domingo, 29 de julio de 2012

Capítulo II : La Vuelta - 3ª Toma


            -Jimmy, vamos pa fuera.
            Rodeados de tumbas y envueltos en un silencio negro se pusieron a charlar.
            -¿Qué quieres, Rafael?
            -Esta noche hay una reunión en un cafetín del barrio.
            -¿Qué tiene eso que ver conmigo?
            -Hombre, supongo que tú serás de los que luchan por la causa.
            -¿Qué es la causa? -preguntó mi padre.
           -La causa, la causa... -musitó Rafael sin saber qué contestar, hasta entonces no se le había planteado definir una palabra tan abstracta.
            -Sí, la causa. No entiendo lo que quieres decirme.
            -Mira, es muy fácil. Nosotros vamos a un bar de uno que es de los nuestros y nos bebemos un vino mientras charlamos de política. Yo soy de los que creen que hay que derrocar a Franco y que vuelva la república, que en España tengamos un sistema como el francés.
            -¿Qué es sistema? -volvió a preguntar Jimmy.
        -El sistema es como la causa pero ya hecho cuerpo. Vaya, como el Espíritu Santo y Jesucristo, ¿comprendes?
            -La verdad es que no te explicas muy bien -dijo mi padre y dejó un hueco para el silencio-. Ahora yo te voy a decir algo: ¿Sabes por qué me apodo Jimmy?
            -No, tú me lo dirás.

            -Muy fácil, te lo voy a contar -se abrió de piernas como si estuviera encima de una barca de mentira y tuviera que guardar el equilibrio sobre un barroco oleaje-. Hace años me embarqué en un navío inglés llamado Butterfly...
            -¿El qué?
         -Butterfly -repitió mi padre con su acento sajón-. Una noche hubo una tormenta y se cayó un marinero al agua, fui yo el único que se dio cuenta y sin perder un minuto avisé a mi capitán.
            -Bien hecho.
          -Eso dijeron todos. Cuando llegamos a tierra me dieron un diploma con una medalla dibujá en nombre de la reina, como a ellos eso de Joselito no les sonaba mucho me pusieron Jimmy y Jimmy me quedé para los restos. Yo estoy orgulloso de mi nombre y tengo guardao el diploma como si fuera una reliquia. Tú sabes que yo quiero que mi chiquilla sea alguien, acuérdate de eso. Mira, a mí este país me parece muy bonito y muy respetable, pero le encuentro un defecto, eso de no tener reyes lo hace más chico. A mí lo de la revolución no me gusta porque nunca la hacen hombres elegantes y después pretenden que todos seamos iguales, eso es imposible.
               -Jimmy, lo que tú estás diciendo es una locura.
          -No, lo que es una locura es lo tuyo. ¿Te imaginas lo que ganaría Francia si conservara su monarquía?, ¿cuántos diplomas podría dar y cuántos premios importantes?
            -La República también da sus condecoraciones.
            -Pero no es lo mismo. Donde se ponga una ceremonia con sus nobles y sus títulos...
            -Estamos en el siglo XX.
            -Da igual, ¿no irás a comparar a cuatro chupatintas con una buena aristocracia?
            -¡Tú eres un desclasao!
            -No, yo quiero para mi país una monarquía con sus trajes de lujo y sus ceremonias de príncipes. Eso es una cosa que se toca y se ve, no como “la causa”, “el sistema” o “la república”. Ya te he hablao de mi chiquilla, pues bien Rafael, si mi niña se encumbra, yo quiero que un rey la distinga y le ponga en la pechera la Orden de Isabel la Católica o la de Fernando o la de Juana la loca, qué más me da, pero que sea de la mano de un noble, que, quieras tú o no quieras, tienen la sangre azul y son como caballos de carreras. Después, con el tiempo, a mi Irenita le darán el título de marquesa y se lo podrá heredar a sus hijos y así será como nosotros, yo y mi Carmen, seremos reconocidos igual que le pasó a Colón, igualito.
            -No tienes vergüenza, un obrero hablando así, parece mentira. Me entran ganas de saltarte los ojos.
            -Cuidaíto con lo que dices, que yo he expresao lo que siento y en ningún momento he echao mano a la violencia. Eso es lo que me molesta de los revolucionarios, siempre pensando en sus barricadas.
            -Si eres más repelente que un capitalista, mucho más peligroso.
            -¿Peligroso por qué?, porque pienso en mi familia. Además te digo una cosa: Franco se va a morir en la cama y después lo enterrarán en una caja con forma de lata de jamón york.
            -Eso ya lo veremos. La revolución ya ha empezao en Cádiz a base de chirigotas donde se ríen de los collares de Doña Carmen Polo.
            -A base de chirigotas no se conquista ná. Los grupos no unen a los hombres, lo que cuenta es una persona y otra y otra. ¿Tú crees que los genios se juntan como borregos? El progreso lo han traío hombres solos con su voluntad de héroes.
            -Mal nacío, que eres un mal nacío y un hijo de la gran puta. Sonso, que eres un sonso.
            -Esas son palabras mayores. Zonso tú -dijo mi padre y le arreó un puñetazo en toda la nariz.

Que no, que no son chanquetes, que son Sonsos.
                                      

            Rafael, ni corto ni perezoso, cogió un adoquín y le dio de refilón a Jimmy en la frente. Mi padre intentó defenderse y echó a correr para esconderse detrás de la estatua de algún marqués, pero Rafael que era gran conocedor de aquella pequeña ciudad de muertos cortó trocha y se le puso enfrente:
            -Eres un majarón y un interesao, ná más piensas en tu provecho. Me da lástima de tu mujer y de tu chiquilla y de tó el que se arrime a tu lao.
            -No sé yo por qué.
            -¿No te das cuenta de que no estás solo en el mundo?
            Mi padre se quedó traspuesto, apoyado sobre la lápida de Molière y con voz muy teatral mientras se secaba la sangre del arañazo y  le ofrecía un cigarro a su amigo Rafa le dijo:
            -Yo soy así, paisano, y no puedo cambiar. Además no me parece ná malo querer uno lo mejor pa su descendencia.
            -¿Para tu descendencia o para tu provecho? -le contestó Rafael que se había ido a apoyar en la tumba de Jean de La Fontaine y tenía abierto el caño de las moralejas infinitas.
            -¿Estos dos tíos fueron escritores?
            -Sí, y sufrieron muchas penalidades. ¿Tú quieres que a tu niña la destierren o la metan en la cárcel o se muera de miedo en lo alto de un escenario contando alguna fábula imposible?
            -En tó los trabajos se padece. ¿Sería más feliz si se metiera a puta o cosiera pa la calle o se casara con un republicano?
            -Mira que eres buscabocas.
            -Es verdad, boquerón -dijo mi padre y se echaron a reír y a lanzar carcajadas y hacer como que se pegaban, pero esta vez sin pegarse y al escuchar el jaleo salieron las mujeres y, como la sangre es mú escandalosa, cuando vieron la brecha que Jimmy estratégicamente escondía, chillaron como ratas, por lo menos eso dijeron ellos que, aunque de diferentes bandos, en muchas cosas estaban de acuerdo.

            -¡Qué haces, Joselito? -preguntó mi madre.
            -¡Pero es que os habéis vuelto locos? -dijo la Nicasia.
            Ellos hicieron el papel de que estaban enfrascados en una pelea descomunal como si se tratase de dos gatos monteses elegantes y sabios. Y las mujeres que no sabían distinguir las coreografías ciertas de las falsas acabaron llorisqueando, y mi madre se metió en medio para separarlos porque era una lástima que después de tantos años de amistad ahora se enojaran por una tontería. Y a uno de ellos, sin querer, se le escapó un sopapo y a Carmen la de las tetas negras le rechinó toa la dentadura, entonces se echaron a  reír y descubrieron la patraña y mi madre, que se sintió ridícula, dijo que ya estaba harta de Jimmy y de sus chistes y de tanto viaje, que ni cena ni ná de ná, que se ponía a hacer la maleta y cogía el primer tren pa España. Mi padre dijo que él no se iba sin ir al Partenón a ver a Víctor Hugo. Y mi madre le respondió que estaba hasta el coño de Francia, del dichoso panthéon y de ese Víctor Higo de los cojones. Como ustedes habrán observado mi madre, aunque hablara en estilo indirecto, podía ser ridícula, pero nunca preciosa.  (Fin del II Capítulo. Continuará)



                                           De madrugada, la Nicasia, en el equipaje, metió la simiente de un libro que se escribiría años más tarde, en 1967. Se trataba de Reinas sin corona de Anny Latour, y lo hizo porque ella sabía lo que eran las luces y las preciosas ridículas y quería que algún día su amiga conociera el poder de los salones literarios.




domingo, 22 de julio de 2012

Capítulo II : La Vuelta - 2ª Toma


            A la mañana siguiente, con los ojos rojizos por el desvelo, mi padre nos dijo que íbamos a visitar la ciudad. A Nicasia le pareció bien y pensó en acompañarnos, porque ella no tenía ratos de distracción ni esparcimiento y aprovecharía nuestra visita para relajarse un poco. Guiados por Nicasia nos subimos en el metro, aquello era la octava maravilla, mi padre no reparó en elogios mientras que mi madre y mi abuela iban asustadas abrazadas la una a la otra. Cuando llegamos a la Torre Eiffel a mi padre se le desencajaron las mandíbulas de tanta admiración y la Carmen tuvo que pegarle un bofetón para que volviese a su estado normal. Mi abuela dijo que ella no subía hasta lo alto, que le daba vértigo y Nicasia la animó diciéndole que aquello era una oportunidad que se presenta una sola vez en la vida, que no la desaprovechara. Después de guardar cola nos subimos todos temblorosos en el ascensor y mi abuela no mentía al comunicarnos su miedo porque no habíamos pasado de la segunda planta cuando se meó. 

         Tuvimos que hacer un descanso, fue entonces cuando mi padre descubrió que allí había un fotógrafo con decorados grandiosos e insistió en que nos hiciéramos retratar. Nos pusimos detrás de unas tablas pintadas por donde solo podíamos asomar las caras y mi padre sacó su rostro colorao, incendiado por la emoción, al saber que el cuerpo que le había tocao era el de Napoleón. Siempre llevó consigo aquella foto pretenciosa en la que mi madre era Josefina y yo un perro caniche que ésta tenía en sus brazos. Nicasia y mi abuela se hicieron otra distinta en la que conducían una avioneta de cartón, Nicasia con gesto alegre, mi abuela con cara de estreñía. 

         Bueno, ahora venía lo más difícil: subir a la tercera planta. Con los latidos en las orejas y la ropa que no nos llegaba al cuerpo seguimos nuestra aventura, ¡qué subidón! Bajamos medio mareaos y nos asomamos a la balconada desde donde se veía París y una vena verde que parecía ser el Sena. Yo no me acuerdo de nada, pero me lo han contado tantas veces que me parece que tengo memoria desde que nací. Lo cierto es que la euforia de mi padre no tenía contención, fue muy feliz al ver el mundo a sus pies, le dio una risa tonta que no podía aguantar, una borrachera de poder, y si hubiese visto un colchón en la tierra desde allí se hubiera tirado a ver si podía volar. Con tanta enajenación me dejó en el suelo y yo, sin pensármelo dos veces, me levanté y eché a andar, así de repente, como hacen las cosas los niños, sin avisar. 

         ¡Cuántos aspavientos a mi alrededor! Mi madre se echó a llorar, la Nicasia a reír y mi abuela con un ojo cerrado y otro abierto por su miedo al abismo no paraba de gritar: “Coged a la Irene que se nos desgracia”. Mi padre no podía hacer nada, estaba arrebatado como un drogadicto en su último deleite y yo, aprovechando el descuido, me puse a bajar escalones como un autómata. Todos corrieron tras de mí pero no lograron cazarme, bajé y bajé por aquel laberinto de hierro dejando estupefacto al público que se retiraba a mi paso. “Incroyable, incroyable”, decía la gente. “Dios mío, que se la pega”, decía mi abuela. Pero nada, no había forma de detenerme; bajé y bajé escalones contenta por mi nuevo estado vertical hasta que llegué a la base de la torre donde había un titiritero que me regaló una marioneta para que me entretuviera. Detrás me seguía mi familia con la lengua fuera, yo los recibí riendo, y riendo me cogió mi padre en sus brazos, y me levantó como una copa que se le da a los deportistas, para que todo el mundo viera quién era su hija. Su hija mientras tanto jugaba con la marioneta, ignorante de que una vez más había dejado claro que era un ser superior.

            Nicasia nos propuso que nos fuéramos a comer a los jardines del Palacio del Louvre. Mi padre quería ir al Partenón para ver a Víctor Hugo, pero la Nicasia le dijo que pa una vez que salía no le apetecía meterse en un osario, que al día siguiente fuéramos nosotros mientras ella nos hacía una vichizúa que es una sopa mú buena que se la toman los franceses cuando tienen ardores de estómago. Mi madre dijo que la Nicasia tenía razón y mi abuela secundó a su hija, entonces mi padre juró por tó sus muertos que no se quedaría nunca más sólo entre mujeres que todo lo lían. Ya en los jardines Jimmy Sailor sacó una bota de vino y mi madre una fiambrera con filetes empanaos. Nos pusimos como el kiko y después echamos una siesta tendidos en la yerba, mi abuela se quitó los zapatos para descansar. 

         Tras el rato de relax, entramos al museo, Jimmy Sailor que no dejaba de hablar de Víctor Hugo se quedó admirado ante el aire quebrantable de la Victoria de Samotracia y mi madre dijo que era un contradiós que le hubiesen cortao los brazos a la Venus del Milo; lo que sí causó sensación fue la Mona Lisa, a mi abuela se le metió en la cabeza que la perseguía con la mirada y anduvo dando saltos por toda la sala para esquivarla hasta que se dio por vencida y dijo muy resuelta que aquella mujer era una fisgona. A la Nicasia no le sorprendió ninguna obra de arte, solo comentó que allí había demasiados cacharros y que se debía tardar una eternidad en limpiarlos. A mí me dejaron sobre el suelo pulido para que paseara a mi antojo.

            -Cucha qué losetas más relimpias -dijo la Nicasia.
            -Esto seguro que lo friegan de rodillas -asintió mi madre.
            -Pobrecitas las limpiadoras, ¡cómo les tiene que doler la espalda!
          -¿A que no os habéis dao cuenta de las bombillas de las lámparas? -dijo mi padre-, brillan como estrellas.

            Así terminó nuestra visita al Louvre, un sitio donde tanto afeaban los cuadros las magnificencia del edificio.

             -Anda, Joselito, que si nosotros tuviéramos una casa así -dijo mi madre.
           -No te preocupes, la tendremos, con el triunfo de la niña nos compraremos un castillo como el de Antonio Banderas y yo te perseguiré en moto por todas las salas.
            Mi abuela me cogió de la mano y nos fuimos caminando para el cementerio donde nos esperaba Rafael.
            -Mira que hay casas en este pueblo -dijo la Angustias.
            -Parecen de hojaldre -dijo la Carmen.
         -¡Qué país más grande!, ¡qué río!, ¡qué belleza! ¿A que no os habéis arrepentío de venir aquí? Y mañana vamos a ir a ver a Víctor Hugo.
            -Sí, mú bonito tó, pero tampoco exageres -dijo mi madre-. Nuestro sitio es España, Málaga o Granada, lo que tú quieras, pero España.


            Cuando llegamos al Père Lachaise miles de esquelas inundaban el suelo, por lo visto habían llovido desde otra dimensión espacio-temporal, y Rafael estaba limpiando unas anchoas para la cena, fue vernos llegar, secarse las manos y coger a mi padre aparte para hablarle en secreto. (Continuará)



domingo, 15 de julio de 2012

Capítulo II : La Vuelta - 1ª Toma


            Ellos tenían su propia forma de contar las cosas: dijeron que el barco arribó a París una mañana de mayo en que la luz, más azul que nunca, envolvía la Torre Eiffel en un aura de misterio. Dijeron que el encargado de la aduana no me dejaba pasar porque no estaba registrada en ningún sitio ni mi nombre constaba en el pasaporte; regatearon con el guardia y tras muchas discusiones el hombre hizo la vista gorda. Para adquirir la ceguera tuvieron que dejarle una radio transoceánica que llevaban como obsequio y los ahorros que mi madre guardaba en el sostén.

            De la travesía contaban que se la pasaron vomitando. Bueno, solo mi abuela y mi madre, porque Sailor Jimmy estaba acostumbrado al oleaje. Él se hizo amigo de unos excursionistas que eran astrónomos y estaban dibujando un nuevo mapa de las estrellas, también había uno que era experto culinario y estaba escribiendo un libro de recetas en el que recogía típicos platos de los cinco continentes. Fue Stephan, el cocinero, quien hizo más amistad con mi padre y le dijo que si tenía una hija con esas cualidades debía mostrarle París y todos sus monumentos, que los terrenos de la república eran buen fermento para un genio y si Francia, por algo se caracterizaba, era por acoger en su seno a todos los visitantes que mostraran aptitudes para ser grandes de la historia.

            En la cubierta del barco, mecida por las corrientes y arropada por el sol, los científicos me inspeccionaron como si fuera un conejillo de indias; a simple vista no encontraron nada extraño, pero dicen que cuando mi padre me cogió en brazos y me enseñó el horizonte, yo me alborocé como un animalillo liberado y con mi dedo minúsculo señalé el astro que se escondía, entonces todos pudieron contemplar el famoso rayo verde. Esta fue la razón por la que los instruidos estudiosos dijeron que debía visitar París y que los niños en sus pupilas vírgenes recogen las primeras impresiones con más fuerza que nadie, que era necesario que mi retina diminuta se acostumbrara a lo sublime y qué mejor manera de domesticar el ojo que ver las maravillas recogidas por los franceses: el Museo del Louvre y todas sus antigüedades griegas y los cuadros de Leonardo Da Vinci, las vidrieras de la Sainte-Chapelle, el obelisco traído de Egipto, el Sacre-Coeur y el Partenón. Stephan nos ofreció su casa, pero a mi padre le vino a la memoria su antigua relación con Rafael y Nicasia y, después de agradecer el ofrecimiento, convino que era mejor que nos quedáramos con sus compatriotas, que al fin y al cabo éramos como parientes y comprenderían mejor las costumbres de sus invitados.

            -¿Y la Torre Eiffel?- dijo mi padre.
            -¿Qué pasa con la Torre Eiffel?- preguntó Stephan.
            -¿Usted cree que influirá a mi chiquilla?
            -Estoy seguro, ahora eso sí, tiene que subir usted hasta el último piso, eso los niños lo sienten y lo recuerdan durante toda su vida.
            -Yo creo que la niña va a ser arquitecta.
            -No sé qué decirle, a mí me ha parecido que apunta como descubridora. Poco importa la profesión que escoja, lo que interesa es que tenga vocación.

            No sé cómo mi padre daba siempre con la horma de su zapato, sería por esa buena voluntad que ponía en los acentos y que los demás interpretaban como una innata predisposición por agradar, lo cierto es que con todo el mundo que hablaba acababa llevándolo a sus terrenos y lo hacía partícipe de sus ambiciones y parecían sucumbir a su misma locura. La verdad es que cuando bajó del barco preguntó “¿Dónde están les maletes?” y añadió “Me voy a comprar una corbate en la capital de la moda”, de eso a convencerse de que ya hablaba francés solo había un paso. Mi madre no estaba muy contenta con esta nueva parada en el trayecto, ya conocía a su marido y sabía que como el buen hombre se empecinara en quedarse una temporada en el país de los gabachos ella no podría soportarlo; hacía siglos que tenía ganas de probar unas lentejas con tomates de verdad y su cebollita y su pimiento verde y su aceite de oliva, y aquella tierra le olía entera a mantequilla.

            Nicasia y Rafael, guardeses del Père Lachaise, se pusieron muy contentos cuando nos vieron llegar, ellos estaban muy ocupados allí, rodeados de muertos. Decían que vivían muy bien y mú requetetranquilos en un sitio donde los difuntos eran tan educaos; y es que en aquel cementerio reposaban múltiples personajes ilustres. Mi padre cuando oyó aquello no pudo disimular su arrebato y Rafael tuvo que coger una linterna para enseñarle las tumbas. Caminaron por el camposanto dando tropezones de entusiasmo, Jimmy Sailor estaba convencido de que hasta allí nos había conducido el destino y que no sería en vano. Se le salía el corazón cuando vio tanto nombre importante mientras Rafael, que actuaba de guía, le relataba la vida de cada fiambre. Quedó sorprendido ante el túmulo de la familia Hugo. Aquella misma noche, y sin atender a las razones de mi madre, me llevó a ver lo que él mismo, momentos antes, había visto, y me dejó tirada en el suelo jugando con los gatos.

            -¿Quién es el Hugo ese pa tener a su familia tan bien enterrá?
            -Un escritor -respondió Rafael.
            -¿Qué hace falta para ser escritor?- preguntó mi padre.
            -Nada, saber leer y escribir- dijo Rafael.
            -¿Entonces con un poco de papel y un lápiz es suficiente?
            -Sí, con eso sobra.
            -Sale más barato que una carrera de Arquitectura.
            -Mucho más.
            Mi padre se quedó cavilando mientras Rafael adecentaba los jarrones con flores.
            -¿Este Hugo viene a ser más o menos como Cervantes?
            -¿Quién?- preguntó Rafael, que solo se conocía las historias de los que había enterrados en su cementerio.
            -El del Qujote.
            -¡Ah, ese loco de los molinos!
            -El mismo.
            -Sí, una cosa así, chispa más o menos. He escuchao hablar de ese Cervantes, pero pa mí que era un chiflao de tres al cuarto porque aquí no está enterrao.
            -Él tendrá su tumba en un cementerio español, como Dios manda.
            -Yo qué sé, tal vez no, en nuestra tierra no respetamos ni los deseos de los muertos.
            -Tonterías.

            Nos fuimos taciturnos hacia la casa, yo con el ronroneo de los gatos en la cabeza, Rafael con sus reflexiones sobre literatura comparada y mi padre con el griterio sublevado de una olla de grillos mental que no le dejó dormir durante toda la noche. Bueno, no sé si era su imaginación la que le impedía pegar ojo o las morcillas que puso Nicasia para cenar. Nos metieron a todos en un mismo cuarto y mi abuela roncaba y daba resoplidos mientras que Jimmy Sailor no cesaba de fantasear con el TRIUNFO.


El sueño de Jimmy Sailor

                                   Raso escarlata,
                                   subalterno azabache,
                                   mientras duerme la gloria
                                   y el fracaso
                                   sobre el ropero del mentir.
                       
                                                                       (Continuará)





domingo, 8 de julio de 2012

Portada





La cantante Joanna Wells, natural de Nashville, ciudad del estado de Tennessee, nacida en 1985, obsesionada con la conquista del tiempo, admiradora de Dolly Parton y Jonhy Cash, con el pasar de los años ha decidido dejar la música y dedicarse al diseño gráfico, le debo a ella la elaboración de esta portada con un estilo tan country. En agradecimiento por su trabajo le he escrito una canción para que no olvide sus primitivos dones, que tan bien domina, y que nos ha permitido a todos pasar momentos tan felices. Espero que su voz cascada por las primeras  experiencias, que son las más dolorosas, y el güisqui se digne a interpretar esta composición realizada con la mayor humildad y delirio. Permítanme que les ofrezca la versión en castellano. Haber podido escuchar su interpretación a orillas del Cumberland River fue una experiencia inolvidable, por favor, Joanna, no dejes el mundo de la música que al Diseño ya se le pasado su Edad de Oro.


                                   La actriz

Hoy soy una princesa mal educada
que hace lo que quiere:
pago a muchachos para que me lleven las maletas,
soy leal a la joie de vivre
y reniego del fuego que me quema.
¡Las palabras son tan inmensas…!
Hoy tengo resaca de mares afectuosos
en mi boca
y dibujo, concentrada, la línea de mis ojos.
Hoy soy yo y no soy yo,
puedo permitirme el lujo.
Mientras el champán dorado
me recuerda a ti
que me llevaste a la sabana
para que me perdiera.
Hoy vamos a ir de picnic
después de muchos años
y necesito la cristalería que heredé
de mi abuelo el soldado, perdón,
capitán.
Hoy, entre piruetas
y el sol de la benevolencia
voy a contar la historia
de la mujer que contenía todas las voces.
Hoy, mi amor,
me llueven los aplausos
por quererme a mí misma,
por oler a fresco,
al frío de la selva
cuando una toma conciencia
de las fieras que vigilan la noche.
Hoy voy a besarme en el río
impreciso donde duermen los guepardos
y se miran las jirafas.



A partir del próximo domingo podrán comenzar a leer el Capítulo II de La Reina de la Morralla.



domingo, 1 de julio de 2012

Invocación


¡Oh, Amada mía!
Mi esposa,
límpiame de asesinos,
que tus manos saquen
de mi cuerpo
todos los francotiradores
agazapados en la noche
como la luz que no perdura.
¡Oh, Amada mía!
defiéndeme de mí misma,
trata de dar paz a mis senos
con tus senos luminosos.
¡Esposa!, calma mi espíritu
impío y echa a la calle
el televisor y sus noticias.
Que la Fuerza Secreta proteja
las sacudidas y el trastorno
que es amarte como inocente.
¡Oh, Amada mía,
mi esposa!,
por favor,
límpiame de asesinos.
………….
……..














La Fuerza Secreta es un equipo de superhéroes y superheroínas que defiende a los débiles. Está formado por Gladiador que posee la fuerza inmensa, Láser o el propietario de la luz, Veneno cuyo verdadero nombre es Rafaé, originario de Córdoba, y que tiene uñas llenas de nocivo poder, G es madrileña y controla la gravedad, Control especialista en cibernética y campos de fuerza, Peregrino procede del espacio interestelar, Vórtex crea vórtices dimensionales y Cuerda es una justiciera implacable. Fueron creados en 1989 por MoralesBros y es una obra inacabada que quizás un día se completará por sus autores, si tienen tiempo, en la Residencia de Ancianos. Actualmente están dedicados a disfrutar de sus incalculables fortunas y a consumir drymartinis en la Costa Azul, agitados, nunca removidos. Agradezco a los hermanos Morales, Javier y Alejandro, que me hayan permitido ilustrar mi poema con su obra única.