En
el Jardín de la Umbra,
donde
se esconden los imprudentes
al
lado del estanque
con
peces naranjas
que
nadan en las aguas frías,
está
el Kiosco Azul.
Y
allí sobre el escenario,
cantaba
la mulata Rizo
que
otros llamaban Marlene.
Combatientes
del deseo
iban
vestidos de blanco
como
heladeros
y
muchachas de añil
que
aparentaban indiferencia
bebían
granizada.
Ellos
con chaquetas blancas de sal,
con
camisas blancas como la nata,
con
pantalones blancos de nieve,
con
zapatos blancos de coca,
con
corbatas de marfil
sostenían
sus vermuts
mientras
la mulata Rizo
que
otros llamaban Marlene
cantaba
con voz de caribe
boleros
ebrios de marihuana.
Allí
en la umbra,
donde
a nadie le faltaba el valor
para
el sexo,
ella,
la negra, con un vestido
color
champagne gime
con
voz herida.
Y
dicen que este jardín huele a puerto
y
la luna y su luar
ciñe
la figura de los amantes
que
bailan con brillo y contención.
Allí
recuerdan los cuerpos
un
pasado satisfecho
de
ilusiones y compañía.
Allí,
en el Jardín de la Umbra,
en
el Kiosco Azul,
mientras
cantaba la mulata Rizo
que
otros llaman Marlene,
conocí
a mi amor Violet
que
tiene piel de droga
y
ojos inmensos como rachas de fiereza
y
unas piernas apretadas
dispuestas
a abrirse como tijeras.
Las
palmeras entonces dañaban el cielo
mientras
la orquesta daba sus sones exquisitos
y
bailábamos mi amante y yo
en
la más absoluta oscuridad
por
fin abandonadas por los dioses
y
por todos los templos
de
todas las religiones.
Allí
fluíamos turquesas
por
una pista de sombra.
Y
su cuello era largo
y
sus orejas llevaban breve zarcillo
y
susurraba mi nombre
y
sonreía
mientras
la mulata Rizo,
flexible
como una pantera,
se
contoneaba como una puta.
Sí,
estábamos cercadas de burdeles
y
los bancos del Jardín
estaban
llenos de enamorados
retorcidos
y voraces.
Nadie
quería consuelo
ni
resignación,
simplemente
buscaban otro cuerpo
en
el terral de la Umbra.
Allí
melancólico y envuelto en dolor
entró
mi marido con un cuchillo de hielo.
Terrible
puñal y sangría en sus ojos,
venía
a separarme de mi amante generosa.
Dijo,
entre otras insolencias,
que
yo no había fregado los platos
ni
lo esperaba sentada en el sofá
ni
sabía en que gastaba mi sueldo.
Le
contesté, en medio del revuelo,
que
compraba caricias de hombres vestido de horchata
y
amor eterno de una equilibrista igual que yo.
Entonces
gritó Marlene
que
otros llamaban la mulata Rizo
y
los músicos enfundaron sus instrumentos,
entonces
cesó la fuente
y el cantar de sirenas,
entonces
hubo silencio
y
yo miré a sus bucles rubios
y
escupí en el suelo jurando
por
mi libertad:
¿Por
qué este loco y su apariencia
quiere
romper este jardín de placer?
Burdos
sus movimientos
fueron
a mi corazón,
mis
manos arrancaron del liguero
una
pistola de agua
y
le llené los ojos de verdades pequeñas.
¡Oh!
la mulata Rizo
convirtió su voz en un
refugio
y
las estrellas enfocaron
el
Jardín
en
el que todas, deslumbradas,
cantaron
al unísono:
“Pídeme que esté alegre.”
Y
carcajadas sonoras
llenaron
los arbustos.
Nadie
tuvo miedo,
de
nuevo los músicos y sus melodías
acompañaron
a la Marlene
y
en la Umbra nada se movió,
buscadores
del amor
volvieron
a sus veladores.
Después
de todo,
la
noche no había hecho
nada
más que empezar.
Nota: Doy dos citas de dos escritoras admirables:
“Pídeme que esté alegre” Carmen Martín Gaite
“Las cosas pequeñas impresionan a las mentes pequeñas” Vita Sackville-West