domingo, 18 de agosto de 2013

Capítulo IX - Locura : 4ª Toma



          -Ahora te voy a enseñar a dormir -le dijo muy suavito-. Venga, échate -y mi madre le hizo caso y se acurrucó sobre sí misma y agarró fuerte la manta temiendo que se la quitaran-. No seas tonta, nadie te va a hacer daño y ya no tienes frío, ¿verdad que no?, además yo voy a dormir contigo, conque déjame sitio -mi madre le sonrió como una imbécil-. Cierra los ojos y no pienses en nada.
            -¿Eso cómo se hace?
            -Igual que cuando te abres de piernas. Lo mejor es abrirse y si ves que te van a hacer daño ábrete más y más y más, con la cabeza pasa lo mismo, tienes que abrirte. Ábrete más. ¡Coño, te he dicho que te abras! -dijo Mari Polvo, y es que a veces a los sin-luces hay que darles un par de voces para que espabilen-. Y no te encojas cuando alguien te grite, que nadie te vea asustá y sobre todas las cosas no sufras. Tú no sufras.
            -No puedo dejar de pensar en mi niña, en mi Inesita.
            -Tú no tienes ninguna niña con ese nombre.
            -Sí, sí que tengo.
            -Bueno, pues olvídala aunque sea por un momento. Verás como después te alegras, la noche que sepas olvidarla a ella y a todos los que te rodean podrás encontrarte a ti misma en las regiones del sueño.
            -¿Cómo se olvida?
            -Ábrete, no tengas miedo del color negro.
            -¿No?
            -No, negras son tus tetas y fíjate qué hermosas son.
            -Algunas veces...
            -¿Qué?
            -Algunas veces me parece que me voy a tirar por el balcón sin darme cuenta.
            -No tengas miedo del miedo ni de la profundidad de la tierra ni de las ventanas subterráneas ni de los lugares comunes por donde hay que andar con paso firme si queremos que nos respeten.
            -¡Qué cosas más grandes dices siendo una simple puta!
            -Tú también puedes decir cosas grandes con palabras pequeñas, nunca nos harán una estatua como a Séneca o Maimónides, pero ¿qué más da?
            -Eso no se sabe Mari, que los destinos del barro son inescrutables y el barro es mú barato, conque cualquier día una loca como yo nos representa.
            -Ahí llevas razón, lo mismo hasta lo han hecho ya y no nos hemos enterao.
            -¿Has visto que hablo mejón?
            -Si ná más te hacía falta que te dieran confianza. Venga, ¿no tienes sueño?
            -Sí, pero antes dame un buchito de agua.

            Y Mari Polvo le dio un vaso cristalino con agua de la Al-jaima, fuente lejana y sabrosa en medio del campo donde el viento mecía a los árboles con rumores de olas pequeñas.

            -¿Te has hecho amiga del vacío?
            -Me estoy dando cuenta de que el vacío es como la concha de un mejillón.
            -Y como el cielo en la sierra de los olivares.
            -Y como los ojos de la Esperatriz.
            -¿Te has hecho amiga ya del vacío?
            -Sí -dijo madre bostezando y se fue, se fue, se fue a las regiones del sueño.

            A la mañana siguiente Mari Polvo preparó un tazón de café con leche y lo llenó de sopas, cuando se cruzó con Jimmy Sailor en el pasillo le dijo con mucho desdén:
            -Buenos días, marinero. Voy a coger unos calcetines limpios pa tu mujer.
            Y Jimmy le preguntó:
            -¿Te ha dao las llaves de la cómoda?

            Y es que mi Jimmy, que por lo visto tenía muchos prejuicios, no sabía lo que era el respeto de la intimidad de cada uno de los personajes y era mú desconfíao y sus dedos le parecían huéspedes, sus dedos sólo, porque de mí se olvidó, que aquella noche la pasé yo con Currito-Tirachina que estaba lleno de churretes y me enseñó su boquerón victoriano. Bueno, pues Currito-Tirachina fue el que me dijo que la ventana de la Bichambre la habían abierto y me fui corriendo corriendo a ver qué pasaba.

            Pasaba poca cosa, mi madre estaba desayunando envuelta en un mantón de manila donde había bordados libros antiguos de los que no conocíamos los títulos, y plumas de colores y tinteros como iris y Mari Polvo entre risas le decía: “El hombre es de donde nace, la mujer de donde va, ese refrán me lo ha dicho un cliente mío llamado Macero, conque déjate de llorar por tu tierra y por tu madre que ya no eres una niña chica”.

            Yo estaba asomada a la puerta y Carmen la de las tetas negras al verme abrió los brazos y gritó:
            -¡Ay, mi Inesita! -a mi se me iluminó la cara, entonces ¿resulta que su Inesita era yo?
            -¿Ésta no se llama Irene? –preguntó Mari Polvo.
            - ¿Irene? Si solo fuera Irene. Se llama Irene Federica María Inés de Singapur y Grecia.
            -¿Tó eso pa una niña? ¿No es un traje mú grande pa tan poco cuerpo?
            -Pa que tú veas. Ese es el nombre que le puso el padre que siempre ha tenío delirios de grandeza. A mí me gusta Inés, Inesita, ná más,  Inés que es más sencillo. ¡Ay, mi niña! ¿Qué le quedará que pasar? -dijo mi madre y desde ese día en el que se dio cuenta de que yo sencillamente existía me llevaba a todas partes o a casi todas. Es que no hay nada como dormir bien, la gente cambia mucho cuando no tiene pesadillas.




                                                                       (Fin del Capítulo IX. Continuará)