domingo, 4 de agosto de 2013

Capítulo IX - Locura : 2ª Toma



Mi padre, al ver el tinte que estaban tomando los acontecimientos decidió ir en nuestra búsqueda y a mí me dio dos cachetes en el culo y a mi madre la quiso meter a empellones en la Metacasa, pero mi madre no se dejaba, que empezó a sacar la lengua y a decirle: “Monárquico de mierda, marinero de poca monta, pinche ladrón, guarro, que te crees mú listo porque tienes una gorra de capitán”.

Yo seguía dando saltos y más saltos intentando seguir el ritmo de esas voces profundas y liberadoras como el canto de los tontos o mejor, el ritmo de los verdiales. Y es que la voz de mi madre era profunda, le salía del estómago, era profunda y ataviada de libertad: “Majarón, que eres un majarón, que siempre me la quieres meter doblá”, le decía a mi padre que vio con espanto cómo se abrían las puertas de los vecinos y todos se quedaban mirando el espectáculo.

 La calle brillaba como si fuera une rue de Paris, temps de pluie. Sí, ¿no recuerdan ustedes ese cuadro de Gustave Caillebotte donde refleja el centro del quartier de l´Europe y que tanto gustó a Émile Zola, ese escritor que describe tan bien los puestos de los mercados? ¡Ah, los mercados con sus puestos imponentes, verduleras que hacen extrañas signaturas a los melones y sandías. Pescaderas con las tripas de los jureles en la mano. Carniceros de mandiles sanguinolentos! ¡Ah, los mercados abstractos y oscuros igual que negros estanques como aquel que inventó Schuman, no el ingenioso músico de delirios exacerbados sino el otro que quiso reagruparnos a todos como un Carlos V de las finanzas! ¡Ah, mi madre perdida en el laberinto del mercado de la Atarazanas como el que se pierde en el obtuso laberinto de Cuevas de Almanzora! ¡Ah, los laberintos de setos de Versalles! ¡Ah, Versalles y su bosque! ¡Ay, el bosque, el Bois de Boulogne con sus barcas, los pinos de Torremolinos, los pinos de camino a Mazagón! ¡Ay, las piñas y los piñones en el crujir de una hoguera por la noche cuando las salinas deslumbran la oscuridad! ¡Ay, la oscuridad, la penumbra y el vino y la borrachera! ¡Ay, en eso que está llegando Mari Polvo y cuando se encuentra el plan se pone a reír como una posesa!


Pandero y sombrero de los verdiales.


            -¿Qué pasa? -pregunta con tono del que despierta de una soñarrera, y es que venía pensando en sus cosas y dándole vueltas a su bolso de escay, ella también estaba metida en una reiteración.
            -¿Qué va a pasar? Que me he partío la pierna -contestó mi padre ante la expectación de los vecinos que se reagruparon indiferentes a la lluvia; y es que la gente es mú cotilla.
            -Tú no me interesas, ya sé que a ti siempre te pasa algo. Cuéntame de éstas, dime, que están desencajás como si las hubiera pintao Picasso.
            -No nombres a Picasso, que es un hijo de puta y un mal nacío que no reconoce a su tierra y ná más sabe hacer garabatos como si fueran churros -mi padre es que cuando se le rompía algo se ponía de muy mal humor. ¡Ah!, y de nuevo salieron los sempiternos churros.
            -Di, ¿qué les pasa?
            -¿No lo ves? que se le ha ío la cabeza a la Carmen.
            -Pero, ¿por qué?
            -No sé.
            -Uy, uy, uy, tú si lo sabes.
            -Él sí lo sabe, él si lo sabe, él si lo sabe, él si lo sabe -me puse a gritar como endemoniada.
            -Niña, cállate, que eres una mosca cojonera -dijo mi padre y me dio un coscorrón.
            -Venga, díme qué le pasa a la Carmen.
            -Ná, que dice que yo no he respetao su luto.
            -Y yo bien que he cumplío en el entierro de tu padre -gritó mi madre como una repentista, al fin y al cabo a la narradora se le ha olvidado decir que se le ha muerto un personaje. ¡Vaya narradora de mierda!
            -Ahí lleva razón -dijo Mari Polvo que se había pasao todo el duelo aguantándose la risa y es que a mi abuelo Ramiro le pusieron un puñao de flores al pie de la caja y dos gladiolos rojos apuntándole a los huevos. Que tiene mérito aguantarse la risa cuando estás toda la noche velando a un desconocío que a ti ni fú ni fa y encima es un ridículo fantoche que no ha hecho ná por nadie por mucho que lo quieran mejorar con el maquillaje de la Parca y el respeto que se le debe a los desaparecíos.

            Y Mari Polvo se echó a reír cuando se acordó del viejo Ramiro Sánchez, pobrecito él, pescador que presenció el incendio del Palacio de la Aduana, el derrocamiento de la estatua del Marqués de Larios allá por 1931 y que fue sustituida por un obrero desnudo, el incendio de la calle Larios en 1936... Pescador de musarañas, zurcidor de redes ocres, recogedor de botas viejas, de chanquetillos diminutos y que un día, dicen, se folló a una sirena.

            -No te rías de mis muertos -dijo mi padre que se estaba volviendo algo quisquilloso.
            -Me río de los míos, ¿por qué no me voy a reír de los tuyos? -respondió Mari Polvo.
            -¡Ay, por Dios! -se persignó la Engracia que era una vecina mú floja que tenía los brazos mú pegaos al cuerpo como si fuera una marioneta.
            -Ni por Dios ni por la puta la Virgen -contestó Mari Polvo que aquel año había visto las procesiones desde el palco de autoridades, que la invitó un querío suyo de mucho rango y se dio cuenta con otro par de maricones amigos suyos que eran invitaos también, ya sabéis los ricos se juntan con tó el mundo, de que los santos son estatuas sin cuerpos.
            -A estas tías lo que les hace falta es un pollazo -dijo Vicente el falangistín que tó lo arreglaba con la misma medicina.
            -Tú, Vim Laven, métete en tus cosas. Díme de qué presumes y te diré de qué careces -contestó Mari Polvo que estaba a la última y además sabía poner los refranes como si fueran banderillas.

            Mi madre seguía tragando agua y empezó a cantar un lalaito muy suave, siempre sospeché que Carmen la de las tetas negras iba contra corriente y encerraba mucho, y que el día que dejara abierta la compuerta de las confesiones íbamos a recibir una versión muy distinta de los asuntos que habían conformado nuestras vidas:

            -Que eres candil de calle, oscuridad de casa -le dijo a mi padre- y un embustero de tres al cuarto, que nunca hemos estao en Singapur, cabrón, que me haces ser cómplice de tus mentiras salvajes, mentira sobre mentira pa ná. ¡Trolero, que eres un trolero!
            -¿Torero, yo? -dijo mi padre que por lo visto estaba mal del oído y nunca había escuchado a nadie aunque yo no me había dao cuenta hasta entonces.
            -¿Nos has engañao a todos? -dijo Vicente exaltado como un alférez pelotilla.

            Mi padre se puso colorao como un tomate cuando vio estrecharse el círculo de los vecinos como la soga de una víctima en un linchamiento.

            -Mi mujer está loca, está loca, no le hagáis caso. Mirad, mirad a la niña -y me cogió a mí de malas maneras-. ¿No veis que tiene cara de china?
            -Po sí que lo has arreglao -dijo Mari Polvo y de nuevo se echó a reír.
            -No te rías más -ordenó mi padre que resultaba ser un poco dictador, la verdad es que aquel día no ganábamos para sustos, no teníamos bastante con la declaración de locura de mi madre que ahora, encima, venían las manifestaciones de tiranía de mi padre que siempre había sido tan comedido, ¿o no?
            -¡Qué coño te pasa a ti con la risa, cara de hiena? ¿Qué, eh? ¿Que si no eres tú quien te ríes no te hace gracia la cosa, verdad? ¡Anda ya, desaborío, que tienes más mala follá que Bergson -dijo Mari Polvo, que no era tan ignorante como parecía-. Y tú, Carmen, ven acá pacá, que te voy a arreglar el cuerpo. Señores, adiós mú buenas, cada uno a su casa y Dios a la de tó. Tú, mentiroso, hazte cargo de la niña y trátala como carne de tu carne aunque tenga cara de vietnamita. Venga, pa dentro.




                                                                                              (Continuará)