Era así como los nombres
de estos seres invisibles pasaban a ser para él tan familiares que no cesaba de
hablar y hablar de ellos como si fueran primos hermanos. Dijo mi padre que su
mujer llevaba en su interior a un insigne descubridor de algo inefable que él
no llegaba a asimilar en su pequeña mente llena de acentos extranjeros, pero
que le darían una medalla en unas regiones frías y que él iría a recibirla con
una capa como la que prohibiera Esquilache, otro conocido suyo. La Carmen, que
no se creía nada de su marido desde que le mintiera tan atrozmente ocultándole
sus orígenes, le decía que estaba loco y lleno de pretensiones como un señorito
pobre. Pero mi padre se empeñó y le respondió que si no se daba cuenta del
tamaño de su vientre, que eso era porque el niño tenía una cabeza tan grande
como el propio César y que a ese hijo le llamaría Paquito por Paco el Tuerto,
su abuelo, que había inventado la horchata aunque no lo supieran los
valencianos. Por esta causa mi madre hizo todos los patucos celestes y los
gorritos a juego con un diámetro adecuado para la insigne frente que recogería.
Estaban muy contentos con su heredero y la Carmen aprovechó aquella alegría
para anunciarle a Sailor Jimmy que Singapur no era lugar para que se criara un
prohombre, que debían volver a Andalucía. Mi padre dijo que no, que les iba
bien en aquel país amarillo y que allí se quedarían hasta que tuvieran capital
suficiente para comprarse un Seat 1.500 y pasear su victoria por la calle
Larios o la Gran Vía.
Hace años los coches circulaban por la calle Larios de Málaga. |
Mi
madre, que era muy lista, se hizo una foto como Dios la trajo al mundo y se la
envió en un sobre certificado a su propia madre. Cuando la Angustias vio a su
hija con un barrigón tan grande que parecía que se había tragao un elefante (y
que conste que he cogido este animal al azar, que no quiero ofender a nadie) no
se lo pensó dos veces: cogió un puñao de habas y un cuarto kilo de quisquillas
de Motril y se fue en busca de su niña, que no la podía dejar sola a la hora
del parto. Pero la Angustias, que no había viajado mucho en su vida, confundió
las líneas de comunicación y después de andar perdida un mes en el
Transiberiano llegó a Singapur, de chiripa, con el cuarto kilo de quisquillas
podridas y con las cáscaras de las habas. Cuando mi madre vio a su madre se
emocionó tanto que aquella misma noche rompió aguas y Sailor Jimmy la tuvo que
llevar a un hospital donde la ataron de pies y manos porque la pobre no se
estaba quieta ni confiaba en los malayos. Decía que se iba a morir, por culpa
de un mentiroso, en la camilla de un sanatorio donde nadie decía una palabra en
cristiano.
Habas |
Mi madre tenía unos
dolores horrorosos y gritaba como una poseída por el demonio, estaba rodeada de
enfermeras y médicos que no podían hacer nada por su poca dilatación. Ante
aquel ataque de histeria sólo quedaba aplicarle una buena dosis de anestesia y
hacerle una cesárea, pero ella se resistía y mordía con su boca a todo el que
se le acercara y se revolvía como una serpiente a ver si así podía desenredarse
de las cuerdas que la tenían aprisionada. Un espectáculo, vaya. Mientras, a mi
padre le entró sueño y como aquello estaba en punto muerto decidió irse a
dormir para que el tiempo pasase más rápido. Mi abuela se quedó allí llorando
sin entender una palabra de lo que decían los médicos y sorbiéndose los mocos
porque se le había olvidao el pañuelo. A mi madre, finalmente, consiguieron
inyectarle la anestesia y Don Chiang Kai-Shek comenzó la operación.
Era normal que Paquito tuviera que nacer por
el vientre, tenía tanta cabeza que por el coño no podía salir, así que el
doctor Chiang aplicó un tajo en la barriga tan grande como un portón de
cochera, para entonces mi madre ya estaba dormida y no veía el destrozo que le
estaban haciendo. Se hizo un minuto de silencio donde sólo se escuchaba el
resentimiento de Angustias porque el irresponsable de su yerno se había ido a
sobar a Morfeo como un somormujo somnílocuo, y es que mi padre no metía la lengua
en paladar ni debajo agua; mientras su chiquilla estaba en peligro de muerte.
En ese minuto pasaron muchas cosas. (Continuará)
Habas deconstruidas. |