-Créetelo, créetelo
-asintió mi padre mientras mi abuelo con una amplia sonrisa decía para sus
adentros: “Este es mi hijo, sí señor.” Vicente mientras tanto parecía que le
picaran las pulgas y se empezó a rascar el culo, es increíble lo que es capaz
de hacer el público cuando le corroe la incredulidad.
-Cuenta,
cuenta. ¿Qué pasó? -dijo Andrés sofocado.
-De pronto desapareció el agua en la que estuve a pique
de ahogarme si no hubiera sío porque yo soy un experto nadador. Entonces me di
cuenta de que estaba de pie sobre su lengua y su lengua era como la ladera de
una montaña rosa. Me senté y me dejé ir, bajé por el túnel de su garganta con
la rapidez del rayo y en la boca del estómago me paré en seco. Allí me puse de
pie y eché un vistazo a mi alrededor, frente a mí había un hombre parecido a mí
mismo y lo saludé con educación. Él me respondió igualmente. Le pregunté quién
era y qué hacía allí, pero él no contestó, tan solo repitió mis palabras al
mismo tiempo que yo lo hacía. Entonces descubrí que estaba frente a un espejo.
¡Cómo iba a imaginar yo que había espejos en el interior de una ballena! Me
arreglé el pelo, me estiré la ropa, estaba chorreando, pera esa sensación duró
poco tiempo, de pronto me vino una fuente de calor limpio que provenía de los
pulmones del bicho y me sequé al instante. ¿Cómo supo Rafaela en la situación en
que me encontraba? Supongo que fue por las gotitas de agua que le cayeron sobre
las “pupilas” gustativas. No sé, el caso es que me encontré como nuevo, pero
eso sí, mú arrugao. Miré al frente y vi tres puertas: una grande como la de la
cochera de los bomberos, otra pequeñísima como una gatera y la tercera de las
hechuras de un hombre. Supuse que la primera sería para los alimentos que iban
a iniciar la digestión, la segunda para los líquidos y la tercera, como no
sabía para qué servía, decidí atravesarla. La abrí y me encontré en un corredor
del color de nuestras encías. Andé despacio, además las paredes se movían y me
abrazaban de repente como si estuvieran vivas. Al final del pasillo había una
puerta redonda más chica que la anterior, la abrí y me vino un olor todavía más
fuerte a margaritas mezclado con sal y respiré hondo, tan hondo que perdí el
conocimiento. Cuando me desperté estaba en un cuarto lleno de flores que
parecían bailar, había rosas color vino blanco, geranios, ramas de azahar,
claveles de terciopelo y mariposas nocturnas y además, nueve muchachas vestidas
con túnicas blancas que estaban haciendo camafeos con las alas de las Morphos.
-¿Qué son las Morphos? -preguntó el primo Andrés.
-Una mariposa que se utiliza en joyería.
-¿Me vas tú a decir que la gente se hace anillos con alas
de mariposa? ¡Hombre!, eso es mentira -exclamó Vicente.
-¡Qué va a ser mentira! -dijo mi padre indignado.
-Joselito, reconoce que ahí te has pasao tres pueblos.
-Que no papá, que no. Que te juro por mi niña que te
estoy diciendo la verdad.
-No jures por nadie, Joselito, que es pecado.
-Eso, por lo menos, no jures -dijo Vicente con la
seguridad aplastante del que se acabara de aprender el catecismo y se volvió a
echar coñac al tiempo que se liaba un cigarrillo y esbozaba una sonrisa
desmitificadora.
-Dejad que hable el muchacho, dejad que se explique, qué
más nos da si se hacen zarcillos con alas de mariposa o con tuercas de hierros,
lo mismo se ha confundío, después del porrazo que se pegó al caer al agua es
natural que perdiera un poco la cabeza. Venga, sigue, Joselito -le animó
Teodoro resignado a ser ya un hombre de una sola copa.
- Gracias, Don Teodoro –dijo mi padre con extrema
cortesía-. Lo cierto es que una de las nueve muchachas... ¡qué bonita que era!,
me acordaré toda la vida de su nombre.
-¿Cómo se llamaba? -preguntó Andrés.
-Talía. Se llamaba Talía, llevaba una guirnalda de yedra
en la cabeza y tenía una sonrisa preciosa.
-Se podía haber puesto una diadema de alas de mariposa
-dijo Vicente con guasa.
Mi padre lo miró con desencanto, concibiendo para sus
adentros que trataba con un pobre hombre que no sabía ver la verdad y la
esencia real de las cosas que nos rodean. Pero si mi padre tenía algo bueno es
que no era soberbio ni tampoco inseguro, lo que le permitía darle la razón a
mucha gente como si estuviera loca.
-Pues mira, hombre, lo mismo era una diadema de alas de
mariposa y yo no me di cuenta.
-No, si se ve que de vista andamos regular -insistió
Vicente que estaba crecido.
-Pero de memoria va de fábula que es lo que aquí nos
interesa. La me-mo-ria, que a muchos se nos olvida dónde nos echaron el primer
agua -dijo mi abuelo con voz vengativa y es que su orgullo paterno no podía ver
humillada la persona de su hijo-. ¿Qué te dijo la muchacha?
-Talía me dijo que aquello era el vestíbulo del Reino de
la ballena Rafaela y que me pondrían una medalla con mi nombre –mi padre estaba
obsesionado con eso de las medallas, soñaba con ellas, las veía doradas sobre
la infinidad negra de la noche como si fuesen huevos fritos dispuestos para
mojarle un cuscurrito de pan-, una
medalla para darme la bienvenida y que ahora debería ser valiente y abrir la
próxima puerta.
-¡Otra puerta?
-Sí, Andrés, otra puerta, pero ésta era de oro y en cada
una de las hojas estaba tallado el perfil de Rafaela y su fuente de gotas. Las
dos ballenas dibujadas eran enteramente azules, también estaban hechas de alas
de Morphos. Le di un beso a la muchacha y...
-¿Besaste a la Srta. Talía ? -preguntó Teodoro, que era un hombre
correcto y enteramente fiel a su esposa Fuensanta.
-Fue un beso casto, aquí en la mejilla, como hermanos.
Abrí la puerta y di un paso al frente, bajo mis pies había un abismo y caí al
vacío, pero era un caer sin caer, como si me corriera. Ante mis ojos apareció
un gato sabio y unos cachorros de perros juguetones, también un caballito de
mar y el nido de una corneja cenicienta, había lagartos y tórtolas, serpientes
de ojos verdes y un muñeco de madera, había un pez cofre y una docena de
salmonetes anaranjados, un piano de cola y lienzos sin enmarcar que
representaban paisajes terrestres. También había jureles, muchos jureles.
En mi casa eran muy importantes los jureles. Importantísimos |
A lo
lejos vi a unos hombres que parecían borrachos y me dirigí a ellos como
buenamente pude porque daba zancadas inmensas y no avanzaba ni un palmo.
“Buenas tardes”, les dije y ellos me respondieron el saludo con naturalidad.
“¿Qué hacen ustedes?”, les pregunté y ellos me dijeron que podían hacerme la
misma pregunta a mí, yo les respondí que estaban en su derecho, así que les
expliqué cómo había llegado hasta allí y se echaron a reír. “Ahora les toca a
ustedes contarme su historia”. Me dijeron que estaban construyendo una
catedral...
-¡Una catedral dentro de una ballena! -exclamó el primo
Andrés y Vicente como prueba de su incredulidad se tiró un peo. Mi padre harto
y ofendido por esa falta de respeto pero acostumbrado a tratar con almas necias
decidió pasarlo por alto y continuar su narración de la realidad. Porque mi
padre cada vez que se subía a la parra de la fantasía decía que hablaba de la
realidad y nada más que de la realidad que él había visto con sus propios ojos
y los oyentes, tarde o temprano, caían embaucados en las redes del misterio de
sus palabras y en el riesgo certero de sus aventuras extravagantes a las que él
les daba la garantía de la más absoluta verdad-. Sí, señor, una catedral. Me
dijeron que eran cientos y cientos los que vivían en el interior de la ballena
Rafaela y que en una asamblea democrática habían decidido hacerle un templo a
quien les había salvado de perecer ahogados.
-¿Iban a adorar a una ballena? ¡Eso es una herejía -dijo
Vicente irritado como un integrista y se puso en pie y hasta hizo ademán de
irse cuando mi padre le contestó.
-Ya sé que es una herejía. Yo me puse muy serio y les
dije que no estaba bien lo que iban a hacer.
-Claro que no, hombre. Claro que no -asintió Vicente.
-Me dijeron que ellos estaban muy agradecidos a Rafaela y
que allí dentro eran más felices que en cualquier otra parte del mundo, además
uno de ellos que era chiquitillo y jorobao me dijo que la inaugurarían con un
concierto de Handel.
-¿Quién es Handel? -se apresuró a preguntar mi primo
Andrés.
-Un tío que se batió en duelo con Mattheson.
-¿Ese quien es, un boxeador? -dijo Vicente que era un
gran aficionao al boxeo y le extrañó no conocer a ninguno de los púgiles de los
que hablaba mi padre.
-No, es músico.
-¿Un músico? -dijo Vicente.
-Sí, un músico, ¿pasa algo?, ¿no he dicho que iban a dar
un concierto?
-Nada, nada, yo no sabía que los músicos se pelearan a
puñetazos.
-¿Quién te ha dicho a ti que se pelearan a puñetazos?
-Tú.
-No, yo no. Yo he dicho que se batió en duelo. A ver si
oímos bien.
-Entonces, ¿cómo se pelearon? -preguntó Vicente agachando
la cabeza.
-Con espadas.
-¡Ah!, como el Cid.
-Más o menos.
-Ya, ya. ¿Y quién ganó?
-Handel.
-¿Le hincó el arma en el hígado?
-No.
-¿Por qué? -preguntó Vicente con excitación.
-Bueno, pero que más nos da si lo mató o no, ¿no
estábamos con lo de la ballena? -sentenció mi abuelo que veía a su hijo cada
vez más hundido en una mentira sin vuelta atrás. Pero mi padre que le gustaba
llegar hasta las últimas consecuencias satisfizo la curiosidad de Vicente.
-No murió nadie, a Mattheson se le rompió la espada al
chocar con un botón dorado de la capa de Handel y éste le perdonó la vida
porque en el fondo eran amigos -a mi padre le faltó decir como yo te la estoy
perdonando a ti, pero se contuvo, su mirada gallarda lo expresaba todo.
-¿Y conoces más espadachines?
-Algunos -dijo mi padre dándose importancia.
-¿Y boxeadores?
-Claro, claro que conozco boxeadores
-A mí me gusta mucho el boxeo.
-Aquí el vecino ha participao en combates -dijo el
abuelo.
-Síi -respondió mi padre con sorna.
-Sí, cuando estuve en África -dijo Vicente con rancio
orgullo.
-Es que Don Vicente es de los Regulares que trajo el
Caudillo -dijo Teodoro que admiraba la capa blanca que tenía el vecino guardada
en un armario rodeada de bolitas del alcanfor.
Cuando mi padre oyó aquellas palabras se le puso la
lengua seca y un hormiguear en las piernas que le hacía danzar como Casus Clay,
porque se me ha olvidado decir que mi padre fue mano derecha del boxeador
parlanchín, teórico de pasos sobre el cuadrilátero y mentor del hombre de
Kentucky, poco importa que el hombre del que les hablo no existiera aún como
profesional. Mi padre, ya saben, trataba con todo el mundo incluso antes de
haber nacido. Pues bien, mi ilustre progenitor exclamó de pronto:
-¡Franco, Franco, Franco! ¡El hijo de la gran puta!
Y sin pensárselo dos veces le endiñó un puñetazo a
Vicente entre ceja y ceja.
-¡Pero, hombre, Joselito!, ¿qué te ha entrao? -dijo mi
abuelo mientras el bueno de Teodoro que era el más sobrio de todos fue a
separar a los contrayentes. Vicente que le pilló desprevenido la repentina
acción de mi padre cayó tumbado en la lona del ridículo, porque si no qué le
hizo al primo Andrés lanzar una carcajada estruendosa. Una vez repuesto se
irguió como un jabato y miró a Jimmy a los ojos como si quisiera taladrarlo con
la mirada.
Intentó mi padre, ofuscado como estaba, endiñarle un
botellazo en la cabeza a Vicente, pero éste que de verdad conocía las reglas de
la defensa esquivó el golpe y fue él quien le marcó un swing con la izquierda.
Dio un traspiés el marinero como si estuviera borracho y se paseara en una
barquilla endeble, Vicente estaba en guardia, Teodoro aprovechó el impasse para
quitarle la botella a mi padre, echarse un poquito de coñac y darle un trago de
superpluma, Andrés risueño como un ángel de sangre, ira y duelo sonreía
mientras la baba se le caía por la barbilla, mi abuelo se hacía aire con un
periódico y dejó de refrescarse cuando vio al endeble de su hijo cual un
Charlot de pacotilla tirar la toalla en el primer asalto.
-Venga,
no te desmorones ahora; si no no haber empezao.
Mi padre, animado por la breve soflama de su padre y
mostrando la destreza del dicho Casus Clay, le metió en la quijada del confiado
Vicente un cross con la derecha que lo dejó aturdido, sirviéndose bajamente del
estado de su adversario y sin respetar la cuenta comenzada por Teodoro que
quería darle un orden al combate, se fue para él y le metió el deo en el ojo
malo. Mi padre era así, le gustaba dar donde escocía. Vicente pegó un grito
inflamado de congoja y orgullo. Mi abuelo con la alegría de los fanáticos
triunfadores dijo:
-¡Ole
tus huevos y el padre que te hizo!
Don Teodoro, consciente de sus posibilidades, dio un
trago de welter y ya, confiado, otro de semipesado. Mi primo Andrés con el
estropajo de fregar los platos refrescó la cara de Jimmy.
Vicente
quedó totalmente humillado, dando
cabezás de tristeza, tapándose el ojo
con una mano cuando mi padre, de pronto, se acercó a él y le dio un abrazo que
dejó a todos sorprendidos.
-¿Pero
qué haces primo si podías haberle rematao?
Mi padre, apuesto como un capitán de navío con su trenca
azul de cielos nocturnos, derecho como Cary Grant, porque mi padre se parecía a
Cary Grant un montón, dijo estas palabras llenas de la dignidad de un sabio:
-No, primo. Yo no remato a nadie, hasta en las batallas
hay un orden y una diplomacia. No he vuelto a España para armar gresca, que hay
que pensar en el futuro de nuestros chiquillos. Anda, Vicente, dame la mano –y
Vicente obedeció como si fuese un corderillo asombrado del gesto de cariño y es
que, a veces, las buenas emociones sorprenden más que los malos actos.
-¡Qué hijo tengo!
-Sí, papá. Es que ha llegao la hora de dejar las guerras,
todas la guerras. Yo creo que lo mejor es que disolvamos la reunión, tengo
trabajo. Me gustaría hacer un cocío pescao con unos jurelitos-. Hay jureles que
bien manejados brillan más que la misma virtud –dijo mi padre imitando al
avispado Rochefaucould.
El primo Andrés, deslumbrado ante la presencia de un
nuevo héroe en la calle, un héroe tan novedoso y pacífico, le dijo a Jimmy que
por qué no le acompañaba a la
Habitación de las Ondas. Mi padre le preguntó que qué era eso
y el primo le dijo que el lugar donde tenía sus artilugios de radioaficionao,
que allí podrían hablar de sus cosas y que además le iba a enseñar una
colección de soldaditos de plomos y un fusil napoleónico.
-¡Napoleón! -dijo mi padre- ¡Por Dios, si ese es mi
compadre!
-¿Sí, primo?
-Claro, si bautizó a mi niña y después pagó el convite en
un parque mú grande donde había una fuente redonda como una paella arroz.
-Venga, vamos. No, por ahí, no, que están las mujeres con
sus tonterías -dijo mi primo.
-¡Qué hijo tengo! -dijo mi abuelo Ramiro, resoplando como
una ballena vieja con un arpón clavado.
Y mi abuelo se fue, sin darse cuenta de que al salir me
pillaba los deos con la puerta. Pero no pasa ná, a los niños es mú normal que
de vez en cuando le pillen los deos. La Esperatriz al verme llorar me dio besitos en la
mano y mandó a mi primo Billy a comprar dos reales de hielo para aliviarme el
dolor. Mi primo vino corriendo y de nuevo la Esperatriz me acunó y
me decía, ajó, ajó, ajó, es decir, a joderse y a aguantarse. Y así, con ese
refuerzo positivo, estuvimos un buen rato mientras escuchábamos charlar a las
mujeres en el patio y los ronquidos de Teodoro, el pobre, que se quedó en un
rincón bebe que te bebe, saciando los deseos fermentados de los ansiosos,
mientras no paraba de darle vueltas y vueltas a la cabeza sin saber cómo iba a
pagar el alquiler. Y a mí me entró un sueño londinense, transparente como una
neblina blanca, donde todo empezó a tomar inconsistencia, a lo lejos mi padre
decía:
-Y por esa radio tuya ¿podría yo dar la receta de cómo se
hace un cocío pescao?
Y el primo Ángel, le contestó.
-Hombre, si a ti eso te hace ilusión y no le hace mal a
nadie.
-¿Qué mal va a hacer? Si esa es una comida que se prepara
cuando está uno regularcillo del estómago -y mi padre, que tenía mucha
perspectiva de las cosas inauguró el primer programa culinario de la provincia
de Málaga, porque se le ocurrió que ya había muchos peritos en guerras y
locos-kamikazes, que lo mejor era quitar el hambre. Primero comer-. Comer o no
comer, esa es la cuestión, después ya hablaríamos –dijo Jimmy Sailor.
(Fin del capítulo IV) (Continuará)
El cocío pescao o el en
blanco, que viene a ser lo mismo se prepara así:
En
una olla se pone agua buena y se le echa (todo en crudo) un tomatito, un
pimientito, una cebollita. Se deja que cueza. Se añade un chorreón de aceite de
oliva -a algunos les gusta el de Canillas de Aceituno- y unos poquitos jureles.
Se le da un hervor, ya se sabe el pescao tarda poco en hacerse. Le estrujamos
un limoncito, lo rectificamos de sal y ya está.
A
esto se le puede añadir una papita o arroz o unas sopas de pan de Majallana
(Más allá nada). Si le añades una mayonesa deja de ser un cocío pescao, es
decir, se produce “la alteración del ser y la esencia” y se convierte en un
Gazpachuelo. Si le echas pescados caros y un chorreón de vino, de nuevo se
altera su constitución atómica y pasa a llamarse Sopa Viña AB.
En
mi casa, que desde siempre hemos sido deconstructivistas, por un lado nos
tomábamos el caldo y, por otro, guardábamos el tomatito, la cebolla, el
pimiento y el jurel desmigao para hacer el Mojete, es decir, la Pringá del mar.
¿Han
visto ustedes lo que dan de sí los
jureles?
Si
no hay jureles y se pasa de la mayonesa, se estrella un huevo en la cacerola,
un poquito pan, el caldito aliñado con el limón que no falte y ya tenemos un
Gazpachuelo Estrellao.