-Jimmy, vamos pa fuera.
Rodeados de tumbas y envueltos en un silencio negro se
pusieron a charlar.
-¿Qué quieres, Rafael?
-Esta noche hay una reunión en un cafetín del barrio.
-¿Qué tiene eso que ver conmigo?
-Hombre, supongo que tú serás de los que luchan por la
causa.
-¿Qué es la causa? -preguntó mi padre.
-La causa, la causa... -musitó Rafael sin saber qué
contestar, hasta entonces no se le había planteado definir una palabra tan
abstracta.
-Sí, la causa. No entiendo lo que quieres decirme.
-Mira, es muy fácil. Nosotros vamos a un bar de uno que
es de los nuestros y nos bebemos un vino mientras charlamos de política. Yo soy
de los que creen que hay que derrocar a Franco y que vuelva la república, que
en España tengamos un sistema como el francés.
-¿Qué es sistema? -volvió a preguntar Jimmy.
-El sistema es como la causa pero ya hecho cuerpo. Vaya,
como el Espíritu Santo y Jesucristo, ¿comprendes?
-La verdad es que no te explicas muy bien -dijo mi padre
y dejó un hueco para el silencio-. Ahora yo te voy a decir algo: ¿Sabes por qué
me apodo Jimmy?
-No, tú me lo dirás.
-Muy fácil, te lo voy a contar -se abrió de piernas como
si estuviera encima de una barca de mentira y tuviera que guardar el equilibrio
sobre un barroco oleaje-. Hace años me embarqué en un navío inglés llamado Butterfly...
-¿El qué?
-Butterfly -repitió mi padre con su acento sajón-.
Una noche hubo una tormenta y se cayó un marinero al agua, fui yo el único que
se dio cuenta y sin perder un minuto avisé a mi capitán.
-Bien hecho.
-Eso dijeron todos. Cuando llegamos a tierra me dieron un
diploma con una medalla dibujá en nombre de la reina, como a ellos eso de
Joselito no les sonaba mucho me pusieron Jimmy y Jimmy me quedé para los
restos. Yo estoy orgulloso de mi nombre y tengo guardao el diploma como si
fuera una reliquia. Tú sabes que yo quiero que mi chiquilla sea alguien,
acuérdate de eso. Mira, a mí este país me parece muy bonito y muy respetable,
pero le encuentro un defecto, eso de no tener reyes lo hace más chico. A mí lo
de la revolución no me gusta porque nunca la hacen hombres elegantes y después
pretenden que todos seamos iguales, eso es imposible.
-Jimmy, lo que tú estás diciendo es una locura.
-No, lo que es una locura es lo tuyo. ¿Te imaginas lo que
ganaría Francia si conservara su monarquía?, ¿cuántos diplomas podría dar y
cuántos premios importantes?
-La República también da sus condecoraciones.
-Pero no es lo mismo. Donde se ponga una ceremonia con
sus nobles y sus títulos...
-Estamos en el siglo XX.
-Da igual, ¿no irás a comparar a cuatro chupatintas con
una buena aristocracia?
-¡Tú eres un desclasao!
-No, yo quiero para mi país una monarquía con sus trajes
de lujo y sus ceremonias de príncipes. Eso es una cosa que se toca y se ve, no
como “la causa”, “el sistema” o “la república”. Ya te he hablao de mi
chiquilla, pues bien Rafael, si mi niña se encumbra, yo quiero que un rey la
distinga y le ponga en la pechera la Orden de Isabel la Católica o la de
Fernando o la de Juana la loca, qué más me da, pero que sea de la mano de un
noble, que, quieras tú o no quieras, tienen la sangre azul y son como caballos
de carreras. Después, con el tiempo, a mi Irenita le darán el título de
marquesa y se lo podrá heredar a sus hijos y así será como nosotros, yo y mi
Carmen, seremos reconocidos igual que le pasó a Colón, igualito.
-No tienes vergüenza, un obrero hablando así, parece
mentira. Me entran ganas de saltarte los ojos.
-Cuidaíto con lo que dices, que yo he expresao lo que
siento y en ningún momento he echao mano a la violencia. Eso es lo que me
molesta de los revolucionarios, siempre pensando en sus barricadas.
-Si eres más repelente que un capitalista, mucho más
peligroso.
-¿Peligroso por qué?, porque pienso en mi familia. Además
te digo una cosa: Franco se va a morir en la cama y después lo enterrarán en
una caja con forma de lata de jamón york.
-Eso ya lo veremos. La revolución ya ha empezao en Cádiz
a base de chirigotas donde se ríen de los collares de Doña Carmen Polo.
-A base de chirigotas no se conquista ná. Los grupos no
unen a los hombres, lo que cuenta es una persona y otra y otra. ¿Tú crees que
los genios se juntan como borregos? El progreso lo han traío hombres solos con
su voluntad de héroes.
-Mal nacío, que eres un mal nacío y un hijo de la gran
puta. Sonso, que eres un sonso.
-Esas son palabras mayores. Zonso tú -dijo mi padre y le
arreó un puñetazo en toda la nariz.
Que no, que no son chanquetes, que son Sonsos. |
Rafael, ni corto ni perezoso, cogió un adoquín y le dio
de refilón a Jimmy en la frente. Mi padre intentó defenderse y echó a correr
para esconderse detrás de la estatua de algún marqués, pero Rafael que era gran
conocedor de aquella pequeña ciudad de muertos cortó trocha y se le puso
enfrente:
-Eres un majarón y un interesao, ná más piensas en tu
provecho. Me da lástima de tu mujer y de tu chiquilla y de tó el que se arrime
a tu lao.
-No sé yo por qué.
-¿No te das cuenta de que no estás solo en el mundo?
Mi padre se quedó traspuesto, apoyado sobre la lápida de
Molière y con voz muy teatral mientras se secaba la sangre del arañazo y le ofrecía un cigarro a su amigo Rafa le
dijo:
-Yo soy así, paisano, y no puedo cambiar. Además no me
parece ná malo querer uno lo mejor pa su descendencia.
-¿Para tu descendencia o para tu provecho? -le contestó
Rafael que se había ido a apoyar en la tumba de Jean de La Fontaine y tenía
abierto el caño de las moralejas infinitas.
-¿Estos dos tíos fueron escritores?
-Sí, y sufrieron muchas penalidades. ¿Tú quieres que a tu
niña la destierren o la metan en la cárcel o se muera de miedo en lo alto de un
escenario contando alguna fábula imposible?
-En tó los trabajos se padece. ¿Sería más feliz si se
metiera a puta o cosiera pa la calle o se casara con un republicano?
-Mira que eres buscabocas.
-Es verdad, boquerón -dijo mi padre y se echaron a reír y
a lanzar carcajadas y hacer como que se pegaban, pero esta vez sin pegarse y al
escuchar el jaleo salieron las mujeres y, como la sangre es mú escandalosa,
cuando vieron la brecha que Jimmy estratégicamente escondía, chillaron como
ratas, por lo menos eso dijeron ellos que, aunque de diferentes bandos, en
muchas cosas estaban de acuerdo.
-¡Qué haces, Joselito? -preguntó mi madre.
-¡Pero es que os habéis vuelto locos? -dijo la Nicasia.
Ellos hicieron el papel de que estaban enfrascados en una
pelea descomunal como si se tratase de dos gatos monteses elegantes y sabios. Y
las mujeres que no sabían distinguir las coreografías ciertas de las falsas
acabaron llorisqueando, y mi madre se metió en medio para separarlos porque era
una lástima que después de tantos años de amistad ahora se enojaran por una
tontería. Y a uno de ellos, sin querer, se le escapó un sopapo y a Carmen la de
las tetas negras le rechinó toa la dentadura, entonces se echaron a reír y descubrieron la patraña y mi madre,
que se sintió ridícula, dijo que ya estaba harta de Jimmy y de sus chistes y de
tanto viaje, que ni cena ni ná de ná, que se ponía a hacer la maleta y cogía el
primer tren pa España. Mi padre dijo que él no se iba sin ir al Partenón a ver
a Víctor Hugo. Y mi madre le respondió que estaba hasta el coño de Francia, del
dichoso panthéon y de ese Víctor Higo de los cojones. Como ustedes habrán
observado mi madre, aunque hablara en estilo indirecto, podía ser ridícula,
pero nunca preciosa. (Fin del II Capítulo. Continuará)
De madrugada, la Nicasia, en el equipaje,
metió la simiente de un libro que se escribiría años más tarde, en 1967. Se
trataba de Reinas sin corona de Anny
Latour, y lo hizo porque ella sabía lo que eran las luces y las preciosas
ridículas y quería que algún día su amiga conociera el poder de los salones
literarios.