Se acostó Lázaro boca
arriba sobre las sábanas de Holanda con puntas hechas en Bruselas, compradas en
un establecimiento de la Grande-Place un día que había feria de flores y no se
veían los adoquines por los pétalos. Y Lola le masajeó los huevos con el calor
de sus manos y él con sus dedos acostumbrados a llevar las riendas le tocó la
raja y si hubiera sido vulgar o simplemente maleducado-rocker le hubiera dicho:
“se te está haciendo el coño pepsicola”. En fin, agachó ella la cabeza y le
lamió el capullo, y creo yo que más que por los lametazos fue por ese chip de
su cerebro que se vio inundado de poesía cuando vio la inclinación que pueden
tomar los acontecimientos cuando una mujer te ama que pronunció tiernamente:
-Huele a sal -dijo Lázaro mientras comenzó a bufar y daba
indicaciones de policía municipal a la Esperatriz atenta que seguía el ritmo de
sus indicaciones municipales-. Parece que tuvieras en la boca el latido de un
pajarillo -y volvió a bufar el muy cabrón mientras tenía una sonrisa estúpida-.
Habla en silencio -suplicó Lázaro y a Lola se le dibujó una interrogación en la
mente, entonces él le fue diciendo-. Di: Honolulu, Congo, Tommot, Portonovo,
Oslo, Bogotol, Colombo, Moscú. ¡Hostia, hostia, Oklahoma!
Y la Lola como si se hubiera pasado la vida en el Bois de
Boulogne lanzó un escupitajo a la moqueta y se fue a la bola del mundo pa coger
una botella de güisqui, después de las abluciones le dijo a Lázaro, el de los
ojos entornados.
-¿Y ahora qué?
-Estoy muerto.
-Po despierta, majarón, y dame de comer a mí.
En eso que Lázaro le dio al botón de recepción y pidió un
vino dorado con brillo de diamante y un platito con manzanas y jamón de las
tierras de York.
-¿Te gusta mi petición?
-Yo no sabía que estuvieras tan viajao.
-Ahora en el piscolabis te cuento mis odiseas.
Miraron ambos por las ventanas y se figuraron el lugar
del sol y es que tenían tantas ganas de luz, de un amanecer deslumbrante como
un poema huidizo de Emilio Prados, que tuvieron una alucinación conjunta.
-Lázaro, ¿no te parece que la belleza es infinita?
-Sí -dijo Lázaro sin convicción como el que alberga una
duda y trata con una mentirosa, pero se atrevía ahora o nunca-: Lola, ¿te gusta
mi cicatriz? -Lola se quedó mirando con la dulzura que se le dedican a las
estampas estropeadas y se fue hacia la mejilla de su héroe y besó aquel surco
largo como un río forzado-. Me recuerdas a Brasil, a las verdes selvas del
Amazonas y algunas veces pienso cuando me siento sobre una piedra a ver el
mundo pasar que eres muy tuya y que tienes muy mala leche las tardes que
cierras los grifos de la telepatía, que me tratas como un tonto, como si fuera
un pobre mejicano harto frijoles y tú supieras más que nadie...
-Y entonces es cuando quieres castigarme y clavarme las
espuelas -cortó Lola a su enamorado mientras se alejaba de él.
-Tú también sabes picarme y algunas palabras tuyas y
hasta miradas me escuecen más que el alcohol de desinfectar.
En eso pegaron a la puerta, era Francisca con una cofia
blanca y una bandeja de plata en la que traía le boeuf froid aux carottes.
Francisca, que tenía la delicada hipocresía de una
sirvienta harta de ver enamorados rebuscándose los entresijos del enfado, dejó
con suavidad el carrito de las viandas y agachó la cabeza antes de que pagaran
con ella los platos rotos.
-Mira, Lázaro, una botella dentro de un cubito con hielo
-dijo con ingenuidad la Esperatriz.
Lázaro que tanto sabía de brújulas, camarotes,
felicidades y gastronomía se encaró con la camarera.
-¿Esto qué es? Yo he pedido jamón de York, ¿por qué me
trae cerdo agridulce?
“¡Ay que ver lo que tiene una que aguantar! -pensó
Francisca-, si es que yo estaba mucho mejor en la casa de Combray, allí sí que
valoraban lo que una se esfuerza en la cocina, no este cateto harto bellotas
que encima viene dando lecciones el hijo puta. Ai! Minha Mae. Minha Mae
Menininha. Ai! Minha Mae. Menininha do Gantois.”
-Lázaro, deja a la muchacha que a mí me da lo mismo.
-Bueno, pero es que no me gusta que se queden conmigo,
para eso pago lo que pago.
-¡Por Dios!, ¡qué ordinariez a estas alturas hablando de
dinero!, si al final va a resultar que eres un interesao.
-Con permiso de los señores, yo me voy a retirar y
perdone la confusión del cerdo, Monsieur -dijo Francisca con retintín.
En eso sonó una viola y el rozar de unos dedos sobre sus
cuerdas, era un aire solo y sonámbulo como un maleficio verde. Lázaro que aún
estaba con los huevos al descubierto se dio cuenta de su pudor y de que a Lola,
desnuda también, se le saltaban las lágrimas de hambre.
-Toma este vino en copa de preludio y no sueñes más
conmigo porque me tienes enfrente -dijo Lázaro que recuperó la cordura en
cuanto se olvidó de la soberbia.
-No me gusta que trates así a la gente.
-¿Cómo?
-Como si tú fueras un gigante y todo el mundo te tuviera
que oler los peos.
Se hizo un silencio profundo, la cavidad justa de las
verdades espantosas y Eros adormecido se llenó de lágrimas invisibles y en la
cocina Francisca limpiaba los cacharros que el estúpido de Lázaro le había
hecho ensuciar a las cuatro de la mañana y un camarero fumador se acercó a ella
y le dijo que así son los señoritos y ella se encogió de hombros y le dijo que
señoritos no eran, que se extrañaron de su cofia y de su delantal ribeteao con
tiras bordás. Bueno, dijo el camarero, qué más da, no te vayas afligir por las
palabras de un mamarracho.
Después de aquel silencio la Esperatriz se preguntó cómo
iba a poder amar a ese hombre y él, que en el fondo, muy en el fondo, intentaba
escucharla tosió y ensayó una frase de desagravio.
-Lola, cásate conmigo.
-No puedo, yo no tengo dineros pa comprarme un vestido
blanco. Además, no hace mucho fui a una boda y mira el tiznón que tengo en la
pierna.
-¿De qué?
-Del fuego que se originó en el convite de mi amiga
Glauce. Bueno, otros la llamaban Creusa.
-¿Y cómo fue la cosa?
-Pues como siempre, por una tontería, porque pusieron
cerdo en vez de ternera.
-Lola, déjalo ya, ¿es que vas a estás martirizándome toda
la noche por una chalaúra?
-No, toda la noche no, simplemente hasta que pidas
disculpas.
(Continuará)