domingo, 1 de enero de 2012

Reconocimiento


(Sentida epístola de Don Francisco de Quevedo y Villegas a Don Luis de Góngora y Argote cuando se halló en los desiertos de Dios y con cuatro gotas en el tintero.)

Me llamo Francisco de Quevedo
y estoy solo,
lleno de horas secretas y sin rescate,
perdidos los amigos de juerga Lope y Osuna.
Me llamo Francisco de Quevedo
y no encuentro a Amarilis ni a Lisi
ni a Flora.
Me llamo Francisco de Quevedo
y soy nadie.

No me conformo.
No me deleité con lo que tuve
y ahora me duelo de la humanidad que se retira.
Al final Séneca no me consuela.
Y es que sin palabras y sin tintas,
dígame usted, ¿esto es muerte?
Esto es la olla del licenciado Cabra.
La creación nos metió en un camino tan duro.
Fíjese en mí,
la vista perdida,
conocido por los lentes
después de tanto verso.

Aquí estoy,
en el umbral
donde me dejó Caronte.
Que yo, como siempre, he llegado el último
y ahora me espabilarán a novatadas.

Usted que es una forasteridad con experiencia
bien podría abrirme camino,
que no tenemos público.

Venga, venga a mi rescate.
Seguro que usted se conoce todos estos círculos
y ya habrá entablado amistad con italianos.
Acérquese, bobo, que olvidaré su nariz antipática.
Microcósmato, saque la baraja,
juguemos con el color de los naipes.
Venga, vayamos a los toros,
que ya llegó la hora,
la hora de las paces.
¿Sabe?, le traigo noticias:
celebran,
dorados sobre Córdoba,
sus laureles paganos.






Este poema ha aparecido en estas tres antologías