domingo, 10 de marzo de 2013

Capítulo VII : La temprana edad - 1ª Toma




         Decía la Esperatriz que a los impacientes como Jimmy Sailor que vengan con exigencias hay que decirles: ¿Qué quieres, caldo? Toma, tres tazas. Y que si algún capitán anda con frases de protocolo como esa de que las damas y los niños primero,  no tiene una que ponerse a llevarle la contraria, que le coja la palabra. Así que Jimmy siguió congelado en la escalera mientras los infantes y las infantas conquistaban el primer plano:

No sé por qué me han venido ahora a la cabeza esos consejos de vieja medio chiflada. No sé, no sé, lo cierto es que se me saltan las lágrimas cuando pienso en ella y en su envolvente figura de vapor. Y es que la Esperatriz no era un ser con volumen de realidad, quiero decir que no era como las piedras o los adoquines que, sembrados ante la puerta de la Metacasa, acogían los juegos de la chiquillería. Sí, tenían aquellos adoquines el brillo del betún y las gotas de la lluvia les daban un aire majestuoso, parecían hielo negro, oscuro aceite de sol. Un vapor barroco como el de la Esperatriz y, sin embargo, lleno de claridad cubría la calle, era la humedad del tiempo que pasa como un desvanecimiento o un vahído, casi sin darnos cuenta, apretujados como estamos en la música de las horas pautadas por los adultos. Yo me escapé de los brazos de mi tía Lola y fui a ver qué hacían los niños: Estaban inventando el fuego.

            Billy tenía una caja de cerillas cabezonas que Currito-Tirachina se había traído de su casa. Marco, el hermano de Billy, mi otro primo, estrujaba papeles de periódicos llenos de noticias en blanco y negro. Y Sole, que tenía ojos de besugo y un par de agujas de punto, hacía un jersey para su muñeca de rodillas inflexibles. Billy se quemaba la punta de los dedos, pero eso no le hacía cejar en su empeño. Currito-Tirachina que poseía una sonrisa deleitosa le preguntó quién era ese moco con faldas. Billy le contestó que me llamaba Irene y había venío del extranjero como la Coca-cola. “¡Ah!”, dijo Currito que tenía el pelo lacio como un japonés y los labios ni mú chicos ni mú grandes y las manos llenas de arañazos de jugar con los gatos de su tía Manuela. Fue entonces cuando Sole sacó una carraca de madera que le había hecho Teodoro y se puso a darle vueltas como una posesa y Marco, que quería ser árbitro de fútbol para vestirse de negro como las personas grandes dio pitidos con su silbato metálico que un día Vicente le trajo de una feria. Los dos empezaron a competir como locos mientras que a Sole se le transformaba la mirada y dejó de tener los ojos de pez muerto para llenársele la vista de un hermoso verde agua. Y es que Sole era como la Belladurmiente, como la Cenicienta, y es que Sole era una princesa rubia de piel finísima y manos delicadas. Era tan hermosa... Sobre todo cuando no estaba tejiendo y entre sus dedos no danzaban las agujas de la muerte de lana.


La carraca de Sole

               -¿Tú sabes hacer punto? -me preguntó.
            -No -le dije y me miró con desconfianza, pero entonces del bolsillo de mi vestido a cuadros saqué el crujir de una rana metálica y ella, que por lo visto, estaba dotada para los instrumentos, quedó maravillada ante aquel invento que croaba tan artificialmente.
               -A ver que lo vea -dijo Marco mientras se quitaba el pito de la boca.

            Salió un rayo de sol en plena tarde y aquel rejón de luz dividió la ciudad con el penetrante olor y el fructífero halo de una flûte de champagne. No sé por qué reímos todos como si fuéramos zíngaros y mi primo Billy, que no cesaba de hacer esfuerzos lanzó un grito de castrati cuando, por fin, elaboró una llama y la cara se le iluminó de chulería y la respiración se le hizo agitada como la de un agónico entrando, de nuevo, en las regiones de la vida. Hicimos palmas todos igual que el público disciplinado que a principios de año escucha la marcha del Radetzky ese. Currito-Tirachina salió corriendo y se metió por un agujero de la tapia del solar de enfrente y vino deprisa, deprisa con un par de cartones y un par de palos. Traía en su cuerpo el ritmo de la Sinfonía de los Juguetes. ¿Haydn o Mozart? No sé, no sé.

            -Vamos a hacer una hoguera como los indios -dijo.
            Y sin darnos cuenta entramos en nuestra primera crisis, la crisis de las sugerencias.
            -No, vamos a hacer un potaje de garbanzos -dijo Sole.
            -Eso es una tontería -contestó Billy.
            Marco, que era ser dado al equilibrio, buscó una solución intermedia:
            -Los indios seguro que tienen que comer tó los días.
            -Voy por un barreño -dijo Currito y, otra vez, salió corriendo.
            Vino con un baño de zinc y la cara roja como un exaltado.
            -Yo voy a ir a por los garbanzos -dijo Sole pero no se movió, y es que era lenta o más bien parsimoniosa. Billy que ya la conocía, además de saber las profundas carencias que poseían en casa de nuestra vecina de la izquierda, actuó como un general:

            -Marco, ve a la casa y tráete la lata de los garbanzos que está en la alacena de la cocina.
            Marco, presto, dio zancadas de intendente.
            -Hay que echarle agua -dijo Sole acostumbrada como estaba a jugar con la cacerolita de latón que su padre, empleado de la ferretería Temboury, le había traído sin que el encargado calvo y bigotudo se diera cuenta.
            -Y tocino -dijo Currito-Tirachina.
            -No tenemos tocino -dijo Billy que no estaba dispuesto a darle a su tropa tantos caprichos en una época en que eran tan escasos los abastecimientos.
            -He traío lentejas, no hay garbanzos.
            -Entonces hay que espulgarlas -dijo Sole que tanto y tanto sabía de cuestiones culinarias.
            -Cuidao que se apaga el fuego -dijo Marco y todos a una empezamos a soplar.
            -Tonta, no soples pa dentro -me dijo mi primo Billy y me dio un coscorrón.
            -Oye, ¿por qué no echamos tu prima a la cazuela? -dijo Currito-Tirachina que desde que me vio me echó el ojo encima.
            Mi primo Billy se quedó mirándome y Sole salió en mi defensa:
            -Hay que desnudarla y hacerla trozos.
            Menos mal que Marco tocó el silbato y pidió tiempo muerto:
            -Es una niña chica, no nos la podemos comer -dijo Marco que no quería dejar fuera de juego a nadie.
            -Es verdad, nos haría daño y por la noche nos dolería la barriga -dijo Sole que de nuevo cogió las agujas pacíficas de la lana.
            -A mí me da igual... Los brazos los tiene tiernos -dijo Currito-Tirachina mientras me daba una tarascá para catar el género. Yo pegué un grito espantoso y me eché a llorar.
            -¡Pss, cállate que nos van a escuchar los mayores! -dijo mi primo Billy-. No te vamos a hacer ná.

            Ante aquella seguridad firmada con mi silencio dejé de dar berracás y me contenté con un par de pucheros. También intenté sorberme los mocos, pero respiraba pa fuera en vez de pa dentro y me salieron dos velas que chorrearon por encima de mi boca temblorosa.

            -No te asustes, era una broma -dijo Sole con toda su belleza a cuestas y que tanto la defendía de los linchamientos cotidianos, por lo menos eso pensé con mi minúscula cabeza agitada de pajarita de las nieves.

            Yo también quería sentirme defendida, así que eché a correr y fui en busca de mi muñeco Derri que con sus manos lacias y su risa sardónica me daría confianza en mí misma. Cuando entré en la Metacasa la hallé toda oscura, sólo emergía una fuente de luz del Salón de las Peleas, una fuente de luz aliñada de gritos dispares, se podía decir que arrufaban en vez de hablar. Cogí a Derri que estaba tendido en el suelo debajo de una silla y salí corriendo, de pronto me dio miedo la inmensidad donde habitábamos y pensé que era un reino con leyes particulares, indescifrables para las visitas.

            -¡Qué muñeco más feo! -dijo Sole y detuvo su labor, yo abracé a Derri y le acaricié su pelo amarillo.
            -No es feo -le dije con la certeza del que posee un tesoro y se mueve en un país de ciegos.
            -Parece un espantapájaros -dijo Billy que estaba acostumbrado a ir con su padre, el tío Andrés, a coger hinojos y tagarninas y caracoles y espárragos a la sierra, y alfalfa y rábanos y habas y todo lo que se encontraban por las veredas y caminos que no tuviera placa de coto.
            -Es verdad -secundó Marco y lo miró atentamente como si mi muñeco fuese un ser de una raza diferente a la de todos los muñecos.
            -Quítale el pantalón a ver si tiene picha -sugirió Currito Tirachina, al que desde chico se le veía venir la vena de voyeur y aprovechaba cualquier circunstancia para disfrutar de su vicio.
            -Eso, eso, vamos a dejarlo en cueros -dijo Sole y avispada como un ave rapaz me lo quitó de las manos. Me quedé perpleja.
            -Venga, vamos a hacerle un gazpacho -y ni corto ni perezoso Currito le abrió la portañica al pobre de Derri y empezó a echarle hierbajos.
            -Mira cómo llora la tonta -dijo Sole-, si es una broma.
                                                          
                                                           (Continuará)




Nota: En el Vocabulario popular malagueño de Juan Cepas aparece la siguiente definición de
Gazpacho: Famosísimo plato regional cuya receta varía según el lugar. Travesura infantil que se usa como castigo y que consiste en abrirle, al que la sufre, la bragueta y rellenársela de paja o hierbas.