Entraron dolores de
trompeta dorada y palabras inglesas en la mente de Lázaro que, quieto como un
pasmarote y la pulsación catastrófica de los acobardados, intentó sacar su voz
más grave.
-¿Por qué quieres que me humille? -dijo a lo Louis
Armstrong. Lola guardó silencio, ¿qué podía responderle? Se puso rumión el
mejicano y daba cabezazos meditativos y se acercó a ella que, sentada en un
sillón rojizo de moaré, lo miraba con los ojos entristecidos de la espera, pero
acostumbrados a la espera. Lanzó su mirada al aire y él se puso a hacer largos
de secano hasta que midió la habitación ciento ochentiséis veces- No tienes
prisa, ¿verdad? -preguntó él.
-Sí... -dijo ella con “convicción” y él la miró con
destellos de falsa gentileza.
Recordó Lola que los cuerpos no se bastan solos y que hay
que saber cuidarlos, por si acontece alguna tragedia una tiene que estar preparada y que no
se te llene el corazón de ritmos nefastos. Miró la bandeja lejana y la copa
cristalina, observó con detenimiento los panecillos chicos que suelen servir en
los sitios caros, -¿por qué los ricos comen tan poco pan?- Ella lo amaba, lo
mismo que se aman les feuilles mortes del otoño, las hojas húmedas
arrastradas despacio por el viento marino y que enseñan a bailar a los
enamorados con la cadencia del deseo, coño, el deseo, lo único que se puede
tocar aunque se te escape, el deseo que es como un hilo de agua que roza las
rodillas de las mujeres espectantes. Lola se imaginó en París, frente a la
Torre Eiffel, ¡anda que si por esa época hubiera en París mujeres sentadas en
las terrazas con las piernas abiertas tomando Ricard y fumando y hablando del
existencialismo! Pero Lola no estaba en París, que aunque ella navegaba por las
regiones del sueño hay que reconocer que es muy difícil salir del país donde
una se ha criao, y es que los cimientos de la tierra se suben hasta el cielo y
los andamiajes de la realidad son los que sirven para construir los palacios de
las ficciones. Seguía Lázaro anclado en su tristeza, tristeza empecinada
mientras Lola empezó a comer y con absoluto cinismo dijo:
-Eztá ezquizito ezte cerdo agridurce.
Y Lázaro con los ojos incendiados como si hubiera estado
buceando con ellos abiertos por miles de mares contaminados le contestó:
-Eres cruel.
-Y a ti te cuesta mucho bajarte los pantalones.
-Ayúdame, tú.
-Si después no me lo echas en cara, que hemos tenido
encuentros astrales en los que me has seriamente insultado por enseñarte algo,
y después te confundes y una vez que has cogío lo que necesitas te pones a
patalear y a escupirme la miseria de tu vanidad ofendida.
De nuevo quedó mudo Lázaro, mudo y estupefacto, igualito,
igualito que Narciso cuando se le rompió el espejo una mañana temprana que
pensaba perfumarse con profusión. Y en ese momento Lola se metió el tenedor en
la boca sin rozarlo con los labios, y es que sin quererlo era tan behaviorista,
y es que además la sirena de las horas pasaba deprisa para los que tienen prisa
y el sol de verdad salió acariciando el mar y los pescadores llegaban al puerto
con las redes llenas de alba. Los niños con posibles estaban con las piernas
ateridas de frío porque los llevaban a los colegios de pago vestidos con
pantalón corto y las niñas de pasta llevaban clavadas virgencitas en el pecho
por no haberse quitado las medallas antes de dormir y los niños pobres tenían
las manos llenas de sabañones, tal vez de sacar piedras para hacer la presa del
río, y las niñas pobres tenían las trenzas llenas de piojos. Hay que decir también
que los de la Metacasa se habían despertao ya y estaban como locos buscando a
la Esperatriz debajo de las mesas, dentro de los armarios y en los baúles
llenos de foeles.
-Ayúdame -dijo Lázaro con impaciencia mientras miraba el
reloj de bolsillo y empezaba a darle cuerda como un desesperao. Lola se hizo la
sorda-. ¡Qué hija puta eres!
-Pss! Con mi madre no te metas, que tú no sabes las
causas de sus silencios ni tampoco de sus palabras.
-Venga, que ya estoy como tú querías, arrodillao -dijo
Lázaro con voz de Louis Armstrong.
-A ti por una vez no te va a pasar ná, a mí por una vez
me dijeron que era ligera de corvas.
-Dime, ¿qué quieres qué haga?, que yo no veo la ofensión
por ninguna parte.
-Dale al botoncito rojo de recepción y que venga la
muchacha de hace unos cuantos párrafos -Lázaro tembloroso pulsó el timbre y con los
ojos desencajados preguntó cómo debía seguir la muestra-. Ahora acuérdate de
cuando eras un don nadie y te comías los mocos y tenías que trabajar agachao.
Antes toma un trago de vino y un trocito de boeuf aux carottes, verás que bueno
está, majarón.
Estaba Lázaro siguiendo las instrucciones mientras subía
las escaleras Francisca cantando el Tango de la Menegilda, en eso que le
quitó una pelusa a la alfombra púrpura y con el delantal le dio brillo a un
taquillón que había en el pasillo y poco a poco, mientras cantaba, se le fue
poniendo voz de borracha como si viniera desde Nueva Orleans y supiera más que
de sobra lo que es trabajar como una negra recogiendo algodón. Puso las flores
derechas de un jarrón de porcelana y antes de golpear la puerta de la suite con
el vaho de su voz que, poco a poco, era, a cada paso más libre, limpió la
manivela de entrada. Tocó. Y Lázaro, recubierto por un albornoz discreto, le
abrió y la invitó a entrar. Tartamudeó el hombre:
-Que mire usted, acabo de probar los filetes -Francisca
enarcó las cejas- y la verdad es que estoy alucinao, están buenísimos.
Francisca respiró hondo y le dio un par de mordiscos al
chewing gum, miró de reojo a la Esperatriz que estaba a su vez mirando una
reproducción de Ambika, Diosa del crecimiento, esposa de Shiva, y pensó que hay
que ver qué mierda de piedra gastá en representar a extraterrestres en vez de a
personas normales y corrientes, y hay que ver el gasto que hacen los hoteles en
bibelots en vez de pagar como deben a sus empleaos.
-Gracias por el cumplido -respondió Françoise-, se
acabaron las existencias de York y por eso he traído este manjar, espero que no
le haya molestado la sustitución.
-No, no, no. Al contrario, yo soy muy abierto, siempre me
ha gustado probar cosas nuevas -y la Esperatriz enarcó las cejas al escuchar
tal confesión-. Bueno, lo dicho -y la voz se le aclaró a Lázaro y la Esperatriz
se puso observativa y atenta a las nuevas entonaciones que estaba adquiriendo;
Françoise, por su parte afiló sus facultades auditivas-. No me gustaría
ofenderla al ofrecerle un obsequio, pero es que de alguna manera me gustaría
recompensarla.
-Sólo he cumplido con mi trabajo.
-Ya lo sé, pero yo no he sido correcto en el trato y me
gustaría regalarle esta moneda que lleva un nenúfar grabado y por detrás el
nido de una golondrina que huye.
-Gracias de nuevo. Gracias, es muy hermosa la guardaré
dentro del cajón de las cosas inútiles. Oh, qué beautiful dream por fin
cumplido, que la reconozcan a una como hacía el Señorito Marcel en sus ratos
perdidos. A las buenas noches.
-A las buenas noches -respondió el hombre anteriormente
llamado Lázaro.
(Continuará)