Un día llegó un hombre al patio, allí
donde estábamos atareados con nuestras cosas. Y ese hombre entró en
conversación. Empezó a hablar mal de otro hombre del pueblo, muy mal, la
verdad. Nosotros que nunca éramos dados a posicionamientos vehementes
permanecimos en silencio y un tanto sorprendidos. Yo estaba en medio de los
grandes escuchando.
De pronto mi tío Día intervino y
comenzó a asentir, a darle la razón. Yo admiraba profundamente a mi tío, fue mi
primer superhéroe, nada importaba que estuviera cojo, para mí eso era lo de
menos, lo quería sinceramente y me encantaba que fuera a mi casa. Mi hermano y
yo nos volvíamos locos cuando escuchábamos el timbre, nos asomábamos al balcón,
veíamos que era él y bajábamos las escaleras excitados: estaba la diversión asegurada.
Siempre le pedíamos que nos contara algunas de sus aventuras, nos la sabíamos
todas, y elegíamos entre sus relatos diversos en los que él, sin lugar a dudas,
aparecía como vencedor; nos daba igual que supiéramos de memorias sus hazañas,
siempre lo pasábamos bien escuchándole y quedábamos arrobados ante su valentía:
era un contador de historias, un ser generoso, todos buscaban su compañía y
además sabía jugar al ajedrez. Yo de mayor quería ser como él, así de libre y
despreocupada, así de atrevida. Su cojera no le impedía montar en bicicleta o
subir a lo alto de la Piedra de la Torre como si fuese un campeón de atletismo,
le encantaba charlar con la gente, jugar al dominó, concentrarse mucho cuando
leía. A través de él comprendí lo que era la concentración, aunque, ahora me
doy cuenta, él la practicase de una manera excesiva.
Pues bien, digo que mi tío intervino
y comenzó a darle la razón a ese hombre que soltaba sapos y culebras por su boca.
Como un buen boxeador aguantó todos sus golpes dialécticos hasta que el
oponente se cansó. Una vez cansado el maledicente, mi tío, con parsimonia,
encendió un cigarro, se puso en pie. Para mí, tenía el porte de un noble, de
alguien en el que se puede confiar, de alguien que es requerido por todos, de
alguien que tiene amigos y amigas, y eso, verdaderamente, es envidiable.
Mi tío Día, que para mí tenía un
nombre misterioso y que no lograba saber de dónde lo había sacado, era yo muy
pequeña para conocer lo que eran los apellidos y las evoluciones lingüísticas
del andaluz. Mi tío que tenía un nombre que era como un faro, como una luz, le
dijo a ese hombre lenguaraz e insano que
tendría que estar de acuerdo con él que de quien estaba hablando, además
de ser como él decía, tenía otras cosas que eran buenas y se le habían pasado
por alto. Y comenzó a enumerarlas. Y cada vez que decía una cualidad en defensa
del ofendido era como si le diera una bofetada con un guante a ese hombre que
vino a enturbiar la paz del patio y a llamarnos, en cierta manera, ignorantes.
No sé de dónde sacó mi tío tantos argumentos, dejó arrinconado a su adversario
que de pronto se revolvió en la silla de enea que estaba sentado y le dijo de
muy mala manera: “Pero ¿tú de qué estás hablando?” Y mi tío con la serenidad de
un actor shakesperiano, con la entonación precisa, apoyado en su pierna buena y
estirada su pierna sin rótula le contestó desafiante, mirándole a los ojos, sin
achicarse: “De la realidad, yo estoy hablando de la realidad.”
Todos respiramos aliviados, alguien
había sabido poner las cosas en su sitio. A todos nos pareció una respuesta
genial y todos estuvimos de acuerdo en que mi tío llevaba razón, la realidad es
algo complejo y lleno de matices, caleidoscópica, que diría un pedante.
Recuerdo que sonreímos victoriosos y yo, una vez más, pensé que mi tío era un
genio y que nadie podía con él. También descubrí aquella tarde lo que era “la
realidad” y cómo había que construir personajes de verdad. Por supuesto, el que
solo veía las cosas blancas o negras se fue con el rabo entre las piernas, y la
paz, de nuevo, volvió al patio, y nosotros seguimos con nuestras cosas.
Cuando nací mi tío mandó una carta a
mi madre y decía que sin verme él sabía que yo era como una golondrina. Así me
llamaba. Era un poeta, uno más de la familia, todos apreciábamos el saber
literario, no es de extrañar que yo haya salido escritora, estaba rodeada de
buenos narradores y de mujeres noveleras.
Consejillo:
Si quieres ser escritor o escritora no es necesario que leas a Vladimir Propp y
su Morfología del cuento,
para mi gusto es bastante esquemático, ahora sí, lo que tienes que tener claro
es que en la vida siempre debes contar con adyuvantes, ya lo dice Fina Birulés
en la introducción de ¿Qué es la
política? de Hannah Arendt: “La acción no puede tener lugar, pues, en el
aislamiento, ya que quien empieza algo sólo puede acabarlo cuando consigue que
otros le ayuden”.
Consejillo:
Si quieres tener amigas y amigos lo mejor
es que te hagas epicúrea, hay un hermoso libro que te podrá ayudar: La amistad según Epicuro de Maite Larrauri con ilustraciones de Max.
Y otra cosa: nunca creas a quien te
diga que se ha leído treinta libros al mes o tiene cinco mil amigos. Ese está
fuera de la realidad.