Así que entre todas las cosas raras
que se me ocurrían me dio también por toser y por pensar en las musarañas.
Menos mal que un día, como por milagro, llegó la solución: Me regalaron mis
padres un libro hermosísimo titulado Novelas
ejemplares que lo había escrito un tal Cervantes, era una edición escolar
de la editorial Everest y lo compraron en la librería Rubiales en la calle
Eugenio Gross. Me enteré que ese tal Cervantes era lo que entonces se llamaba “un
inútil”, es decir, que estaba manco; ya ven la ternura que nos caracterizaba en
aquella época. También me enteré que era el escritor más importante de España,
y que había escrito la historia de un loco, y que ese loco se llamaba Don
Quijote. Entonces pensé que si él que era un “lisiado” había podido hacer cosas
tan grandes yo, que tenía dos manos, sería capaz de superarlas. Vaya, que
encontré mi profesión. Desde ese momento le dije a todo el mundo que iba a ser
escritora y llevaba siempre encima un bloc pequeño y un boli, hasta cuando iba
en bici me pertrechaba con esos objetos tan fantásticos y llenos de poder para
mí.
Estaba tan orgullosa con mi libro de
las Novelas ejemplares que un día me
lo llevé a la escuela para enseñárselo a todas las niñas (el alumnado estaba
separado por sexo). Cuando lo vio la maestra me preguntó si mis padres tenían
carrera, yo le dije que no y entonces ella con un tono de superioridad y
majestad incuestionable me dijo: “¡Ah! Creí que eran cultos.” En ese momento me di cuenta de que tenía que
defender a mis padres del sistema educativo y de que debía procurar que
tuvieran el menor contacto posible con las maestras. Menos mal que llegó la
democracia y se fue suavizando tanta altanería, menos mal que llegaron educadores
como Don Miguel Ángel que era un hacha del respeto y del saber, a mí me ayudó
mucho y potenció mi afición a la lectura y a la escritura todo lo que pudo y
más, guardo un grato recuerdo de él.
Con respecto a Cervantes tengo que
decir que me gustaba mucho su sentido de la imaginación, pero también tengo que
confesar que le encontré algunos defectos compositivos. Un día me pilló mi
madre llorando tendida en la cama, la buena mujer se preocupó, cuando le
confesé la causa estuvo a punto de pegarme un coscorrón: lloraba porque al
final de la gran obra del gran autor español moría Alonso Quijano, no podía
entrar en mi cabeza cómo el dichoso Miguel de Cervantes, siendo tan listo como
era, había podido cometer la torpeza de matar a su protagonista y que no
tuviera la novela un final feliz. Así que yo tenía tarea para rato: escribir un
novelón maravilloso y alegre. Fue por eso que le dije a todos que me iría a
Alcalá de Henares a estudiar y que se fueran preparando porque seguro que
entraba en la lista de autores imprescindibles de la literatura española. No me
digan ustedes que no han hecho daño los manuales y los libros de texto que
tenemos que aprendemos en los colegios. En fin, que iba a ser escritora, pero
no una escritora cualquiera, que iba a ser tan buena o mejor que Cervantes. A
mi madre le pareció bien, mientras comiera a ella le daba igual lo que yo
hiciera en la vida.
Consejillo: Escucha
el discurso que dio Elena Poniatowska cuando le entregaron el merecidísimo
premio Cervantes, es muy hermoso.