domingo, 6 de abril de 2014

LA REALIDAD - 4. El silencio


            Ya se sabe, es un tópico: es tan importante lo que se dice como lo que se calla, o tal vez lo que se calla es más hondo, conmueve. En literatura tiene un gran valor lo no dicho, lo sugerido, lo que se oculta en capas de silencio. El silencio es una fuerza magmática que atrae a su alrededor las palabras que valen la pena.

            Hoy se lleva hablar mucho para no decir nada, vociferar para llevar la razón, el tertuliano que sabe de todo, la verborrea sin fin. Hoy se lleva la música sin parar, la música de fondo incluso en las más tranquilas cafeterías. ¿Por qué el hombre y la mujer actual no soportan el silencio? ¿Tanto miedo tienen de escucharse a sí mismos?

            Con tanto ruido sólo conseguimos una comunicación imperfecta, equívoca, una mente agitada, en continua atención y llena de estímulos inservibles. Porque lo verdaderamente importante surge limpio rodeado de grandes mesetas de silencio.

            Aprendí el silencio de mi madre, una mujer creativa a no poder más: lo mismo cocinaba con cuatro ingredientes un plato exquisito que hacía una colcha de croché donde permanecían estáticos un pavo real o un cisne, también fue capaz de montar un negocio para conseguir dinerillo y que mi hermano y yo pudiéramos ir a la universidad.

            Cuando me fui a Granada a estudiar me llevé una casete grabada con las voces de los miembros de mi familia: mi padre cantó una canción titulada La Caoba, la historia de una mujer que tenía el pelo colorao; se escuchan las risas de mi hermano y sus bromas, y la voz de mi abuela Aurora, perdida, la pobre, en los recuerdos inconexos del Alzheimer. Me llevé el testimonio de todos menos el de mi madre que se negó a pronunciar palabra. Mi madre era muy tímida, de ella heredé el temor a hablar en público, por fin superado después de mucho entrenamiento. También heredé el orgullo, el orgullo de la artista que sabe que está elaborando algo bueno y honesto. Para conseguir eso hay que trabajar mucho rodeada de mucho silencio.

            Yo empecé a escribir por “culpa” de mi madre. Un día la sorprendí llorando, eso me extrañó mucho porque ella era una mujer de una gran fortaleza y no era dada a demostraciones excesivas, sabía llevar las riendas de su arquitectura emocional. Pero ese día, no sé yo por qué lloraba, lloraba con lágrimas traslúcidas como la lluvia que estaba cayendo. Entonces me fui a mi cuarto y escribí:

                                   No llores mi madre,
                                   no llores mi madre,
                                   pues yo que te quiero
                                   no puedo verte llorar.
                                   No llores mi madre
                                   que me haces llorar.

            Me salió de pronto y corriendo fui a entregárselo. Cuando lo leyó empezó a llorar más todavía, no lo comprendí, aquellos versos los había hecho para aliviar no para provocar más tristeza. Pero ella, ahora, no lloraba de tristeza, que lloraba de alegría. Le enseñó el poema a mi padre y se pusieron los dos a llorar juntos y, después, me sonrieron y las nubes se acabaron y un rayo de luz que salía de sus ojos calentó mi pequeño cuerpo. Después se hizo el silencio. No nos dimos un beso ni nada. Con el silencio tuvimos bastante, para nosotros el silencio era una forma de reconocimiento, una forma de abrazarnos. Yo tenía siete años, y desde entonces, todos los días escribo rodeada de silencio, del silencio que aprendí de mi madre, a la que siempre he admirado tanto,  porque el silencio es una forma de elegancia.




    
Colcha de croché hecha por mi madre.




Consejillo: Cierra los ojos, guarda silencio durante cinco minutos. Necesitamos una filosofía de la escucha, del oír atento y respetuoso.

Consejillo: Lee el poema “Nada te turbe” de la grandísima escritora Teresa de Jesús. Afortunadamente España ha dado una poesía mística que no tiene nada que envidiarle a la más profunda reflexión budista, que ahora tanto se lleva.

Consejillo: Ver la película Todas las mañanas del mundo.