquiera que se lo cuente no se lo cree.
-Es en blanco y negro -le digo para tenerlo entretenido
mientras compruebo la sensibilidad del carrete.
-Vaya gracia, encima no se va a ver el atardecer.
-Sí, sí se va a ver.
-¿Cómo?
-Voy a retocarla con acuarelas
Y mientras le pongo la funda a la Nikon pienso que esa
ciudad es igual que cualquier otra, que Madrid, que Barcelona, que París o
Combray o New York, que hemos hecho bien en visitarla este fin de semana. Que
perfilaré sus calles y sus aceras de Brilliant Yellow con la fantasiosa alegría que aprendí de mi padre, el fabuloso marinero Jimmy
Sailor, y que con la enriquecedora imaginación que asistía a mi madre Carmen la valiente llenaré el cielo de Pink Lady, y que vestiré Málaga de sensualidad Lihgt,
la misma sensualidad que la tía Nati tanto le hubiera gustado conocer; y que
debía ser generosa como Mari Polvo y ponerle a todos los personajes unas
gotitas de Pearl Gray, porque todos los personajes, señoras y señores, son buenos. Y que después tendería esa imagen iluminada en la terraza para que se secara pronto, porque si
algo me enseñó la Esperatriz es que hay que ser impaciente, que no podemos perder el tiempo ni los momentos felices.
-Bueno, ¿vienes o qué?
-Sí, voy, voy, voy.
Entonces Marco me mira y yo lo miro a él y cuando ve mis
ojos de Ivory Black me dice señalándome con el dedo como si fuera un personaje
de Leonardo:
-No se te ocurra hacerme una foto.
Y yo le contesto:
-Ya te la he hecho sin darte cuenta.
-Me lo podías haber dicho.
-No quería que posaras -endulzo mi tono de voz para
tranquilizarlo mientras me acaricia el rumor de las cañas cercanas-. Vas a
salir muy guapo, he puesto el objetivo a 50 mm.
Y Marco se ríe. Y entonces... Entonces si algo aprendí de la prima Tomasita es que
una debe saber poner límites y no estar todo el día dándole vuelta a lo mismo.
No sean morbosos. ¿Es que están ustedes aburridos? ¿Qué más quieren saber
sincères lecteurs et lectrices, mes semblables, mes frères, mes soeurs? ¿Acaso quieren ser
Omniscientes? ¡Por Dios!, ¡que atrevimiento! Esto no es la aldea global, esto
es la Ciudad de las Intimidades.
(Fin de La Reina de la Morralla, novela por
espaciosas entregas)