-Camarón, ¿qué me dices de
lo que me está pasando?
Y Camarón, que era de pocas palabras, se encendió un
cigarrillo y musitó una frase corta.
-Lola -y le guiñó un ojo-, tú tranquila, te voy a llenar
el agua de sol y te voy a echar flores de azahar, esto va a ser la leyenda
del tiempo.
-Niña, ¿por qué estás tan callá?, ¿es que me estás
poniendo los cuernos? -dijo Lázaro desde la bola del mundo llena de licores y
es que Lázaro era celoso como él solo y en un arrebato, él, que no bebía ni
fumaba, cogió una copa y la llenó de anís.
La Lola que charlaba con Camarón le dijo que era mú
blanco para ser gitano y él se encogió de hombros. Entonces empezó el espumerío
y la Lola, que no estaba acostumbrada al barroquismo que produce el agua, se
perdió en la bañera que tenía un grifo dorado y al que había que darle una vuelta a un gorrión
para que se abriera y, a la vez que salía líquido, se escuchaban los sones que
Georg Friedrich Handel compusiera para cuando una hace una excursión por el
Támesis y se sube en una góndola y te rodean hombres apuestos con camisetas a
rayas. ¡Ay, Dios mío!, que si no llega a ser por Artemisa que en aquel momento
pasaba persiguiendo un par de ciervas cornudas la Lola se nos ahoga, pero
Artemisa, que es rápida de reflejos, vació el carcaj de flechas y lo
metamorfoseó en balde, y cubo va, cubo viene consiguió que nuestra heroína no
naufragara.
A Lázaro, que era hombre cabal a pesar de los celos,
cuando escuchó los glus-glus de la Esperatriz se le hizo un nudo en la
garganta, pero de pronto oyó el silencio y después la voz de Lola que tibia
como una manzana madura lo requería, fue entonces cuando se sintió más
tranquilo. Dejó la copa que se había echado porque, al fin y al cabo él no
tomaba y no era tiempo de hacerlo ahora por una simple cuestión de cobardía
amorosa y fue en busca de una caja lacarada que le había encargado al
anteriormente mencionado Pierre Loti, (conque no se les ocurra hablar de
plagio), que le había traído del Japón el traje de la Emperatriz de la ciudad
de Kamakura, la ciudad de madera en la que vivían los príncipes amarillos.
Lola, cuando se secó bien los pies y la entrepierna, debajo de los sobacos y
con un ventilador loco, que hasta ahora ella nunca había probado, se secó el
pelo, su pelo fino que cepillaba todas las noches antes de ir a dormir, pisó la
moqueta rosada y le hizo cosquillas en las plantas acostumbradas a las
alpargatas baratas de esparto.
-Lázaro, que no tengo con que taparme.
-En lo alto de la cama tienes una túnica de guerra.
-¿Pero es que vamos a hacer ahora el amor uno contra
otro?
-¿Es que se puede hacer de otra forma?
-Yo qué sé, Lázaro, no me hagas mucho caso, pero pa mis
cortas entendederas se me figura que todo no va a ser pelea.
-Yo quiero cerrar los ojos y pensar que tú eres generosa.
Ven despacio y ponte esa tela fina. Anda, hazme caso por una vez en tu vida.
Lola se acercó hasta donde le indicaba su amor y con
prudencia para no desgajar los finísimos velos se puso el traje del sexo.
Lázaro, que permanecía de espaldas cuando intuyó que ya estaba lista, se dio la
vuelta.
-¿Y tú no te has puesto nada para los juegos previos?
-No -dijo Lázaro con firmeza, que llevaba sólo una toalla
blanca ceñida a la cintura.
-Por lo menos quítate ese sombrero de charro que te das
un aire al Indio Fernández.
-Y tú, Lola, tienes los ojos más grandes que María Félix
y como ella eres capaz de llenar una pantalla de sueños.
Posó la yema de los dedos Lázaro sobre la mano izquierda
de la Esperatriz y la acarició muy despacio y después le contó los dedos.
-Mis manos son ásperas, Lázaro, que estoy harta de lavar
trapos para la Sra. Nancy y mis uñas son las de una campesina.
-No te preocupes, mujer, que son las manos que quiero.
Lázaro quiso tocar el perfil de la Esperatriz y le
acarició la nariz y las cejas y el borde de los labios y la frente y ambos
estaban de pie cuando a él, sin querer, se le cayó la toalla.
-Vamos a sentarnos en aquel sillón tan extraño -dijo Lola
señalando un vis à vis y cuando estuvieron sentados Lola le tocó el bigote y
anduvo por sus mejillas rasuradas con sus manos sin orgullo.
Y las mejillas de Lázaro eran como la cordillera de
Alaska y su lengua como el Stony River, que sí, que la Esperatriz se acercó a
los labios del mejicano y después se retiró levemente, y de nuevo se acercó y los
rozó muy despacio con sus propios labios de mujer que sabe lo que es el licor
del sexo metido en la cabeza, y al rozarlos Lázaro cerró los ojos como si fuera
chino y se alteró su respiración de macho que está en train de se transfomer.
-Lola -dijo muy bajito.
-¿Qué? -respondió la Esperatriz y el “que” le salió de lo
hondo de sus pezones erectos.
Entonces, Lázaro impaciente, quiso abarcarle la boca
entera, pero ella, que lo vio venir, se alejó decisa y en un acto de
generosidad le mostró el perfil de su rostro y enarcó las cejas como si
estuviera enfadada por su precipitación.
-No te enfades, niña -dijo él.
-No estoy enfadada, es que quiero que se te ensanche la
conciencia y no sea todo aquí te pillo, aquí te mato.
-Lola, tú te crees mú lista porque te gusta la cámara
lenta, pero que sepas que yo también tengo mis recursos coreográficos y que
conozco en persona a Cagliostro.
-¿Ese quién es?
-Un ocultista, un mago que aunque sabio no tiene la
varita mágica que yo te estoy ofreciendo.
La Esperatriz mientras acariciaba el pecho peludo de
Lázaro y se detenía en sus pezoncillos pequeños como la isla de Lingga, allá
cerca de Sumatra, vió la verga empecinada en una pronta prenetración y le dijo
susurrando.
-Quiero que me metas la punta nueve veces, sólo la punta
y la décima no te encalles, llévala hasta el fondo que yo estaré bien abierta.
-Lola, no hables así que no estoy acostumbrao y me vas a
volver loco con tus palabras... -y nacieron en aquel instante los puntos
suspensivos porque Lázaro vio a través de la túnica guerrera los turgentes
pechos de una mujer ya metida en años, no olvidemos que estamos en la posguerra
y en aquella época la gente era vieja incluso antes de haber nacido-. Esta
silla es una mierda, tú te das cuenta cómo nos tiene separaos, y ya no puedo
esperar, ¿a que me la meneo? -y los dos se echaron a reír-. ¿No tienes tan
buena boca para andar platicando? Anda, chúpamela.
-Si tú después me das por ahí estoy de acuerdo, que yo
también tengo mis caprichos -dijo Lola y los dos se pusieron en pie.
(Continuará)