domingo, 26 de mayo de 2013

Capítulo VIII : La tabla del 2 - 2ª Toma




         -La sangre es la sangre y el flujo el flujo. Vamos a ver, ¿qué es lo que ha querío decir tu hermana?
            -¿Le vas a hacer caso a esa puta? -dijo el primo Andrés ofendido.
            -Esa no tiene compromiso, pero tú sí, conque explícate.
            -Decía Rousseau que los hombres nacen libres y somos buenos salvajes...
            -Cállate tú que contigo no va la cosa -dijo Tomasita y paró a Jimmy que intentaba esbozar una coartada matemática a su ínclito colega, que le acaba de confesar en la Sala de las Ondas el lagar chupativo donde iba a que le libaran los desasosiegos-. ¡Chis, venga!
            -Yo no tengo que darte explicaciones. Yo no, las mujeres no portan astas –dijo Andrés.
            -Mira, a mí háblame en cristiano que me estoy sublevando -dijo Tomasita con la cara encendida.
            -Mujer, los parlamentos de matrimonio mejor hacerlo en la alcoba -sugirió la tía Nati.
            -No, suegra, que allí se pone mú desdichao y dice que es un infeliz porque no puede coger la luna. A ver si nos vamos aclarando, que una cosa es que se compre un telescopio y otra mú distinta que nos quiera meter a tós dentro.
            -Yo estoy maravillá -dijo la Carmen con la vocalización de una idiota-, a mí me gustaría contestarle así a mi Jimmy y me quedo sin palabras ante su verborrea. Yo no sé Tomasita, pero tú eres una lumbrera.
            -El fuego que abre las intenciones y desencadena la lengua y los palos que da la vida, que yo lo creía bueno y de tan bueno, bobo, y fíjate con qué me encuentro.

            -Yo creo que la conversación se está desviando, que aquí de lo que se trataba era de montar un negocio, no de desmontarlo -dijo Jimmy con ese cinismo tan inconsciente que dejaba pasmao hasta al más prevenido-. Así que ustedes discutan sus cosas, tú sabes Andrés que cuentas con mi apoyo para lo que quieras, pa eso somos amigos, además de parientes. Nosotros -dijo Jimmy y señaló a la Carmen que le respondió con una sonrisa de emporrá- vamos a sopesar los pros y los contras en la Habitación del 2.

            -Que mi señora y yo hemos cuchicheao el tema y queremos expresar nuestro desacuerdo, si ustedes lo permiten -dijo Teodoro tímidamente mientras salía de la penumbra en la que él y Doña Fuensanta habían permanecido hasta ahora-. Mi señora está empoltroná y tiene sus dolores y su edad y no puede ahora echarse una carga.
            -Hombre, Teodoro, encima que está usté de gratis no venga con exigencias -contestó Jimmy que ya estaba al tanto del débito del dichoso alquiler de la Casilla del Reloj y que no estaba dispuesto a desperdiciar una oportunidad de chantaje.

            Con un gesto Jimmy indicó a Carmen de las tetas negras adónde debía dirigirse y Carmen, obediente como una corderilla, se levantó de la silla donde estaba retrepada y fue tras él. Entraron en la Habitación del 2 y allí comenzaron a hablar de Aritmética. Eran tan cultos...

            -Vamos a ver Carmen, ¿cuánto es uno y uno?
            Carmen decidida y risueña contestó sin pensárselo:
            -Dos.
            -Piénsalo bien. Venga, te voy a repetir la pregunta: ¿Cuánto es uno y uno?
            -Dos -dijo la Carmen después de respirar hondo y echarle un vistazo a la cama de matrimonio.
            -Me parece que no me estás entendiendo. No me vayas a sacar de quicio que sabes que me pongo mú nervioso. ¿Cuánto es uno y uno? -dijo Jimmy levantando la voz. La Carmen agachó la cabeza y dejó la vista clavada en las filigranas de la solería. Por un momento vio el mundo con el halo de la abstracción a cuestas y tras un empujoncillo que recibió en el hombro se le tambalearon todas las leyes de la lógica-. Venga, que no tenemos todo el tiempo del mundo pa gastarlo en tonterías. ¿Respondes o tengo que abrirte las entendederas?

            La Carmen que era tan decidida en público y a veces tan arrabalera se achicaba sobre su propio cuerpo en la intimidad del la Habitación del 2, y temblorosa como una niña chica y encogida como quien se encuentra bajo el espectro del síndrome de Estocolmo empezó a hablar como una tartamuda:

            -Jim-my  Jim-my Jim-my tú sabes que yo te quiero mucho.
            -Pues no se nota.
            -Jimmy no digas eso -dijo Carmen la de las tetas negras con tono suplicante-. Pero es que yo lo veo así -dijo la Carmen como si su adversativa fuera el colmo de la audacia.
            -¿Que tú ves qué?
            -Lo del uno y uno. Es que son dos -dijo la Carmen en el colmo del gimoteo y la desesperación producidos por los cabezazos que le estaban obligando a dar contra la pared de la racionalidad.

            Jimmy entonces empezó a pegar voces y como un histérico malabarista que utilizara sólo sus manos esbozó una coreografía amenazadora que le ahorraba dar golpes, con los gestos bastaban para que la Carmen se llenara de aprensiones. Fuera de la Habitación del 2 cada uno iba a lo suyo y como todos eran mú respetuosos nadie osó a meterse en la discusión de una pareja.

            -Uno y uno es uno –dijo Jimmy mientras se secaba el sudor de la frente y agachando el tono se puso cariñoso-: Mira, Carmen, en este mundo estamos tú y yo solos. Tú me tienes a mí y yo te tengo a ti, ya está, los otros son extraños. Tú y yo,  juntitos, nos vamos a hacer viejos y con el tiempo vamos a tener nuestra propia casa.
            -¿Una casa? -dijo la Carmen sin atreverse a desembarazarse de unos interrogantes como muletas.



"Sometida" de Miguel Clementson




            -Sí, una casa. Pero para ello tenemos que trabajar duro y poner todos de nuestra parte. A ti se te da mú bien lo de la cocina y tienes paciencia con la gente, así es que lo mejor es que pongamos un bar-comedor y así no te tengas que ir a la calle a servir a ningún señorito, que si aquí se desmanda alguien yo me saco la picha y la pongo en lo alto del mostrador. Cuando tengamos unos ahorritos nos vamos a mi pueblo, al pueblo de donde viene toa mi familia, allí nos construiremos un chalet pa que nos envidien mis paisanos. Vamos a hacer un chalet bien grande, como un castillo, pa que la niña se quede a vivir con nosotros y así tengamos nuestra vejez asegurá como ya te he dicho. Tú y yo, tú y yo, ¿capicci? -dijo mi Jimmy mientras posaba el dedo índice sobre la sien de Carmen, una Carmen cualquiera, y ella asintió con la cabeza mientras sus pies empezaron a sentir la ligera tarima que persigue a los seres sin raíces, comprendió entonces que en aquel momento había empezado a ser una mujer sola y como a todos los solitarios le entraron unas terribles ganas de poseer algo a lo que agarrarse aunque fuese un clavo ardiendo-: Creo que ahora ya estás preparada. Vamos a ver, ¿cuánto es uno y uno?
            -Tú y yo -respondió la Carmen con la sonrisa ingenua de los que hallan el lugar de las compañías aunque sean forzadas.

            -¡Coño, Carmen eres más tonta de lo que parecías! -y empezó a hacer aspavientos con los brazos y a dar vueltas por la habitación hasta que se halló frente al comodín de pronto, como si hubiera sido el mueble quien se hubiera acercado a él y no él al mueble, como si los seres inanimados tuvieran personalidad y le estuvieran buscando la boca y el mundo entero se hubiera puesto de acuerdo para fastidiarle el día, y entonces él no tuviera más remedio que defenderse y así, sin pensárselo, le endiñó un puñetazo y partió el cristal que resguardaba la superficie lisa, y no contento con ese estropicio, fue la palangana quien vino buscarle (porque al fin y al cabo los objetos inanimados solían urdir un complot silencioso contra el marinero) y le pegó un zambombazo y se astilló la maldita palangana rompepelotas, y cuando la escupidera fue a hacerle la zancadilla él le pegó una patá y la mandó a freír espárragos pa que no se metiera en las discusiones de los matrimonios. Mira qué callaítos estaban tós los de la Metacasa, que aprendan de ellos, ¿quién les manda a los muebles meter las narices donde no le llaman?- Vamos a ver, Carmen, y esta es la última vez que te lo pregunto: ¿Cuánto es uno y uno?

            -Jimmy, dímelo tú. Dímelo tú -suplicó la Carmen- que yo no lo sé.
            -Por lo menos reconoces tú ignorancia -dijo este Jimmy cualquiera, filosofillo de tres al cuarto, maestrillo liendre, que en el fondo era el único que sabía los dones del saber; el saber con mayúscula-. Vamos por buen camino -dijo Jimmy Sailor que en aquel momento descubrió el Tao, su Tao-. Uno y uno -dijo con voz de maestro tibetano- es: UNO.
            -¿Uno? -afirmó la Carmen, que en aquel momento y sin ella darse cuenta dio el primer paso por la senda de los enajenados.
            -Sí, UNO -y Jimmy siempre que decía UNO acentuaba la U como si la dijera con mayúsculas, como si ese abstracto número hasta ahora sin importancia fuera él mismo.
            -Vale, vale, vale -dijo la Carmen desencajada, que desde aquel instante empezó a devorar palabras y a tragárselas y por eso se le puso perfil de palomo embuchao.
            -Ven, que te voy a explicar por lo alto mi proyecto -dijo Jimmy Sailor con gentileza.

                                                                                  (Continuará)