domingo, 3 de junio de 2012

Capítulo I : Emigrantes - 6ª Toma



            Como vi que les hizo gracia aquello de cagarme lo seguí practicando cada vez que me daba la gana y ellos me enseñaban el mojoncito a ver si me inspiraba y hacia otro monumenTo, cuando les veía expectantes, no me paraba ni un momenTo, cogía la mierda y me ponía a amasar para satisfacerlos, mi padre acogía con gracia cada nuevo invenTo aunque éste no tuviera forma y no significara nada, ya se encargaba él de buscar el parecido y empezó a comprar postales que colgaba en la cuna para que yo las viera y fuera aprendiendo.

Mi abuela, que era la encargada de limpiar los pañales, estaba ya de la mierda que se lo tocaba y decía que mi padre se estaba equivocando, que yo era una gorrina y que se dejara de cuentos. Mi madre creía a su marido a pies juntillas y no pretendía defraudarlo. Además, gracias a descubrir que yo era una superdotada había desaparecido toda su pena por el fracaso con el parto y consideraba que Paquito era un fraude comparado con todas las habilidades que yo demostraba. Pero la Angustias insistía y decía que por lo menos me dieran harina mezclá con agua para que moldeara, que aquello no podía ser sano, más si se tiene en cuenta que estaban trabajando en el ramo de la restauración, que iban a espantar a todos los clientes con la manía de forjar con el producto de mis defecaciones monigotes en relieve y después exponerlos sobre las estanterías al lao de las botellas de coñac.

Ellos acabaron comprendiendo y me dieron la harina para jugar y me tenían atareada durante todo el día. Cuando no, dormía abrazada a Derri que tan callado estaba siempre, y con los brazos lacios como si no sirviera para nada; fue así como acabó dándome lástima aquel muñeco, y ya en mi cerebro infantil empecé a comprender que puesto que él no podía mover las manos sería verdad que yo era un hacha de las habilidades y que en el exterior todos los niños tenían su misma torpeza: la de no saber qué es el movimiento. Con Derri hacía lo que quería, me abrazaba a su cuerpo rechoncho de espuma o le tiraba de los pelos amarillos o le daba besos en la mejilla, pero sobre todo lo cuidaba, no quería que él se sintiera tan desamparado como yo al principio de mi existencia; y en aquellos meses aprendí, aparte de amasar, cómo hay que dar cariño hasta a los desvalidos que tienen las manos como churros y no saben lo que es llevar sangre en las venas.

Un domingo dijo mi padre que me llevarían a la colonia de emigrantes para que conocieran a su hija. Se arreglaron todos y a mí me hicieron una fuente en la cabeza con una gomilla lila que me iba con el vestido color landas que me pusieron. Mi abuela se calzó de nuevo al revés, se ve que en Granada solo llevaba babuchas y eso de los zapatos ella no lo tenía dominao, porque toda la vida la he conocido con dolor de pies y sin darse cuenta de cuál era la izquierda o la derecha. Mi madre se puso flores en el pelo y mi padre una corbata, la única que tenía, una de lunaritos blancos sobre un fondo anaranjado. Me presentaron a Curro-Cohete y a Rosa, unos españoles que estaban en aquel alejado país de Asia, y a sus hijos Kiko, Cinto y Lolo, además tenían un perro llamado Piro. Ellos venían de Valencia y él era especialista en pólvora y fuegos artificiales, tenía éxito montando mascletás para las fiestas y hasta lo sacaban a hombros después de cada evento. Su casa era grande y oscura y tenían unos cuadros inmensos, eran fotos de todos sus familiares que se habían hecho enviar para no olvidarlos, eran imágenes lúgubres de gente vestida de domingo y con pose seria.

            -¡Ay!, ¡Qué bonita la niña! Yo siempre quise tener una princesita y no tanto macho. Aquí me siento tan sola rodeada de hombres... -dijo Rosa. Mi madre respiró henchida de orgullo al sentirse envidiada.
            -Ésta va a hacer algo en el mundo, algo tan GRANDE como un petardo de los tuyos -le dijo mi padre a Curro-Cohete. Yo sonreí y me mostré amable, supongo que me tranquilizó su deje al hablar castellano o tal vez la ternura con que me abrazó la Rosa.
            -¿Verdad que está bonita? -dijo mi abuela que me ganó afición desde que dejé de jugar con las cagaleras.
            -La tenemos que cristianar, todavía es morita.
            -¿Cómo se va a llamar? -preguntó la Rosa.
            -Irene -respondió mi padre con soberbia.
            -¡Qué nombre tan precioso!
            -Lo que es una lástima es que no la bauticemos en su patria -dijo mi abuela.

            Aquello sí que era un problema, mi padre se encabezonaba en que siguiéramos en Singapur, que allí mi educación estaba asegurada, que en España solo teníamos una mano atrás y otra alante y que nos tendríamos que quitar el hambre a tortazos, pero que allí éramos gente con negocio propio, que podríamos prosperar y que, al fin y al cabo, éramos diferentes y especiales. Mi madre y mi abuela mostraron su desacuerdo, también la Rosa, que si ella pudiera se volvía con los ojos cerraos a su Valencia natal. Empezaron a discutir y a levantar las voces. Mi madre decía que si yo iba a ser una promujer lo mejor era que me desarrollara en mi tierra, porque eso iría en beneficio de mi propio pueblo y que al final me lo reconocerían. No sé si Curro-Cohete y Rosa entendían muy bien la relevancia de mi persONA, supongo que se reirían de esos importanciosos que se creían que tenían la joya de la corONA, lo cierto es que con la discusión empezó a ponerse nervioso el perro y aunque ladraba como un ladracerro, a mí me asustó y empecé a gañir muy desdichada, mi madre fue a ponerme el chupete y yo hacía con la cabeza que no, que no quería, y en aquel momento murmuré algo, una palabra incomprensible si no hubiera estado a mi lado una intérprete tan certera y habilidosa como la Carmen.

         -Mira, Joselito, la niña ha dicho paña -dijo mi madre construyendo con mis sonidos una versión interesada.
            -¿Lo ves, mendrugo?, si hasta la cría se da cuenta de que aquí no pintamos ná -aseguró mi abuela apoyando a su hija.
            Mi padre quedó embobado como un papanatas fijo en mi persona y mi gran magnitud de estrella del firmamento, se dio media vuelta y le dijo a Curro-Cohete:
            -¿No te he dicho que la niña es un monstruo?, fíjate cómo ha sabío de lo que estábamos hablando.
            -Ahora no te irás a pasar por los huevos su palabra -dijo mi madre que veía la puerta abierta para cumplir su deseo y me dio un beso muy fuerte que por poco me rompe el tímpano.
            -Venga, el mes que viene volvemos a España -dijo mi padre resolutorio mientras Rosa hacía pucheros y mi madre, por segunda vez en un día, era envidiada como si dispusiera de un capital que nunca nadie podría conseguir.
            Carmen la de las tetas negras me besuqueó toda, por el cuello, por la cara, mientras me decía cosas dulces:
            -¡Ay, mi niña, mi chanquetito, quien me va a salvar de todas las penalidades! ¡Ay, mi princesita, mi chochito de plexiglás, mi florecita de almíbar, mi Reina de la Morralla! (Fin del Capítulo I) (Continará)