domingo, 20 de enero de 2013

Capítulo VI : La Esperatriz - 4ª Toma


     Se acostó Lázaro boca arriba sobre las sábanas de Holanda con puntas hechas en Bruselas, compradas en un establecimiento de la Grande-Place un día que había feria de flores y no se veían los adoquines por los pétalos. Y Lola le masajeó los huevos con el calor de sus manos y él con sus dedos acostumbrados a llevar las riendas le tocó la raja y si hubiera sido vulgar o simplemente maleducado-rocker le hubiera dicho: “se te está haciendo el coño pepsicola”. En fin, agachó ella la cabeza y le lamió el capullo, y creo yo que más que por los lametazos fue por ese chip de su cerebro que se vio inundado de poesía cuando vio la inclinación que pueden tomar los acontecimientos cuando una mujer te ama que pronunció tiernamente:

            -Huele a sal -dijo Lázaro mientras comenzó a bufar y daba indicaciones de policía municipal a la Esperatriz atenta que seguía el ritmo de sus indicaciones municipales-. Parece que tuvieras en la boca el latido de un pajarillo -y volvió a bufar el muy cabrón mientras tenía una sonrisa estúpida-. Habla en silencio -suplicó Lázaro y a Lola se le dibujó una interrogación en la mente, entonces él le fue diciendo-. Di: Honolulu, Congo, Tommot, Portonovo, Oslo, Bogotol, Colombo, Moscú. ¡Hostia, hostia, Oklahoma!

            Y la Lola como si se hubiera pasado la vida en el Bois de Boulogne lanzó un escupitajo a la moqueta y se fue a la bola del mundo pa coger una botella de güisqui, después de las abluciones le dijo a Lázaro, el de los ojos entornados.

            -¿Y ahora qué?
            -Estoy muerto.
            -Po despierta, majarón, y dame de comer a mí.

            En eso que Lázaro le dio al botón de recepción y pidió un vino dorado con brillo de diamante y un platito con manzanas y jamón de las tierras de York.
            -¿Te gusta mi petición?
            -Yo no sabía que estuvieras tan viajao.
            -Ahora en el piscolabis te cuento mis odiseas.

            Miraron ambos por las ventanas y se figuraron el lugar del sol y es que tenían tantas ganas de luz, de un amanecer deslumbrante como un poema huidizo de Emilio Prados, que tuvieron una alucinación conjunta.

            -Lázaro, ¿no te parece que la belleza es infinita?
            -Sí -dijo Lázaro sin convicción como el que alberga una duda y trata con una mentirosa, pero se atrevía ahora o nunca-: Lola, ¿te gusta mi cicatriz? -Lola se quedó mirando con la dulzura que se le dedican a las estampas estropeadas y se fue hacia la mejilla de su héroe y besó aquel surco largo como un río forzado-. Me recuerdas a Brasil, a las verdes selvas del Amazonas y algunas veces pienso cuando me siento sobre una piedra a ver el mundo pasar que eres muy tuya y que tienes muy mala leche las tardes que cierras los grifos de la telepatía, que me tratas como un tonto, como si fuera un pobre mejicano harto frijoles y tú supieras más que nadie...




            -Y entonces es cuando quieres castigarme y clavarme las espuelas -cortó Lola a su enamorado mientras se alejaba de él.
            -Tú también sabes picarme y algunas palabras tuyas y hasta miradas me escuecen más que el alcohol de desinfectar.

            En eso pegaron a la puerta, era Francisca con una cofia blanca y una bandeja de plata en la que traía le boeuf froid aux carottes.
            Francisca, que tenía la delicada hipocresía de una sirvienta harta de ver enamorados rebuscándose los entresijos del enfado, dejó con suavidad el carrito de las viandas y agachó la cabeza antes de que pagaran con ella los platos rotos.

            -Mira, Lázaro, una botella dentro de un cubito con hielo -dijo con ingenuidad la Esperatriz.
            Lázaro que tanto sabía de brújulas, camarotes, felicidades y gastronomía se encaró con la camarera.
            -¿Esto qué es? Yo he pedido jamón de York, ¿por qué me trae cerdo agridulce?
            “¡Ay que ver lo que tiene una que aguantar! -pensó Francisca-, si es que yo estaba mucho mejor en la casa de Combray, allí sí que valoraban lo que una se esfuerza en la cocina, no este cateto harto bellotas que encima viene dando lecciones el hijo puta. Ai! Minha Mae. Minha Mae Menininha. Ai! Minha Mae. Menininha do Gantois.”
            -Lázaro, deja a la muchacha que a mí me da lo mismo.
            -Bueno, pero es que no me gusta que se queden conmigo, para eso pago lo que pago.
            -¡Por Dios!, ¡qué ordinariez a estas alturas hablando de dinero!, si al final va a resultar que eres un interesao.
            -Con permiso de los señores, yo me voy a retirar y perdone la confusión del cerdo, Monsieur -dijo Francisca con retintín.

            En eso sonó una viola y el rozar de unos dedos sobre sus cuerdas, era un aire solo y sonámbulo como un maleficio verde. Lázaro que aún estaba con los huevos al descubierto se dio cuenta de su pudor y de que a Lola, desnuda también, se le saltaban las lágrimas de hambre.

            -Toma este vino en copa de preludio y no sueñes más conmigo porque me tienes enfrente -dijo Lázaro que recuperó la cordura en cuanto se olvidó de la soberbia.
            -No me gusta que trates así a la gente.
            -¿Cómo?
            -Como si tú fueras un gigante y todo el mundo te tuviera que oler los peos.

            Se hizo un silencio profundo, la cavidad justa de las verdades espantosas y Eros adormecido se llenó de lágrimas invisibles y en la cocina Francisca limpiaba los cacharros que el estúpido de Lázaro le había hecho ensuciar a las cuatro de la mañana y un camarero fumador se acercó a ella y le dijo que así son los señoritos y ella se encogió de hombros y le dijo que señoritos no eran, que se extrañaron de su cofia y de su delantal ribeteao con tiras bordás. Bueno, dijo el camarero, qué más da, no te vayas afligir por las palabras de un mamarracho.

            Después de aquel silencio la Esperatriz se preguntó cómo iba a poder amar a ese hombre y él, que en el fondo, muy en el fondo, intentaba escucharla tosió y ensayó una frase de desagravio.
            -Lola, cásate conmigo.
            -No puedo, yo no tengo dineros pa comprarme un vestido blanco. Además, no hace mucho fui a una boda y mira el tiznón que tengo en la pierna.
            -¿De qué?
            -Del fuego que se originó en el convite de mi amiga Glauce. Bueno, otros la llamaban Creusa.
            -¿Y cómo fue la cosa?
            -Pues como siempre, por una tontería, porque pusieron cerdo en vez de ternera.
            -Lola, déjalo ya, ¿es que vas a estás martirizándome toda la noche por una chalaúra?
            -No, toda la noche no, simplemente hasta que pidas disculpas.

                                                           (Continuará)