domingo, 24 de marzo de 2013

Capítulo VII : La temprana edad - 3ª Toma




            -¿Tú eres mi hermano Paquito? -le pregunté.
            -Sí -me contestó.
            -¿A qué has venido?
            -Vengo porque me ha mandado la Esperatriz. Ella me ha dicho que te diga que no creas a los que quieran hacerte culpable de mi muerte, también me ha dicho que cuando estés cansada tienes que dejar hablar a tus creaciones y verás como ponen las cosas en su sitio sin que nadie se lo ordene.
            -No te comprendo.
            -Es muy fácil, por la boca muere el pez y los hombres vanidosos.
            -Siendo tan chico, ¿por qué sabes tanto?
            -Yo no sé nada, ya te he dicho que me ha mandado la Esperatriz y me ha prestado sus palabras.
            -¿Por qué no me lo ha dicho ella?
            -Porque tú la Esperatriz que conoces es de niebla y yo conozco a la Esperatriz joven que está rodeada de ángeles.
            -¿Para qué me va a servir lo que me has dicho?
            -Para sentirte inocente -dijo Paquito y se fue con viento fresco. Después sonó un pum, pum como si alguien llamara a la puerta.

            -¿Quién es?
            -Soy tu abuela Angustias.
            -¿Qué quieres?, yo no he matao a Paquito -dije rápidamente en mi defensa.
            -Ya lo sé.
            -¿Seguro?
            -Sí.
            -Entonces, ¿qué quieres?
            -Vengo porque me ha mandao la Esperatriz.
            -¿A ti también?
            -Sí. Y me ha dicho que te diga que cuando te hagas grande no olvides mirar las cosas desde lejos.
            -¿Cuánto de lejos? -como ustedes ven siempre he sido muy práctica.
            -La distancia exacta de los años que hayas tardado en vencer el pánico a la muerte.
            -Yo no me quiero morir.
            -Hay cosas peores que la muerte.
            -Pero yo no me quiero morir.
            -No te preocupes, no vas a morirte todavía.
            -Entonces pa qué dices tonterías.
            -Tienes que estar preparada para cuando se vayan los otros.
            -Yo no quiero que se vaya nadie.
            -Es ley de vida. Cuando se vayan...
            -Que te he dicho que no quiero que se vaya nadie. Me tapo las orejas.
            -Escúchame, no seas terca, cuando se vaya alguien que aprecies mucho abre los brazos y las piernas como si fueran las aspas de un molino de viento y deja que te corra la sangre por todo el cuerpo, no te empecines en encogerte como ahora, eso sólo lo hacen las niñas chicas.
            -Yo no quiero aprender más, vete.
            -Bueno, me voy. Pero toma este caramelo de café con leche -cogí el caramelo, me lo metí en la boca y me puse a llorar automáticamente, aquello era un veneno, seguro, porque si no qué me hizo llegar a tan lamentable y patético estado-. Cuando acabes de chupar el caramelo no sueltes ni una lágrima más, no te vayas a convertir en una viciosa de las tragedias, ¿lo has comprendido?
            -No.
            -No importa.
            -¿Por qué no me hablabas así cuando estabas viva?
            -Ya te he dicho que éstas no son mis palabras, que he pasao mi voz por el colador de la Esperatriz.
            -¿Y ese qué colador es?
            -El de la Belleza.

            Me eché a temblar, sentía el escalofrío que recorre a los cuerpos antes de la guerra y la ligera llama de la niñez bailó frágilmente, estaba dando un estirón, sin darme cuenta me había quedado dormida dentro del armario y ahora tenía la esbeltez de una niña de tres años y medio. A lo lejos escuché un eco lejano, como si un hombre y una mujer estereotipados, con sus voces, me intentaran enseñar qué es la vida. Tenía ganas de llorar, pero se me había gastao el caramelo, se me hizo un nudo en la garganta y mi voz estaba anclada en un mar de torpezas, si al menos hubiera una Ballena grande en la que poder cobijarme.


Foto realizada por Elsa García


Escuché un silbido y una lluvia de plumas blancas cayó sobre mi cabeza, había un revoloteo de alas extraño y el aire se llenó de brillantes sensaciones. Tuve sed y alguien adivinó que tenía sed porque me dieron un vaso de agua, estaba helada y bebí con fruición. De nuevo, alguien venía a visitarme.

                                                                       (Continuará)