En los Baños del Carmen no
nos dejaron entrar porque eran privados y para gente con posibles y nosotras no
sé por qué teníamos un aire algo vulgar, según el portero éramos unas farotas.
Así que nos fuimos a la Araña, frente a la inmensa y avasalladora presencia de
la fábrica de cementos. La playa estaba llena de piedras incómodas donde no
podían relajarse nuestros frágiles cuerpos de sirenas invadidos por
cangrejillos cojoneros. En fin, que nos tuvimos que correr otra vez y fuimos a
parar a la Cala del Moral donde el mar parecía hecho a nuestra medida. ¡Qué
alegría! El mar según la tía Nati era algo así como el antiguo cine Pascualini,
un sitio que por mucho que te empeñes nunca te lo puedes llevar contigo ni tú
puedes pertenecerle. Eso decía mi tía la Chochotriste que era planta de secano
y no se acercaba ni a la orilla. En cambio Tomasita, que se compró un bañador
discreto acorde con su viudedad, fue llegar y meterse en el agua, ahora eso sí,
no se mojaba la cabeza, que también se compró un gorro de plástico fucsia como
si fuese una Esther William del pataleo, porque ella por mucho que se empeñara
en poses y en posturitas no sabía dar brazada al agua. Bueno, ni ella ni
ninguna de nosotras. Mi madre, tan exagerada como siempre, se dio una zampullá
y cuando por fin emergió, tenía la cara descompuesta del tiempo que había estao
aguantando la respiración. Mari Polvo, un poco más cosmopolita, nadaba como una
perra y fue ella la que suavemente me introdujo en el arte de las aletas.
-Venga, que no te dé susto el mar. Mira, mira, mira, ¡qué
bonito! ¡Uy, que te coje, que te coje la ola!
Mi madre, mientras tanto, con su espíritu de suicida no
paraba de tragar agua. Menos mal que a Tomasita se le ocurrió que fuéramos al
chiringuito y se hicieron amigas del dueño que les preparó una jarra de tinto
de verano con mucho hielo picao. Nos la llevamos pa la sombrilla y allí nos
comimos la tortilla de papas con mucha naturalidad y contento. No estábamos
molestando a nadie, nosotras íbamos a lo nuestro, pero no sé por qué las tías
que había al lao empezaron a decir que hay que ver, que lo malo que tiene la
playa es que dejan entrar a cualquiera, tal vez hablaban así porque les
molestaba nuestro tono de voz. Al principio nos hicimos las tontas. La Cuca pa
conformarnos dijo que eran unos piojos revivíos, ya ves, ná más porque acababan
de estrenar chalets.
Nosostras, siguiendo el consejo de la Cuca nos hicimos
las autistas y continuamos con el almuerzo, pa un día que podíamos comer en la
calle porque mi padre y los niños se habían ido de excursión uniformada con no
sé qué organización derechista, ahora no nos íbamos a amargar. Pero las
señoritingas dijeron que hay que ver lo mal que está el servicio, que hoy en
día no dan golpe las muchachas, que a una que trabajaba pa ella y que venía de
no sé qué pueblo le tenía que pagar hasta el autobús, que ya se lo podía
costear de su sueldo, que a esa gente no le puedes dar ni pizca de confianza,
que le das la mano y se coge el pie. Mi madre, que tenía una empatia
superlativa y lo arreglaba tó sacándose las tetas, se fue pa ellas y les echó
arena en los ojos. No se pueden imaginar lo que se armó allí. Tomasita intentó
congraciarse con las enemigas y utilizar su rango de tristeza para conmoverlas,
pero nada, las tías eran inflexibles y enjoyadas. Mari Polvo le pegó una hostia
a mi madre y le dijo que si es que estaba chalá. Mi madre le contestó que ella
de tonta no tenía un pelo pero que ya estaba harta de humillaciones. Mari Polvo
para esperanzarla le respondió que tuviera paciencia, que llegaría el día en
que las socialistas tomaran el poder y dejaríamos de ser cenicientas. Mi madre,
que algunas veces tenía unas ráfagas de lucidez que alucinaba hasta al más
templado, le dijo que no se engañara, que seguro que en cuanto las trataran con
protocolo se compraban pañuelos de Loewe y se olvidaban de nosotras.
-No digas tonterías, Carmen.
-Ya verás, ya verás. Si yo sé lo que me digo. Yo lo sé,
ya ves que sí lo sé -dijo mi madre cuya Omnisciencia nos salpicaba a todos con
la frenética certeza de la enajenación.
Entonces se quedó mirándome como poseída por la
entruchada consideración de un desideratum inmenso y después se le fueron los
ojos hacia la espuma de la sal y más tarde, segundos sólo, a la contemplación
extasiada de una almeja agonizante en la arena, denominada en latín: picha de
mar. Y no sé por qué derivación etimológica llegó al convencimiento de que yo
tenía el chichi de pichiglás, que celebraríamos mi cumpleaños el 14 de abril y
que me haría múltiples capas, como la de Matahari, como la de la hija puta de
Eva al desnudo, como la de caperucita, y que mi función en esta vida sería
salvar a los pececillos chiquitillos y de poco valor, que debía estudiar, ser
una mujer de provecho y defender el boliche.
No sé por qué me eché a llorar y me cagué en la Virgen
del Copo.
-¿Tú sabes lo que estás diciendo, Carmen? ¿Vas a
hipotecar el futuro de tu chiquilla en aguas territoriales? -dijo la Cuca que
tenía un corazón que no le cabía en el pecho.
-Yo no, que ha salío de ella misma esa misión, que el
otro día la escuché hablando de una Ballena donde cabían todas las ninfas y los
restos de diosas y que todas habían dejado sus altares falocéntricos (¡Por
Dios!, yo no sé de dónde mi madre sacaba esos palabros, ni que fuera
deconstructivista, se ve que la locura como el amor da el don de lenguas porque
en el Casares no la pudo aprender, que ahí faltan muchos vocablos) para seguir
las voces de Federica Montseny, Victoria Kent y Dolores Ibárruri.
Carmen la de las tetas negras era así, lo liaba todo y es
que la pobre por mucho que se empeñara no sabía echar palangres. Al menos la
buena mujer reconocía sus fuentes aunque le robaba la pureza. Porque para mí y
para mi amiga Sole la Ballena era algo simple y esquemático como un flotador
que nos ayudara a no ahogarnos. ¿Qué le vamos a hacer? La vida es eso, sólo
eso, interpretaciones.
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Dibujo realizado por Andrés G. Leiva |
Recogimos velas y nos fuimos a la Metacasa. Pero eso sí,
antes mi madre me compró un tambor y por ovarios tuvimos que hacer lo que ella
nos mandaba, así que atravesamos la Plaza de la Merced o la también conocida
como Torrijos cantando el Himno de Riego.
Fue entrar en el domicilio y ponerse a quemar incienso y
a cocer eucalipto y a hacer conjuros y a mí que de pronto me salió un orzuelo
en el ojo decidió que ella misma me lo curaría restregando el culo de una mosca
por el párpado inflamado. Después y sin mediar una pausa le encargó a Teodoro
una veleta luminosa representando un pez gigante, a los pocos días la instaló
sobre el tejado y sobre un cuaderno azulón empezó a apuntar la calidad de los
vientos.
-¡Ay que ver Carmen cómo se te va la olla! -le dijo Mari
Polvo, que al fin y al cabo le hacían gracia las ocurrencias de mi madre.
-¿Que a mí se me va la olla? ¡Anda, ya! No digas
tonterías. Yo lo que quiero es que ésta se abra camino (ésta era yo) y no
desperdicie el tiempo.
-Pero es que no tienes término medio, de no hacerle caso
a la chiquilla has pasao a ponerla en un altar.
-Eso es mentira, yo siempre la he querío pero no me daba
cuenta.
-Bueno, déjame por lo menos que le lave los ojos con una
poquita de manzanilla a ver si le baja la inflamación.
Durante una semana Mari Polvo me alejó de mi madre y
cuidó de mí con delicadeza. La verdad es que estaban todos un poco idos, no sé
yo si era por el terral o qué mosca les había picao, la verdad es que estaban faltosos:
Mi madre con la leche de la rosa náutica y mi padre con la obsesión del
suicidio, así que me empezaron a dar miedo porque ya mirara a derecha o a
izquierda sólo veía amor a la muerte:
(Continuará)