Decía la Esperatriz que a
los impacientes como Jimmy Sailor que vengan con exigencias hay que decirles:
¿Qué quieres, caldo? Toma, tres tazas. Y que si algún capitán anda con frases
de protocolo como esa de que las damas y los niños primero, no tiene una que ponerse a llevarle la
contraria, que le coja la palabra. Así que Jimmy siguió congelado en la
escalera mientras los infantes y las infantas conquistaban el primer plano:
No sé por
qué me han venido ahora a la cabeza esos consejos de vieja medio chiflada. No
sé, no sé, lo cierto es que se me saltan las lágrimas cuando pienso en ella y
en su envolvente figura de vapor. Y es que la Esperatriz no era un ser con
volumen de realidad, quiero decir que no era como las piedras o los adoquines
que, sembrados ante la puerta de la Metacasa, acogían los juegos de la
chiquillería. Sí, tenían aquellos adoquines el brillo del betún y las gotas de
la lluvia les daban un aire majestuoso, parecían hielo negro, oscuro aceite de
sol. Un vapor barroco como el de la Esperatriz y, sin embargo, lleno de
claridad cubría la calle, era la humedad del tiempo que pasa como un
desvanecimiento o un vahído, casi sin darnos cuenta, apretujados como estamos
en la música de las horas pautadas por los adultos. Yo me escapé de los brazos
de mi tía Lola y fui a ver qué hacían los niños: Estaban inventando el fuego.
Billy tenía una caja de cerillas cabezonas que
Currito-Tirachina se había traído de su casa. Marco, el hermano de Billy, mi
otro primo, estrujaba papeles de periódicos llenos de noticias en blanco y
negro. Y Sole, que tenía ojos de besugo y un par de agujas de punto, hacía un
jersey para su muñeca de rodillas inflexibles. Billy se quemaba la punta de los
dedos, pero eso no le hacía cejar en su empeño. Currito-Tirachina que poseía
una sonrisa deleitosa le preguntó quién era ese moco con faldas. Billy le
contestó que me llamaba Irene y había venío del extranjero como la Coca-cola.
“¡Ah!”, dijo Currito que tenía el pelo lacio como un japonés y los labios ni mú
chicos ni mú grandes y las manos llenas de arañazos de jugar con los gatos de
su tía Manuela. Fue entonces cuando Sole sacó una carraca de madera que le
había hecho Teodoro y se puso a darle vueltas como una posesa y Marco, que
quería ser árbitro de fútbol para vestirse de negro como las personas grandes
dio pitidos con su silbato metálico que un día Vicente le trajo de una feria.
Los dos empezaron a competir como locos mientras que a Sole se le transformaba
la mirada y dejó de tener los ojos de pez muerto para llenársele la vista de un
hermoso verde agua. Y es que Sole era como la Belladurmiente, como la
Cenicienta, y es que Sole era una princesa rubia de piel finísima y manos
delicadas. Era tan hermosa... Sobre todo cuando no estaba tejiendo y entre sus
dedos no danzaban las agujas de la muerte de lana.
La carraca de Sole |
-¿Tú sabes hacer punto? -me preguntó.
-No -le dije y me miró con desconfianza, pero entonces
del bolsillo de mi vestido a cuadros saqué el crujir de una rana metálica y
ella, que por lo visto, estaba dotada para los instrumentos, quedó maravillada
ante aquel invento que croaba tan artificialmente.
-A ver que lo vea -dijo Marco mientras se quitaba el pito
de la boca.
Salió un rayo de sol en plena tarde y aquel rejón de luz
dividió la ciudad con el penetrante olor y el fructífero halo de una flûte de
champagne. No sé por qué reímos todos como si fuéramos zíngaros y mi primo
Billy, que no cesaba de hacer esfuerzos lanzó un grito de castrati cuando, por
fin, elaboró una llama y la cara se le iluminó de chulería y la respiración se
le hizo agitada como la de un agónico entrando, de nuevo, en las regiones de la
vida. Hicimos palmas todos igual que el público disciplinado que a principios
de año escucha la marcha del Radetzky ese. Currito-Tirachina salió corriendo y
se metió por un agujero de la tapia del solar de enfrente y vino deprisa, deprisa
con un par de cartones y un par de palos. Traía en su cuerpo el ritmo de la Sinfonía de los Juguetes. ¿Haydn o Mozart? No sé, no sé.
-Vamos a hacer una hoguera como los indios -dijo.
Y sin darnos cuenta entramos en nuestra primera crisis,
la crisis de las sugerencias.
-No, vamos a hacer un potaje de garbanzos -dijo Sole.
-Eso es una tontería -contestó Billy.
Marco, que era ser dado al equilibrio, buscó una solución
intermedia:
-Los indios seguro que tienen que comer tó los días.
-Voy por un barreño -dijo Currito y, otra vez, salió
corriendo.
Vino con un baño de zinc y la cara roja como un exaltado.
-Yo voy a ir a por los garbanzos -dijo Sole pero no se
movió, y es que era lenta o más bien parsimoniosa. Billy que ya la conocía,
además de saber las profundas carencias que poseían en casa de nuestra vecina
de la izquierda, actuó como un general:
-Marco, ve a la casa y tráete la lata de los garbanzos
que está en la alacena de la cocina.
Marco, presto, dio zancadas de intendente.
-Hay que echarle agua -dijo Sole acostumbrada como estaba
a jugar con la cacerolita de latón que su padre, empleado de la ferretería
Temboury, le había traído sin que el encargado calvo y bigotudo se diera
cuenta.
-Y tocino -dijo Currito-Tirachina.
-No tenemos tocino -dijo Billy que no estaba dispuesto a
darle a su tropa tantos caprichos en una época en que eran tan escasos los
abastecimientos.
-He traío lentejas, no hay garbanzos.
-Entonces hay que espulgarlas -dijo Sole que tanto y
tanto sabía de cuestiones culinarias.
-Cuidao que se apaga el fuego -dijo Marco y todos a una
empezamos a soplar.
-Tonta, no soples pa dentro -me dijo mi primo Billy y me
dio un coscorrón.
-Oye, ¿por qué no echamos tu prima a la cazuela? -dijo
Currito-Tirachina que desde que me vio me echó el ojo encima.
Mi primo Billy se quedó mirándome y Sole salió en mi
defensa:
-Hay que desnudarla y hacerla trozos.
Menos mal que Marco tocó el silbato y pidió tiempo
muerto:
-Es una niña chica, no nos la podemos comer -dijo Marco
que no quería dejar fuera de juego a nadie.
-Es verdad, nos haría daño y por la noche nos dolería la
barriga -dijo Sole que de nuevo cogió las agujas pacíficas de la lana.
-A mí me da igual... Los brazos los tiene tiernos -dijo
Currito-Tirachina mientras me daba una tarascá para catar el género. Yo pegué
un grito espantoso y me eché a llorar.
-¡Pss, cállate que nos van a escuchar los mayores! -dijo
mi primo Billy-. No te vamos a hacer ná.
Ante aquella seguridad firmada con mi silencio dejé de
dar berracás y me contenté con un par de pucheros. También intenté sorberme los
mocos, pero respiraba pa fuera en vez de pa dentro y me salieron dos velas que
chorrearon por encima de mi boca temblorosa.
-No te asustes, era una broma -dijo Sole con toda su
belleza a cuestas y que tanto la defendía de los linchamientos cotidianos, por
lo menos eso pensé con mi minúscula cabeza agitada de pajarita de las nieves.
Yo también quería sentirme defendida, así que eché a
correr y fui en busca de mi muñeco Derri que con sus manos lacias y su risa
sardónica me daría confianza en mí misma. Cuando entré en la Metacasa la hallé
toda oscura, sólo emergía una fuente de luz del Salón de las Peleas, una fuente
de luz aliñada de gritos dispares, se podía decir que arrufaban en vez de
hablar. Cogí a Derri que estaba tendido en el suelo debajo de una silla y salí
corriendo, de pronto me dio miedo la inmensidad donde habitábamos y pensé que
era un reino con leyes particulares, indescifrables para las visitas.
-¡Qué muñeco más feo! -dijo Sole y detuvo su labor, yo
abracé a Derri y le acaricié su pelo amarillo.
-No es feo -le dije con la certeza del que posee un
tesoro y se mueve en un país de ciegos.
-Parece un espantapájaros -dijo Billy que estaba
acostumbrado a ir con su padre, el tío Andrés, a coger hinojos y tagarninas y
caracoles y espárragos a la sierra, y alfalfa y rábanos y habas y todo lo que
se encontraban por las veredas y caminos que no tuviera placa de coto.
-Es verdad -secundó Marco y lo miró atentamente como si
mi muñeco fuese un ser de una raza diferente a la de todos los muñecos.
-Quítale el pantalón a ver si tiene picha -sugirió
Currito Tirachina, al que desde chico se le veía venir la vena de voyeur y
aprovechaba cualquier circunstancia para disfrutar de su vicio.
-Eso, eso, vamos a dejarlo en cueros -dijo Sole y
avispada como un ave rapaz me lo quitó de las manos. Me quedé perpleja.
-Venga, vamos a hacerle un gazpacho -y ni corto ni
perezoso Currito le abrió la portañica al pobre de Derri y empezó a echarle
hierbajos.
-Mira cómo llora la tonta -dijo Sole-, si es una broma.
(Continuará)
Nota: En el Vocabulario popular malagueño de Juan Cepas aparece la siguiente
definición de
Gazpacho: Famosísimo plato
regional cuya receta varía según el lugar. Travesura infantil que se usa como
castigo y que consiste en abrirle, al que la sufre, la bragueta y rellenársela
de paja o hierbas.